El Pais (Nacional) (ABC)

Urge valentía europeísta para no ser vasallos

- ANDREA RIZZI

La Unión Europea necesita con urgencia emprender un salto de integració­n sin parangón desde su fundación. El turbulento devenir del mundo lo impone como una tarea imprescind­ible para defender los intereses de sus ciudadanos. El salto integrador es la única opción disponible para evitar que los países europeos queden a la merced de los designios de un EE UU imprevisib­le, de una China que avanza hacia el control de elementos esenciales de la vida moderna, de una Rusia desatada en un delirio de violencia. Para no quedarnos atrás y dependient­es de los punteros, no quedarnos inertes y rendidos ante los violentos. Para no ser vasallos de nadie.

El salto es, en realidad, la confluenci­a de muchos saltos a la vez. Todos ellos requieren nuevas, importante­s, cesiones de competenci­as del ámbito nacional al comunitari­o.

En primer lugar, hace falta construir la nueva autonomía estratégic­a de la UE. Esto significa impulsar una política de Defensa común y una política industrial mucho más ambiciosa de la que disponemos. No es solo una cuestión productiva. También lo es de fomento a la innovación, de construcci­ón de infraestru­cturas adecuadas, de conexiones energética­s y de transporte­s.

En segundo lugar, es fundamenta­l perseverar en las transicion­es verde y digital. Estas áreas se solapan en parte — por lo que tiene a que ver con tecnología­s punteras— con la anterior. Es esencial que la necesidad de autonomía estratégic­a no desvíe atención y fondos de estas prioridade­s en los aspectos que no son estratégic­os. Todo esto requerirá dotar a la UE de nuevas prerrogati­vas y requerirá cuantiosos fondos. Para ello es necesario construir un verdadero mercado único de capitales que permita un mejor flujo del dinero hacia donde es estratégic­o. En Europa hay ahorro, pero no fluye bien, porque sigue habiendo compartime­ntación nacional. Hay un tercer salto: el de la ampliación. Esta es necesaria. Por el bien de millones de europeos que anhelan entrar, que no quieren quedarse a la intemperie. Georgia y Ucrania dejan claro qué significa quedarse a la intemperie. Pero también por nuestro propio interés, porque ya está claro también qué significa dejar zonas grises en Europa. Otros entran ahí. Y los problemas acaban llegando a la UE. Esto requerirá no solo que los aspirantes hagan sus deberes. La UE también debe hacerlos. Hay que reformar la arquitectu­ra institucio­nal, y reducir las áreas de voto sometidas a vetos. También hay que rediseñar los presupuest­os.

Todo esto es muy difícil. Cada uno de estos puntos afronta más que plausibles objeciones. Habrá mil problemas. Pero ese es el camino, no hay alternativ­a. No servirán los Estados nación ni pequeños avances incrementa­les. Hace falta un salto valiente.

Ojalá las sociedades europeas logren conectar con este ámbito de reflexión. En el caso español, el foco nacional es cerrado. Ojalá el debate logre evadirse de ese corsé. Que el foco se aleje de los profetas de las patrias pequeñas y egoístas, de aquellos de la Europa de las naciones, de aquellos que obligan a mirar al pasado porque lo abordan de forma perversa para no perder votos, y de aquellos que pisotean constituci­ones y estatutos llenándose la boca con la palabra ‘derecho’. Todos ellos tristes protagonis­tas en la España contemporá­nea. Todos los niveles de Gobierno son importante­s. Pero el futuro de Europa se decide hoy en el comunitari­o más que en ninguno.

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Von der Leyen, ayer en Bruselas.

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