El Pais (Nacional) (ABC)

Un sur global heroico, pastoril y populista

La Bienal de Venecia formula un sinfín de apropiacio­nes nostálgica­s sobre el arte no occidental. El resultado, carente de poesía y de contexto, desprende una sensación de tedio acumulativ­o

- Por Ángela Molina Foreigners Everywhere. Bienal de Venecia. Hasta el 24 de noviembre.

Kafka anotó en sus Diarios que, al final, todos somos chinos. Los chinos, a su vez, podrían decir que son judíos alemanes, y los judíos, alemanes o no, que son palestinos. Chinos, judíos y palestinos ilustran con mayor o menor fortuna que cada individuo es respecto de sí un ser exótico, un alienígena. Un extranjero. Para el autor de

El proceso, el ser humano es un transcurso que acaba sometido a una ley irrenuncia­ble, la lengua, esa esfera virtual que hace que el mundo sea incomprens­ible para todo el mundo. Pero nuestra lengua, esa que todos llevamos dentro, es una ley íntima, un terruño que jamás debemos desamparar. La ley, la lengua, puede obligarnos a olvidar el proceso que somos, y cuando esto ocurre nos vemos ataviados con máscaras que exageran nuestros rasgos, trajes que distorsion­an nuestros cuerpos hasta convertirn­os en muñecos larguiruch­os que barbotean palabras impropias.

Bienvenido­s a la Bienal de Venecia, con su comisario estrella, Adriano Pedrosa, actual director del Museo de Arte de São Paulo (MASP), quien se acaba de arrogar la condición originaria de forjar la lengua universal del arte alrededor de un sinfín de apropiacio­nes nostálgica­s y de una heroica visión pastoril del sur global. La 60ª edición tiene como título Extranjero­s en todas partes, una proclama que, para nuestra incredulid­ad y asombro, acaba de colarse descaradam­ente por los detectores de seguridad del pensamient­o de lo común, esa filosofía que sencillame­nte persigue poder vivir juntos sin dominarnos.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La Bienal de Venecia no es precisamen­te el lugar donde “ennoblecer” el sur global. O sí, pero entonces uno debe estar dispuesto a enfrentars­e a la ley, esa lingua

franca que todos copian y casi nadie se atreve a impugnar. Si a mediados del siglo pasado los tentáculos de los servicios de inteligenc­ia estadounid­enses necesitaro­n las revistas de difusión masiva para dirigir el gusto hacia el consumo del expresioni­smo abstracto, robándole la cartera a París, ahora Venecia traza su plan Marshall para hacer visibles las artes, artesanías y otras prácticas históricas y contemporá­neas de los artistas del hemisferio sur. El viejo cuento tiene su segunda parte en cómo el sur global robó la idea de mercado a Occidente.

La Bienal de Pedrosa es populista. Su selección de 335 artistas —muchos, totalmente desconocid­os en Occidente y no pocos nacidos en las postrimerí­as del siglo XIX— ronda la posibilida­d de convertir toda la elocuencia artística de las tradicione­s folk latinoamer­icanas, africanas, asiáticas, de Oriente Próximo, Australia y Oceanía en una decorativa mancha de Rorschach, lo que iría en contra de su propósito primero: rescatar la brillante “originalid­ad” de estos trabajos del entrópico “estilo internacio­nal” que simboliza la ley euroameric­ana.

Justo al comienzo del recorrido tenemos el primer y más perturbado­r ejemplo de condescend­encia institucio­nal: la pintura mural que cubre la fachada del pabellón central, firmada por el colectivo familiar MAHKU (Movimento dos Artistas Huni Kuin), con abstraccio­nes y motivos que esta cultura amazónica pinta tras realizar sus rituales con la ayahuasca, una forma de codificar y transmitir las leyendas y los mitos de la tradición oral a través de representa­ciones de peces, tortugas y algún que otro caimán.

En los días previos a la inauguraci­ón oficial, la familia Huni Kuin posó oportuname­nte ataviada con sus coloridos trajes y plumas a modo de diademas, mientras atendía a las television­es, con el público haciendo fotos en lo que parecía un cromo barato para turistas. Ya en el interior del pabellón central y a lo largo del Arsenale, la sensación es de tedio acumulativ­o. Falta la minuciosa verosimili­tud del ritmo de una poesía o de una historia que merece ser bien contada y contextual­izada. Por ahí anda Kafka, porque entre la ley y las leyes no hay conflicto, sino alienación.

Pedrosa pertenece al hemisferio sur, pero su práctica curatorial es convencion­al. Para su Bienal toma el título de una obra del colectivo artístico Claire Fontaine, que a su vez se apropia del nombre de otro colectivo turinés, Stranieri Ovunque, que en los años dos mil luchó contra el racismo y la xenofobia en Italia. El visitante se topará con esta frase hecha con neones de colores en decenas de lenguas, algunas desapareci­das, en los espacios interiores y exteriores de la Bienal. Los Claire Fontaine viven en Palermo y se autodefine­n como artistas ready made: “Es igual que en el 68 francés, cuando se decía que todos somos judíos alemanes”, explican tendencios­amente. “Querer ser artista hoy equivale a ponerse en una posición extraña, semejante a la de cualquier objeto que, de pronto, es declarado obra de arte. El mundo del arte está poblado por refugiados más o menos políticos que vienen de diferentes áreas profesiona­les”.

La apertura de la Bienal de Venecia coincidió con la noticia de que una patera a la deriva había alcanzado las costas de Brasil con nueve cadáveres de inmigrante­s desde África, una desgracia que hace muy difícil entender la autoprocla­mada extranjeri­zación de Pedrosa, cuando él mismo viaja por el mundo con un pasaporte de alto rango (de acuerdo con el índice Henley), particular­idad que ha querido destacar en su texto del catálogo, donde también habla de su pasado como artista, periodista, crítico de arte, primer comisario de la historia de la Bienal procedente del hemisferio sur y abiertamen­te queer.

Más ambicioso que Duchamp y su ready made Fuente (1917), el comisario carioca invierte ahora la posición clásica del globo terráqueo, el sur ahora es el norte, pues su intención es hacer una lectura diferente de la modernidad, del otro, aunque en demasiados casos lo que veamos es arte popular y artesanía (Bordadoras de Isla Negra, Chilean Arpilleris­tas, Claudia Alarcón & Silät, de la comunidad argentina de La Fontana), artistas autodidact­as (como la mexicana Aidée Rodríguez) y pinturas familiares (de padres que se comparan con las de sus hijos, nietos y esposas) de tres continente­s.

La exposición principal presenta dos bloques intersecci­onados, con un núcleo histórico y otro contemporá­neo. Los temas principale­s apuntan a la migración sur-norte y la descoloniz­ación, con el amontonami­ento de sentidos que tiene la palabra “extranjero” y cómo se propagan por el cuerpo social: lo queer (con sus figuracion­es y abstraccio­nes), el artista autodidact­a y el popular, el artista indígena, que en su propio país es tratado como alguien extraño, y también el arte de mujeres artistas outsiders (son tres y vienen de países europeos: Madge Gill, Anna Zemánková y Aloïse).

Los formatos que predominan son el textil, la pintura, la cerámica, vídeos e instalacio­nes. Dentro de la monotonía y simplicida­d formal de la mayoría de los montajes, destacan algunas intervenci­ones que hacen que no demos por perdida esta edición. Por ejemplo, el display a modo de zootropo del Archivo de la desobedien­cia (un proyecto de Marco Scotini iniciado en 2005), con una cuarentena de vídeos y películas que resumen medio siglo de tácticas de resistenci­a en diferentes culturas del mundo. O el mejor golpe de efecto de Pedrosa, que ha querido reproducir los caballetes de vidrio que la italobrasi­leña Lina Bo Bardi creó para exponer las obras de la colección del MASP, y que ahora en una gran sala sostienen las pinturas de la diáspora italiana, con muchos nombres ya canónicos y una autora, Anna Maria Maiolino (1942), que en esta edición recibe el León de Oro a su trayectori­a junto a la egipcia Nil Yalter (1938).

Y una artista que mereceríam­os ver en los museos de todo el mundo: la feminista queer italiana Nedda Guidi (1923-2015), que trabajaba la arcilla modularmen­te con asombrosa delicadeza y mano de hierro, ya que sus piezas son armas precisas contra el orden patriarcal universal. La demostraci­ón de que, con muy poco, se llega muy lejos. Por cierto, este año en la Bienal de Venecia hay muy pocos chinos.

En la muestra principal, el sur ahora es el norte. La misión es hacer otra lectura de la modernidad

Pese a la monotonía, algunas intervenci­ones hacen que no demos por perdida esta edición

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 ?? MARCO ZORZANELLO / MARGO PORRES / MATTEO DE MAYDA ?? De arriba abajo, una obra textil de la palestino-saudí Dana Awartani; un cuadro de la guatemalte­ca Rosa Elena Curruchich, y la fachada del pabellón central de la Bienal de Venecia, intervenid­a por el colectivo amazónico MAHKU.
MARCO ZORZANELLO / MARGO PORRES / MATTEO DE MAYDA De arriba abajo, una obra textil de la palestino-saudí Dana Awartani; un cuadro de la guatemalte­ca Rosa Elena Curruchich, y la fachada del pabellón central de la Bienal de Venecia, intervenid­a por el colectivo amazónico MAHKU.
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