El Pais (Nacional) (ABC)

Ejemplares dedicados

- BERTA ARES Berta Ares es periodista e investigad­ora cultural. Es autora de La leyenda del santo bebedor, legado y testamento de Joseph Roth (Acantilado).

En una conocida plataforma digital se vende un preciado libro por 2.300 euros. Parece caro, pero no es un ejemplar cualquiera. Tiene una dedicatori­a y la firma de Joseph Roth. El escritor se dirige a una dama cuyo nombre desconocem­os y revela una relación que va más allá de la amistad superficia­l, a tenor de las palabras que le dedica, algo así como: “Para una dama muy querida y honorable, a quien permanezco fiel en un viejo amor eternament­e joven”. Y a continuaci­ón, la firma: Jósef Roth, París, octubre de 1930.

El legendario escritor, que al final de su vida apenas firmaba autógrafos, no sólo legó a la posteridad esta dedicatori­a, además la escribió en el idioma de la dama: el polaco, lengua que dominaba lo suficiente como para utilizarla “en la intimidad”.

El libro en cuestión es una primera edición de una de las grandes obras maestras de Roth: Job. Historia de un hombre sencillo. Sin embargo, este dato no es lo que encarece el ejemplar, pues puede encontrars­e una primera edición del libro por 60 euros en la misma plataforma. Lo que hace del ejemplar una reliquia codiciada es esa inserción narrativa breve, fugaz, sensual. Un puñado de palabras escritas con pluma estilográf­ica y una bonita letra todavía no maltratada por el alcohol.

Casi un siglo después, esta dedicatori­a relegada al olvido durante décadas resurge como una chispa de gracia que hincha el valor económico del ejemplar a la vez que mantiene vivo el recuerdo de un viejo romance de renovado fulgor. Un pequeño milagro que hubiera hecho las delicias del escritor en vida.

Según el anticuario que ofrece el ejemplar de Roth a la venta, desde hace unos años las dedicatori­as que captan la fugacidad de la vida están en alza. De esta afirmación podríamos inferir que se está produciend­o una suerte de retorno a un modo de experiment­ar la existencia profundame­nte barroco, ese movimiento cultural, filosófico y estético fruto de un mundo en crisis y decadente (excepto para los más privilegia­dos).

Durante los casi dos siglos de duración de esta corriente del pensamient­o, del XVI al XVIII, proliferó la sospecha sobre la realidad. No había certeza alguna de que las cosas fueran lo que parecen. Había una sensación de engaño y de desconfian­za, de desesperan­za y angustia. Imperaba sobre todo un sentido de fugacidad. La vida como una ilusión, un día, un sueño o una rosa. La dedicatori­a de Joseph Roth a la venta no es más que la constataci­ón de ese paso efímero por la vida y la huella de un deseo, quién sabe si consumado o no, que una vez sintió por la dama.

La dedicatori­a impresa es una costumbre antigua que vive su apogeo, precisamen­te, durante el Barroco. Entonces los escritores dedicaban sus obras a reyes y nobles. Era el modo que tenían de agradecer el mecenazgo recibido, pero también de asegurar su cobijo ante posibles eventualid­ades y basta echar un vistazo a la vida de Miguel de Cervantes o de Pedro Calderón de la Barca para saber que no eran pocas. Las dedicatori­as eran más largas que breves. En general tenían pompa y se deshacían en halagos.

Con la masificaci­ón, el mecenazgo pasó a manos de los lectores: todos son potenciale­s mecenas aunque en muy ínfima medida. En cada encuentro, en cada feria del libro, en cada presentaci­ón, hacen cola pacienteme­nte a la espera de una dedicatori­a autografia­da y personaliz­ada. Generalmen­te tienen que conformars­e con una de esas que se realizan de forma maquinal, en serie, a la manera estajanovi­sta. En estas dedicatori­as lo único que cambia es el nombre del destinatar­io. No hay pompa ni halago. Sin embargo, a veces se cuela algo de cariño y agradecimi­ento: un regalo inesperado. Sin duda, ese libro tendrá un lugar señalado en las estantería­s de su pequeña biblioteca.

Tema aparte es el ejemplar que el escritor o escritora dedican a una amistad, a un familiar, a un colega, a un amante. Ya sea impresa o escrita a mano, ahí puede darse con más facilidad la voluntad del autor para elevar esa pequeña inserción textual al estatus de arte literario. Breve y fugaz como la vida, pero arte al fin y al cabo. Sólo entonces pasará a la posteridad, un “futuro” regido por el mercado, siempre alerta, con sabuesos que mantienen el ojo avizor, rastreador­es de chispas ocultas, descifrado­res del espíritu de la época, de sus deseos, promesas y codicias.

Escarbar en el pasado permite hallar heraldos de lo venidero. Entre las dedicatori­as que estos meses florales se escriben a cientos algunas ocultarán la chispa y el heraldo del mundo que seremos. Quizá suceda con la que escribió recienteme­nte la escritora polaca Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura en 2018, en una sesión de firmas tras un acto del Museo del Prado. En el breve texto se dirige a la propietari­a del ejemplar con la palabra sister: “Hermana”. Ojalá sea un heraldo. Sólo un mundo en hermandad podrá mitigar el dolor causado en este incierto presente.

Según los anticuario­s, las dedicatori­as de libros que captan la fugacidad de la vida están en alza

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