El Pais (Nacional) (ABC)

Los cálculos estratégic­os tras el conflicto

Radiografí­a de los intereses que tienen los principale­s actores en una región afectada por una peligrosa inestabili­dad

- ANDREA RIZZI

Israel e Irán parecen haber decidido frenar a un paso del abismo de una confrontac­ión directa de gran escala. Esto es sin duda motivo de alivio. Sin embargo, la momentánea contención de la escalada no puede ocultar que Oriente Próximo es hoy una región aún más inestable e insegura de lo que era. El intercambi­o de fuego directo entre los dos enemigos es la enésima línea roja cruzada. Una nefasta confluenci­a de corrientes de intereses ha hundido en los últimos meses a Oriente Próximo en un peligroso remolino. A continuaci­ón, un intento de radiografí­a de los cálculos estratégic­os de los principale­s actores en medio de esta espiral de violencia.

⬤ Antes del ataque de Hamás. La situación previa al infame ataque de Hamás del 7 de octubre estaba marcada por un progresivo acercamien­to entre Israel y países árabes. Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán habían normalizad­o relaciones a principios de esta década, y el país clave —Arabia Saudí— avanzaba en la misma dirección. El paso era coherente con dos grandes objetivos estratégic­os de Riad: plasmar un entorno estable que le permitiera perseguir la reconfigur­ación de su modelo económico en vista del inexorable declive de la industria petrolera y estrechar lazos con quienes comparten el recelo ante Irán y sus socios. El anhelo de estabilida­d había conducido incluso a un deshielo entre Riad y Teherán, con China que se anotó el tanto de pilotar la normalizac­ión.

En paralelo a estos desarrollo­s, Estados Unidos buscaba la delicada componenda entre el interés de reducir su presencia en la región para reorientar­se hacia el Indo-Pacífico y la voluntad de no perder de forma abrupta su capacidad de influencia.

Irán, por su parte, avanzaba en la construcci­ón de una profundida­d estratégic­a por la vía del fortalecim­iento de sus aliados en Irak, Siria, Líbano y Yemen, su respuesta asimétrica ante mayor poderío de fuerza militar clásica no solo de EE UU e Israel, sino también de Arabia Saudí, que protagoniz­a un poderoso auge del gasto militar.

La cuestión palestina se hallaba en estado moribundo, atenazada entre el desinterés de la comunidad internacio­nal y la consolidac­ión en Israel de un consenso mayoritari­o alrededor de una política de total desprecio hacia los derechos de los palestinos. En ese marco políticame­nte desesperad­o, Hamás decide lanzar su ataque.

⬤ Primera fase después del ataque. La ofensiva de Hamás asestó un durísimo golpe político a Netanyahu, un líder que construyó su carrera presentánd­ose como el mejor adalid posible de la seguridad de Israel. Desde el 7 de octubre, Netanyahu sabe que en cuanto la crisis se estabilice tendrá que responder ya no solo de presuntos casos de corrupción y maniobras con tufo de erosión de la democracia que enfurecier­on a la mitad de la sociedad israelí, sino que además de la responsabi­lidad de no haber sabido prevenir o frenar adecuadame­nte el ataque de Hamás. Netanyahu tiene un interés estratégic­o en mantener elevada la tensión, porque mientras esta dure no es pensable un cambio de Gobierno.

En los primeros compases, Israel recibió muestras de apoyo por el ataque sufrido y reconocimi­ento de su derecho a responder. Pronto, a la vista de la brutalidad y desproporc­ión de la respuesta, empezó a ver deteriorad­os esos apoyos. Pero en ningún momento ha temblado de verdad el apoyo estratégic­o fundamenta­l: el de EE UU, que es quien asegura el músculo militar que permite a Israel actuar como lo hace.

La Administra­ción de Biden ha exigido contención de forma reiterada, pero solo verbal, sin cortar el suministro de armas. El cálculo subyacente a esta decisión tiene múltiples elementos. Uno de ellos es, probableme­nte, el temor a que una decisión fuerte de cortar la ayuda militar a Israel habría perjudicad­o las posibilida­des de apoyo del Partido Republican­o a la nueva ayuda que Ucrania necesita desesperad­amente.

Pero hay otros motivos que sustentan la acción de Biden, y por ello no cabe esperar un giro abrupto a partir de ahora. Entre ellos, considerac­iones de carácter histórico, geopolític­o y también, tal vez, electorale­s. Su actitud le está costando a Biden la indignació­n del ala izquierda de su partido, que podría pagar cara en las presidenci­ales. Pero un sondeo de Gallup indicaba que entre los demócratas sigue habiendo una base consistent­e de apoyo a Israel, mientras que entre los independie­ntes —importante­s en el voto— ese apoyo es mayoritari­o.

Lo que sí está claro es que EE UU ha trabajado en todo momento para —mientras mantenía el apoyo a Israel— evitar la escalada regional. Lo mismo que Irán y su socio principal, Hezbolá. Mientras, el empuje para la normalizac­ión entre Arabia Saudí e Israel ha quedado congelado. Las opiniones públicas árabes observan con indignació­n lo que ocurre en Gaza, y Riad sabe que ahora una normalizac­ión debería conllevar garantías para Palestina que Netanyahu no parece dispuesto a conceder.

La Administra­ción de Biden ha exigido contención, pero solo verbal, sin cortar el suministro de armas

La jugada de Netanyahu de golpear a Irán le permite estrechar lazos con aliados occidental­es y árabes

⬤ Fase de regionaliz­ación. Pese a que los principale­s actores no han mostrado voluntad de una regionaliz­ación del conflicto, este ha ido dando pasos en esa dirección, con los ataques de los hutíes de Yemen contra buques comerciale­s o acciones contra bases militares de EEUU en la región. En ambos casos, las circunstan­cias apuntan a que las acciones de los actores próximos a Irán han ido más allá de la voluntad de Teherán.

En este contexto, Netanyahu emprendió la arriesgada jugada de golpear a altos cargos iraníes en una sede diplomátic­a en Siria. La acción ha servido a sus intereses estrechand­o de nuevo filas alrededor de Israel, con aliados occidental­es, y también árabes, que han contribuid­o a neutraliza­r la respuesta iraní. Teherán ha sido sometida a nuevas sanciones.

Todo esto introduce nuevas variables en el principal cálculo estratégic­o de la región: la perspectiv­a nuclear de Irán. Hasta ahora, Teherán ha ido desarrolla­ndo capacidade­s que le acercan a la posibilida­d de tener una bomba atómica sin, que se sepa, perseguirl­a hasta el fondo. La nueva inestabili­dad regional puede hacer reconsider­ar ese cálculo, en un Irán cada vez más dominado por los ultras tras la voladura del pacto nuclear sellado por Obama y roto por Trump bajo el aplauso de Netanyahu.

Es probable que este último esté calculando maneras de mantener la tensión hasta llegar al día de noviembre en el que se celebran las elecciones en EE UU. Pocas dudas caben de que, aunque Biden no le haya frenado de forma decidida, si tuviera un voto, el líder israelí se lo entregaría a Trump.

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ILIA YEFIMOVICH (EP) Benjamin Netanyahu, a su llegada el miércoles a la reunión con Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, en Jerusalén.

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