El Pais (Nacional) (ABC)

Un poblado beduino vive pendiente de los ataques de Hezbolá

La milicia apunta con sus proyectile­s y drones a una localidad del norte de Israel fronteriza con Líbano

- ANTONIO PITA

“Mira, ahora estamos hablando y tengo un oído en la conversaci­ón. Pero el otro está siempre pendiente de lo que pasa en el cielo”. Hani (prefiere no dar su apellido porque es reservista militar) enumera los cinco sonidos distintos que le indican lo que pasa ahí arriba justo en la zona en la que estar en Israel o en Líbano es cuestión de muy pocos kilómetros. Por un lado, está la potencia del paso de los cazabombar­deros y el zumbido de los drones que vigilan la divisoria, que Hani ve cada mañana desde su terraza en Arab al Aramshe, en Israel y poblada por 1.750 beduinos. “Esos son los nuestros. Tenemos un ejército fuerte”, subraya con orgullo. De Líbano proceden otros tres sonidos. El silbido del lanzamient­o de un cohete no le preocupa. Sí los otros dos que están haciendo más daño y que, viviendo tan cerca, oye antes incluso de que activen las sirenas antiaéreas: los proyectile­s antitanque y los drones suicidas cargados de explosivos.

Dos de estos drones hicieron que Arab al Aramshe abriese este miércoles los informativ­os en Israel. En la víspera, uno pequeño logró cruzar desde Líbano para, aparenteme­nte, tomar imágenes e identifica­r dónde estaban juntos todos los vehículos militares, cuenta Ali, un vecino de 63 años. Al día siguiente, otro (este, suicida) impactó directamen­te contra los soldados y equipos de respuesta de emergencia reunidos en un centro. Hirió a 18, de los que cinco siguen graves y uno, en estado crítico. Fue un balance relativame­nte alto dentro de las reglas no escritas del desigual toma y daca que el ejército israelí mantiene a diario con la milicia libanesa Hezbolá, en paralelo a la guerra en Gaza.

En parte sucedió porque no saltaron los intercepto­res. Tras seis meses de escaramuza­s, Hezbolá ha ido aprendiend­o que lanzar drones desde cerca y a la menor altitud posible dificulta su detección. También el daño que causa dirigir proyectile­s antitanque­s, no contra blindados, sino contra viviendas y otros edificios, aprovechan­do su precisión. No es casualidad que sus 10 kilómetros de alcance correspond­an aproximada­mente con la zona evacuada de civiles, ni con las exigencias de Israel para alejar de la frontera a las fuerzas de élite de la milicia libanesa, en el marco de las negociacio­nes que lideran Francia y Estados Unidos para evitar que los enfrentami­entos deriven en una segunda guerra en Oriente Próximo.

En esta situación, Arab al Aramshe tiene todo lo que no conviene. Está en un alto, a tiro de piedra de Líbano, con trasiego de soldados y vehículos militares y casi igual de lleno que antes de la guerra, porque el 90% de los evacuados ha acabado volviendo a sus casas, hartos de vivir lejos, en hoteles y sin ingresos. La bendición que supone en tiempos de paz para sus habitantes ver cada mañana desde la altura una de las zonas más verdes del país es ahora una maldición. “Estamos tan arriba que nos pueden vigilar desde casi todos los lados”, lamenta Ali ante la Línea Azul, la divisoria extraofici­al vigilada por cascos azules. Israel y Líbano carecen de frontera acordada y de relaciones diplomátic­as, e Israel solo se retiró en 2000 del sur del país vecino tras ocuparlo durante 18 años. Seis más tarde, un proyectil de Hezbolá mató a tres personas en este mismo pueblo, en la guerra que libró durante un mes con Israel.

Si la loma estuviese muy poco más al norte, Hani estaría más familiariz­ado con otro sonido: el de los bombardeos aéreos o el fuego de artillería israelíes que han matado en medio año a unos 270 miembros de Hezbolá y a medio centenar de civiles, y forzado la evacuación de unas 100.000 personas. Pero, en un Oriente Próximo donde las guerras y las reuniones a miles de kilómetros de colonialis­tas europeos han decidido muchas fronteras, quedó de lado israelí. Con el paso de tiempo, las autoridade­s impulsaron la separación de los beduinos del resto de palestinos con ciudadanía israelí. Todos están exentos del servicio militar obligatori­o, pero varios centenares de beduinos se alistan voluntaria­mente cada año. Hoy sirven unos 1.500, sobre todo en unidades de reconocimi­ento. La mayoría de árabes israelíes que

El 90% de los evacuados han vuelto a sus casas, hartos de vivir lejos

Están exentos del servicio militar, pero varios centenares se alistan cada año

se pone motu proprio el uniforme son, de hecho, beduinos, pese a representa­r solo un 10%.

“Igual que ellos defienden su tierra, nosotros defendemos la nuestra”, explica Hani. “Me da igual que sean también musulmanes y que hablen árabe. Para mí, Hezbolá son asesinos”. Mucho más al sur, en su ataque sorpresa del 7 de octubre, Hamás mató a 17 beduinos y tomó a otros seis como rehenes, dos de los cuales fueron liberados en el canje de noviembre.

A diferencia de las cercanas localidade­s judías, como las silenciosa­s Hanita o Shlomi, Arab al Aramshe rebosa vida. Hay persianas rotas por la onda expansiva del último ataque y circula el rumor de que muchos vecinos están haciendo las maletas por miedo: este cayó cerca e hizo bastante daño. La realidad es otra. Nadie carga el maletero y los adolescent­es juegan con motos y quads.

Las familias de la zona no necesitan GPS. Llevan aquí generacion­es, moviéndose por estas mismas colinas hasta que, de repente, hubo una frontera. En 1947, milicianos judíos de un kibutz cercano atacaron el pueblo y las familias beduinas acordaron no sumarse al resto de árabes en la guerra que ya cobraba cuerpo y terminaría sin acuerdo de paz en 1949. Algunas familias acabaron separadas entre el recién nacido Estado de Israel y Líbano. En los primeros años, cruzaban incluso de uno a otro lado, pese a estar bajo régimen militar, y compartían cementerio.

Ese arraigo es uno de los motivos que ha llevado a tantos a regresar tras ser evacuados hace medio año junto con otros 80.000 habitantes de 27 localidade­s del norte. “Somos una comunidad fuerte y unida, acostumbra­da a vivir aquí”, explica el presidente del consejo municipal, Adib Mazal. El principal motivo, sin embargo, son seis meses sin ingresos. “El Gobierno nos ha dejado vendidos económicam­ente. Sí, nos pagaban alojamient­o y comida, pero luego las familias salían a dar una vuelta, el niño quería un helado… Eso hay que pagarlo”, añade. Otro vecino, que no quiere dar su nombre, menciona el elefante en la habitación. “Hay quien nos ve como traidores o colaboraci­onistas. No sé qué quieren de nosotros, la verdad. Cada uno es leal a su Estado y este es el nuestro porque, cuando se creó, nos pilló aquí”.

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HANNAH MCKAY (REUTERS) Un vehículo destruido en la aldea beduina de Arab al Aramshe, el jueves.
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