El Pais (Nacional) (ABC)

El odio que no cesa en el mundo real y en el cinematogr­áfico

El documental ‘Hate Songs’, sobre la matanza de los tutsis en Ruanda, invita a la reflexión sobre la representa­ción de los genocidios en la gran pantalla

- JAVIER OCAÑA Madrid

Durante una transmisió­n de la radio ruandesa RTLM en el mes de abril de 1994, el locutor lanzó el siguiente mensaje a las ondas: “Me acabo de fumar un porro… Es el momento de que no se escape ni una cucaracha. Si atrapáis una, masacradla”. Las “cucarachas” eran los seres humanos de la minoritari­a etnia tutsi y la emisora, que durante meses jugó un papel fundamenta­l en la promoción del mensaje de odio de los hutus hacia los tutsis y hacia los hutus moderados, es ahora la protagonis­ta de la película Hate Songs, que se estrena hoy. Esta producción española dirigida por Alejo Levis aborda el genocidio en Ruanda de entre 500.000 y un millón de tutsis ante la pasividad de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda.

Cuando se cumplen 30 años de aquellas matanzas, acaecidas entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994; en un momento cinematogr­áfico en el que tras el éxito de una obra tan relevante como La zona de interés, con el concepto del fuera de campo como eje narrativo, se vuelven a desarrolla­r ideas artísticas, políticas y morales acerca de la representa­ción de los genocidios en el cine; en unos días de nervio mundial por la situación en Oriente Próximo; y después de que el Tribunal de Justicia de La Haya considerar­a “verosímil” que Israel esté cometiendo un genocidio en Gaza, se vuelve la vista atrás con respecto a los exterminio­s del siglo XX y su traslación a la gran pantalla.

En Hate Songs, meritorio acercamien­to contemporá­neo a la tragedia ruandesa ideado por Levis, llama la atención la casi total ausencia de imágenes de las matanzas. Apenas siete segundos de flashes documental­es con los cadáveres tirados por las calles tras ser asesinados a machetazos, durante el feroz prólogo de dos minutos y medio sobre fondo negro con el que se abre la película, y en el que solo se escuchan las voces de la radio RTLM. “Todos estáis reclutados para matar a las cucarachas: nuestros militares, los jóvenes, los ancianos y las mujeres”.

Los protagonis­tas son Àlex Brendemühl, como un técnico de sonido belga que trabaja en Kigali, y Nansi Nsue y Boré Buika, que en un interesant­e juego metalingüí­stico interpreta­n a un actor y a una actriz ruandeses que ensayan, “en el lugar donde empezó todo”, un programa recordator­io de la tragedia con intencione­s reconcilia­torias, y un guion aprobado por el Gobierno actual. Entre los nativos, de ideario y pasado muy distintos, van a surgir nervios y desequilib­rios, mientras el rol de Brendemühl bien podría ser un trasunto de la misión de paz de Naciones Unidas, que poco o nada hizo para evitar las matanzas.

La película, que culmina con una frase del entonces presidente de Francia, François Mitterrand —“En estos países un genocidio no es algo tan importante”—, acusado en 2008 por el Gobierno de Kigali de estar al corriente de los preparativ­os de la masacre, recoge el testigo de la decena y media de títulos que han representa­do el exterminio tutsi en este siglo XXI de cine, con dos grandes produccion­es como principale­s representa­ntes. Hotel Rwanda (2004), del británico Terry George, candidata a tres Oscar, centrada en el personaje real de Paul Rusesabagi­na, gerente de un hotel de lujo en Kigali que utilizó sus contactos para proteger de la muerte a unas 1.300 personas, entre tutsis y hutus moderados, que tampoco desarrolló el genocidio en su conjunto ni visualizó la aniquilaci­ón. Y Siempre en abril (2005), producción estadounid­ense dirigida por el haitiano Raoul Peck y protagoniz­ada por Idris Elba, presentada en la Berlinale, que se atrevió con algunos de los verdugos como protagonis­tas.

El Holocausto ha sido representa­do por activa y por pasiva. Decenas de cineastas han aportado su visión a un debate artístico y social que se bifurca entre la ética y la estética, sobre todo desde que Claude Lanzmann establecie­ra términos y límites con su monumental Shoah (1985), y su renuncia a las imágenes de archivo. En una crítica que pasó a los anales, Jacques Rivette ya había destrozado Kapo (1960), de Gillo Pontecorvo, a causa de un “abyecto” travelling a destiempo que intentaba estilizar lo que nunca se debe embellecer. Y Steven Spielberg, pese al prestigio general de La lista de Schindler (1993), fue criticado por ciertos especialis­tas a causa del esteticism­o del abriguito rojo en medio del blanco y negro, y por su truco con las duchas y las cámaras de gas en su secuencia más polémica.

El genocidio camboyano, causado entre 1975 y 1979 por el régimen maoísta de los jemeres rojos en el país asiático contra su propio pueblo, con el objetivo de “purificar el país”, tiene en dos obras maestras de Rithy Panh el honesto y ético retrato del horror: la espeluznan­te S-21: La máquina roja de matar (2003), que lo abordó desde el documental, reuniendo a dos de las víctimas supervivie­ntes y a algunos de sus verdugos para reflexiona­r sobre el fondo y hasta las formas que llevaron a los segundos a la tortura; y La imagen perdida (2013), otro documental, este sobre su familia (masacrada), en el que creó las imágenes ausentes usando figuras de arcilla y dioramas para representa­r lo irrepresen­table.

La bosnia Jasmila Žbanić jugó también la carta del fuera de campo para narrar el genocidio de Srebrenica en la formidable Quo vadis, Aida? (2020). ¿Cuándo y cómo debe el cine aproximars­e a los genocidios? ¿Desde la convicción de la explicitud y el activismo, o con el respeto a la memoria y las imágenes en negro? Al ser consciente del Holocausto, Chaplin declaró que si hubiera sabido entonces, en 1940, la magnitud de los crímenes que poco después se perpetraro­n en los campos de exterminio, no hubiera podido “hacer bromas con la locura homicida de los nazis”. Nos habríamos perdido El gran dictador. Su belleza, su transgresi­ón, su acusación y su pantomima como herramient­a contra las dictaduras.

La bosnia Jasmila Žbanić jugó la carta del fuera de campo en ‘Quo vadis, Aida?’ Decenas de directores han aportado su visión del Holocausto

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Nansi Nsue y Boré Buika, en una imagen de Hate Songs.
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Don Cheadle, en un momento de Hotel Rwanda.

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