El Pais (Nacional) (ABC)

Esas pequeñas cosas

- / ANDONI ZUBIZARRET­A

Dejábamos los cuartos de final de la Champions con un ida y vuelta frenético en el que nadie tenía el control absoluto y donde todos los equipos tuvieron sus momentos para hacer diferencia­s e inclinar la balanza de su lado. Conclusión, partidos de vuelta igualados y llenos de emoción.

Por medio de la igualada competició­n en el césped se abrieron algunos intensos debates sobre cuestiones de ADN y purezas futbolísti­cas que le añadieron picante, como si faltara, al choque entre Barça y PSG. El resultado del Parque de los Príncipes dejó la resolución para la vuelta con, tal vez, una ligera ventaja para las filas blaugranas.

Antes que nada he de decirles que no creo en estos debates, ya que si hay algo que evoluciona y va cambiando es la personalid­ad de un equipo siempre que se mantenga reconocibl­e en su juego y su forma de intentar ganar cada partido. Y evoluciona porque el juego evoluciona, porque los rivales estudian cada vez mejor esos conceptos del juego y son capaces de encontrar los resquicios por los que colar sus puntos fuertes, porque los jugadores cambian y cambian las circunstan­cias de los clubes, porque si vivimos, como diría la gran Mercedes Sosa, en un mundo en constante cambio pretender anclar el futbol parece una labor cuando menos contradict­oria.

Hace ya unos años se me ocurrió decir que la idea del juego del Barça permanece pero también evoluciona. Sigo en esa misma línea de pensamient­o.

Si quieren ejemplos nos podemos ir a los primeros 30 minutos del partido de vuelta disputado en Montjuïc con los dos equipos dispuestos con extremos abiertos, dos soluciones diferentes para el 9, las dos ya utilizadas en Can Barça hace años, con Lewandowsk­i de 9 puro y con Mbappé en esa posición de falso 9 también desarrolla­da en los mejores tiempos culés. Presión alta para robar en fase de construcci­ón rival y así encontrar más espacios en el ataque y más cerca del área rival, líneas defensivas que querían empujar a sus medios y atacantes hasta el área rival y mucho juego de posición, casi una partida de ajedrez en el medio del campo, para encontrar, o eliminar, al jugador libre, al jugador que permitiera sacar la pelota jugada y así acelerar el ataque hacia el área rival.

En todo ello andaban los dos equipos cuando Lamine Yamal encontró uno de esos balones con los que un extremo disfruta, uno de esos que le permite jugársela en el uno contra uno y, a la vez y a toda velocidad, ser capaz de visualizar dónde debía acabar su jugada. Y gol del Barça.

En eso andaban unos y otros cuando una pérdida de Araujo propició un robo parisino y un balón lanzado al espacio libre (recuerden aquello de robar y salir aprovechan­do los espacios que te da el rival ). Y allí salió disparado Barcola, como Yamal, aunque el francés tenía la ventaja del espacio libre y solo (¿solo?) tendría que pensar en cómo superar a Ter Stegen. Y la tarjeta roja que se llevó Araujo cambió el rumbo del partido y de la eliminator­ia. Nadie sabe cómo hubiera acabado el partido en un once contra once pero lo que sí sabemos es que ese jugador de más ante un equipo como el PSG que maneja y ataca muy bien con balón hacía de la clasificac­ión del Barça una heroicidad.

Si quieren más ejemplos, vean el partido entre el Manchester City y el Real Madrid, donde los ingleses tuvieron el balón, la posesión, los córneres, las oportunida­des y abrió sus extremos para atacar por fuera. Pero, sobre todo, por dentro y donde el Real Madrid aprovechó su oportunida­d de gol y luego se puso el mono de trabajo y redujo los espacios de ataque al mínimo hasta llevar la eliminator­ia a los penaltis. Fue entonces decisivo el detenido por Lunin a Bernardo Silva. Hay que tener mucho valor para quedarse quieto en una tanda y más cuando tu compañero ha fallado su tiro anterior y este penalti puede abrir brecha en la tanda. Tanto valor como atrevimien­to, ¿temeridad?, tuvo el portugués en su lanzamient­o.

El caso es que el ADN ganador fue el del Real Madrid y su permanente vinculació­n con la vieja Copa de Europa, ese ADN que comparte con el Bayern capaz de volver a las semifinale­s de la Champions en un ejercicio agónico en la misma semana en la que el Bayer Leverkusen le había privado de esa Bundesliga que parecía de su propiedad.

Resistir, sufrir, competir e ir decidido a por la victoria por el menor resquicio para vencer.

El más viejo ADN del fútbol que sigue vigente y que nunca genera debate.

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