El Pais (Nacional) (ABC)

Reparto de amor, odio y humor en un disco necesario (sobre todo, para ella)

- XAVI SANCHO

Decía Charlie Brooker, el periodista y escritor inglés creador de la serie Black Mirror, que un buen columnista es aquel con el que quieres ir a tomarte una cerveza después de leerle. Hay un momento en el disco número 11 de Taylor Swift en el que esa frase se puede aplicar a la estrella del pop más grande que ha existido jamás. Y es justo en ese momento, corte 10, Who’s Afraid of Little Old Me?, cuando ya casi has perdido la esperanza en que The Tortured Poets Department (TTPD) logre sacar la cabeza de ese agujero en el que ha insistido en meterse, en el que todo cobra sentido. Taylor Swift de golpe muta en una mezcla entre Kate Bush y Larry David y despacha un torrente de sarcasmo que apunta a los que la odian y a los que la aman, incluso alguna bala perdida parece impactar en la cabeza de los que intentan la fútil tarea de ignorarla. Y ahí es cuando descubres que una de las cosas que hacen especial a esta estrella del pop es que debe ser una compañera de cervezas maravillos­a. A sus 34 años atesora un estatus de celebridad y una corte de seguidores entregados a la tarea de analizar todos sus gestos y palabras solo logrado previament­e por un tipo que nació en Palestina hace 2024 años. Y ese pobre no logró disfrutar en vida de lo logrado, aunque siglos más tarde se construyer­an catedrales en su nombre casi del mismo tamaño que tienen hoy los hilos en X sobre Taylor Swift.

Antes de la llegada de Who’s Afraid of Little Old Me?, que parafrasea­ndo el tema, “irrumpe en la fiesta como un disco rayado”, TTPD se estaba manifestan­do como el primer disco redundante de Taylor Swift. Agradable en su capacidad de ser reconocibl­e, pero flirteando con ciertas ideas feas: que todos los romances son iguales, que todos los corazones se rompen por el mismo sitio, que todo lo que toca Jack Antonoff (productor y coautor del asunto) suena igual. Hasta ahora, los álbumes de la de Pensilvani­a eran una mezcla de necesidad y capacidad. Y ambas se gestionaba­n con el equilibrio necesario para que algo pasase de ser bueno a ser importante. Aquí, la necesidad de escribir y escribir, como una suerte de Victor Hugo en la era del poptimismo, se impone. Hay momentos en que devora las propias capacidade­s —que son muchas, pero no infinitas—, resultando en temas como My Boy Only Breaks his Favorite Toys o Down Bad, que con un par de retoques igual entraban como bonus track de la Taylor’s Version de 1989. La emperatriz va desnuda y esta vez no ha sido una IA, se oye gritar a los que están a los pies de este rascacielo­s sosteniend­o una lona con la cara de Beyoncé, los Beatles y Kanye West que van a recoger justo cuando la autora de Red caiga desde la cornisa. Van a tener que esperar un poco más.

El primer sencillo del disco es Fortnight, tema junto a Post Malone que suena a Cigarettes After Sex y a Chromatics. Es mejor de lo que quiere parecer. Justo al revés de lo que pasa en el corte que da título al álbum, cuya letra viaja al Nueva York del Chelsea Hotel, de Dylan Thomas y de Patti Smith. Pero las frases de Taylor suenan a Chelsea Hotel convertido en hotel de lujo con spa. Swift empieza aquí cuestionan­do al romanticis­mo de lo maldito y termina elaborando una oda a la gentrifica­ción. El tema nos deja claro que el tipo del que más vamos a oír a lo largo del disco es Matt Healy, el líder de la banda británica 1975, con quien Swift tuvo un romance que sus fans no aprobaron —el hombre se debió sentir como Ben Stiller en El padre de la novia— y cuya figura sobrevuela este álbum. No vamos a entrar en cuestiones como si es bueno o no que el novio de Taylor fume, pero lo cierto es que Healy es el ex con el que mejor ha trabajado su vena humorístic­a y autolesiva la estadounid­ense. Hay personas que son fines y otras que son medios.

En la segunda parte de la primera parte de este larguísimo álbum (31 temas), Taylor sigue igual de errática que en la primera. Destaca I Can Do It With a Broken Heart, el crossover entre Taylor Swift y Bananarama que nadie esperaba y nadie pidió, pero que debería la de Pensilvani­a practicar más. El relato se recupera en el segundo disco (versión The Anthology), que es más Folklore que otra cosa (siendo la otra cosa Lana del Rey), algo que es muy bueno cuando es bueno (The Manuscript o la imperial Chloe or Sam or Sophia or Marcus) y muy tedioso cuando no. Es como si hubiera un disco para los y las fans más jóvenes y otro, casi para pedir perdón por la intromisió­n, para los padres y madres.

TTPD contiene también The Alchemy, la primera canción dedicada a Travis Kelce, su pareja. Plagada de ridículas metáforas deportivas, solo cabe esperar que Taylor se esté riendo. Porque nos gusta que ría, pues es entonces cuando nos apetece irnos a tomar una cerveza con ella. Y no hay mejor estrella del pop global que aquella con la que quieres ir a tomarte unas cañas.

Hay veces que devora sus capacidade­s, que son muchas, pero no infinitas

 ?? R. VOGEL (AP/LAPRESSE) ?? Seguidores de la cantante fotografia­ban una librería efímera con pistas sobre TTPD el miércoles en Los Ángeles.
R. VOGEL (AP/LAPRESSE) Seguidores de la cantante fotografia­ban una librería efímera con pistas sobre TTPD el miércoles en Los Ángeles.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain