Qué cambalache el de cierto arte moderno. Y qué risa
Ignoro si en el planeamiento de tantas series y películas actuales se impone como norma que existan temáticas, personajes y situaciones hechas con obediencia perruna a lo que imponga el signo de los tiempos. E imagino que no tendrán ningún problema moral en recibir subvenciones estatales. Y qué mal lo tienen los sacrílegos, los transgresores, los que se atreven a bromear sobre lo intocable. Ese país supuestamente liberal llamado Estados Unidos, tan puritano él, se inventó en el cine el grotesco Código Hays para proteger la moral de los espectadores. Tenía que ver exclusivamente con el sexo, con que los mirones no se sintieran excitados. Luego vino el siniestro macartismo, la caza de brujos y brujas ideológicas, la apoteosis de la delación, y sospecho que siempre existirán los decretos ley contra la sátira y la irreverencia. Pero sospecho que los escasos Ricky Gervais tienen la piel muy dura. El muy desvergonzado asegura que se puede permitir todo tipo de corrosivas blasfemias porque también es millonario. Pero no está eximido de la crucifixión económica, que es la más eficaz.
Disfruto entre tanta y bien pagada corrección política en los medios con las películas y series de los impertinentes y vitriólicos creadores argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn. Les saldrán mejor o peor, pero benditas sean sus siempre perversas intenciones, su cuestionamiento de todo lo oficializado, su inteligente mala hostia.
Todos los espectadores nos divertimos e incluso nos solidarizamos con ese buscavidas que ejerce de portero ancestral en El encargado, pero qué miedo que te toque en tu casa el hombre que sabía demasiado, el que conoce los secretos y las miserias de todos los vecinos. Estaríamos acorralados, tanto los legales como los abyectos, si este fulano viera amenazado su puesto. Ahora esos directores tan subversivos abordan en la serie Bellas Artes (Movistar Plus+) algo tan prestigioso como los museos de arte moderno. ¿Desde cuándo el verdadero arte es antiguo o moderno? Aquí nos presentan un paraíso de la oquedad, el esnobismo y la impostura. Se centran en las intrigas que se acumulan en el Museo Iberoamericano de Arte Moderno. El nombre ya aterra. Y en algún momento enrojezco ante la audacia de estos creadores. No ya en la feroz descripción de una previsible ministra de Cultura, sino en el relato de una performance que monta en el museo una nutrida familia africana. Y me digo: qué genitales le echáis al asunto. Pero si seguís por ese camino, os los pueden cortar.