Urge valentía europeísta para no ser vasallos
La Unión Europea necesita con urgencia emprender un salto de integración sin parangón desde su fundación. El turbulento devenir del mundo lo impone como una tarea imprescindible para defender los intereses de sus ciudadanos. El salto integrador es la única opción disponible para evitar que los países europeos queden a la merced de los designios de un EE UU imprevisible, de una China que avanza hacia el control de elementos esenciales de la vida moderna, de una Rusia desatada en un delirio de violencia. Para no quedarnos atrás y dependientes de los punteros, no quedarnos inertes y rendidos ante los violentos. Para no ser vasallos de nadie.
El salto es, en realidad, la confluencia de muchos saltos a la vez. Todos ellos requieren nuevas, importantes, cesiones de competencias del ámbito nacional al comunitario.
En primer lugar, hace falta construir la nueva autonomía estratégica de la UE. Esto significa impulsar una política de Defensa común y una política industrial mucho más ambiciosa de la que disponemos. No es solo una cuestión productiva. También lo es de fomento a la innovación, de construcción de infraestructuras adecuadas, de conexiones energéticas y de transportes.
En segundo lugar, es fundamental perseverar en las transiciones verde y digital. Estas áreas se solapan en parte — por lo que tiene a que ver con tecnologías punteras— con la anterior. Es esencial que la necesidad de autonomía estratégica no desvíe atención y fondos de estas prioridades en los aspectos que no son estratégicos. Todo esto requerirá dotar a la UE de nuevas prerrogativas y requerirá cuantiosos fondos. Para ello es necesario construir un verdadero mercado único de capitales que permita un mejor flujo del dinero hacia donde es estratégico. En Europa hay ahorro, pero no fluye bien, porque sigue habiendo compartimentación nacional. Hay un tercer salto: el de la ampliación. Esta es necesaria. Por el bien de millones de europeos que anhelan entrar, que no quieren quedarse a la intemperie. Georgia y Ucrania dejan claro qué significa quedarse a la intemperie. Pero también por nuestro propio interés, porque ya está claro también qué significa dejar zonas grises en Europa. Otros entran ahí. Y los problemas acaban llegando a la UE. Esto requerirá no solo que los aspirantes hagan sus deberes. La UE también debe hacerlos. Hay que reformar la arquitectura institucional, y reducir las áreas de voto sometidas a vetos. También hay que rediseñar los presupuestos.
Todo esto es muy difícil. Cada uno de estos puntos afronta más que plausibles objeciones. Habrá mil problemas. Pero ese es el camino, no hay alternativa. No servirán los Estados nación ni pequeños avances incrementales. Hace falta un salto valiente.
Ojalá las sociedades europeas logren conectar con este ámbito de reflexión. En el caso español, el foco nacional es cerrado. Ojalá el debate logre evadirse de ese corsé. Que el foco se aleje de los profetas de las patrias pequeñas y egoístas, de aquellos de la Europa de las naciones, de aquellos que obligan a mirar al pasado porque lo abordan de forma perversa para no perder votos, y de aquellos que pisotean constituciones y estatutos llenándose la boca con la palabra ‘derecho’. Todos ellos tristes protagonistas en la España contemporánea. Todos los niveles de Gobierno son importantes. Pero el futuro de Europa se decide hoy en el comunitario más que en ninguno.