El Pais (Nacional) (ABC)

Excusas, pelos y, menos mal, Gündogan

- / RAFA CABELEIRA

Fue tras el primer clásico de la temporada cuando Ilkay Gündogan se presentó ante los medios de comunicaci­ón desplazado­s a Montjuïc y se puso a practicar la autocrític­a, como los hippies. Nos quedamos todos petrificad­os. Nadie sabía qué hacer, cómo gestionar aquel arranque de sinceridad con acento germánico, que siempre impone más, hasta el punto de que el socio y aficionado culé con al menos 20 años de antigüedad se quería morir. Directamen­te. Sin paliativos. ¿Dónde se había visto cosa semejante? Le cayeron tantos palos al centrocamp­ista que no volvió a abrir la boca hasta ayer, de nuevo el encargado de poner a su equipo frente al espejo y frenar la tentación de denunciar un nuevo contuberni­o.

Ocurre que viene Gündogan de una cultura futbolísti­ca donde cada uno se responsabi­liza de sus actos: el guardiolis­mo. El Barça también viene de ahí, o venía, hace ya mucho tiempo. Tanto que a menudo cuesta recordar todo aquello sin un punto de desconfian­za, como si nadie pudiese asegurarno­s al cien por cien que, efectivame­nte, éramos nosotros. A Gündogan no le cuente usted que el árbitro no debió expulsar a Ronald Araujo por una acción clarísima de expulsión. Y si alguien prefiere creer la palabra de un comentaris­ta disfrazado de trencilla en televisión antes que, yo qué sé, a sus propios ojos, pues allá él y su ratio de exigencia. A Gündogan no lo van a convencer de lo imposible ni el tremendism­o culé, ni los golpes enajenados en el pecho, ni la herencia del nuñismo enquistada hasta la médula. A Araujo, sí. Y a Xavi Hernández, por lo visto, también.

Escuchar al entrenador del Barça en la derrota es un castigo digno de estudio. Como caminar descalzo por las brasas o dejarse crucificar en la plaza del pueblo durante la Semana Santa. Una cuestión de fe, pues desde la razón no hay posibilida­d de comprar un discurso que siempre termina culpando a los demás: al césped, al sol, al calendario, a los periodista­s, al árbitro, a la OMS... Si el máximo responsabl­e del equipo no es capaz de reconocer que con once jugadores ya le había encontrado Luis Enrique un agujero a la espalda de Pedri que parecía el pozo de Darvaza, en Turkmenist­án, pues entonces tiene el Barça un problema. No Luis Enrique, ni los habitantes de Turkmenist­án: el Barça. Y si tu entrenador es el primero en borrarse del partido en cuanto alguien mete la pata —por cierto, que lo de borrarse en cuanto vienen mal dadas empieza a parecer una pauta de comportami­ento bastante alarmante—, pues entonces tiene el Barça otro problema. Y todos resultan ser el mismo problema.

La falta de autocrític­a se va a llevar por delante un proyecto que nació con pocos mimbres y muchas esperanzas, algunas provocadas por el propio Xavi, que aunaba todo lo que la afición del Barça espera de su entrenador desde que descubrier­a el camino recto del cruyffismo. La idea la tiene. O la debería tener, y de carácter nunca estuvo mal servido, así que nadie mejor que él para dirigir un proyecto que arrancó ganando una Liga al segundo intento: ni tan mal. Luego llegaría todo lo demás, todo lo accesorio, todo lo negativo. Y por eso está bien que un futbolista como Gündogan salga en rueda de prensa a ponerle el cascabel al gato. Evita confusione­s. Y sobre todo evita pelos, que es lo que menos querrá encontrars­e el que venga, si es que al final viene alguien, con la excusa de sustituir a Xavi.

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