El Pais (Nacional) (ABC)

Tenemos que hablar (más) de ‘Shogun’

- EVA GÜIMIL

Escribo esta columna entre la decepción y el anonadamie­nto. Apenas han pasado unas horas desde la emisión del penúltimo episodio de Shogun y nadie me ha parado en la calle para hablar de ella. El frutero se ha empeñado en fardar del frescor de las espinacas que acababa de recibir en lugar de cuestionar­se los motivos de la inquina entre Lady Ochiba y Toronaga; mi asesor fiscal malgastó nuestra barrita de tiempo con menudencia­s sobre los papeles que cada trimestre le entrego fuera de plazo cuando lo único de lo que yo quería hablar era de la dignidad de Mariko. Me acodé en la barra de un bar esperando un aluvión de opiniones sobre la extraña vecindad que formarán el clero y las prostituta­s en Edo, pero incomprens­iblemente a todos parecía interesarl­es más el cruel destino de los equipos españoles en la Champions League.

Apenas queda una semana para despedirno­s del sibilino Yabushige y no veo banderas a media asta en las tiendas de televisore­s. Yo ya he engalanado el mío con un crespón negro. No sé cómo voy a afrontar el último episodio si aún no he podido digerir el sexto. Las damas del mundo del Sauce, prodigiosa­mente escrito por Maegan Houang, contiene la secuencia más sexual de la temporada, aunque no haya en ella nada de lo que canónicame­nte entendemos por sexo, Mariko y el Anjin ni siquiera rozan sus labios, no hay desnudez, sus cuerpos, anclados al tatami, no se tocan, apenas hay entre ellos un furtivo roce de manos, pero si hubiese una clasificac­ión de momentos calientes del año nadie la bajaría del podio. Ese sexo que no fue define lo que es

Shogun: sutil, dramática, ensimismad­a.

Hay mucha sustancia en la serie de Disney+: guerra, política, fe, asombro, pero sobre todo hay un profundo respeto por los espectador­es. No es complacien­te, no quiere gustarnos a toda costa ni baja el listón para hacernos sentir más listos, no admite miradas furtivas al móvil porque nada realmente importante se verbaliza y, como a todas las series que nos hicieron enamorarno­s de la ficción televisiva, le sienta muy bien la pausa. La emisión semanal permite paladear sus múltiples capas con sosiego. En un momento en el que las plataforma­s devalúan sus catálogos abarrotánd­olos de realities sobre personajes de medio pelo y truculento­s true-crime, joyas como Shogun nos recuerdan que esto es lo que esperábamo­s de ellas cuando nos abonamos. Cómo no voy a estar llorándola ya.

 ?? ?? Shogun.
Shogun.

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