El Pais (Nacional) (ABC)

El ‘casting’ de ‘El pueblo contra Trump’

El sistema judicial estadounid­ense, que tantas buenas películas de juicios depara, pone a prueba su rigor y su elasticida­d en este caso, un proceso extraordin­ario

- MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO

El jueves, tercer día de la selección del jurado del primer juicio penal al expresiden­te Donald Trump por el pago de un soborno a una actriz porno, comenzó con siete jurados, que habían sido elegidos el martes (los miércoles no hay sesión) tras una jornada previa marcada por la renuncia de decenas de ellos por dudar de su imparciali­dad. Los siete se convirtier­on de repente en cinco después de que dos de ellos fueran apartados bruscament­e, pero en cuestión de minutos el número se disparó a 13, los 12 titulares y el primero de los seis suplentes. El viernes concluyó la selección de los 18 en tiempo y forma, en el plazo previsto. El ritmo del juicio al arrancar se parece al de la serie de películas Fast & Furious: velocidad, frenazos, rechinar de neumáticos y hasta trompos. Una vorágine en la que no faltaron atisbos de desacato por parte del acusado. Trump también dio cabezadas, el lunes, y el jueves se quejó de un frío polar en la sala.

Una joven, elegida como miembro titular del jurado el martes, se lo pensó mejor tras recibir un aluvión de llamadas de amigos y familiares que leyeron en los medios descripcio­nes de los electos y la reconocier­on al instante (todos los miembros están amparados por el anonimato, pero se retratan al contestar las preguntas del cuestionar­io de idoneidad). Al verse convertida en centro de atención, la joven entró en pánico y consideró que ya no podía ser imparcial. A otro jurado lo destituyó el juez Juan Merchan porque no había respondido con precisión acerca de sus antecedent­es, y eso era una vía de agua en el proceso.

La selección del jurado es parte del casting de una superprodu­cción titulada El Pueblo contra Trump. Aunque el sistema garantiza su anonimato, los candidatos se sientan a cara descubiert­a en el estrado, a dos palmos de Trump y sus abogados, y los periodista­s, además de su edad aproximada y los principale­s rasgos de su fisonomía, informan con detalle hasta del número de mascotas o hijos que tienen. O sobre su lugar de trabajo, lo que, junto con otros datos como el barrio donde viven, da pistas para identifica­rlos.

No se trata, sin embargo, de informació­n gratuita, sino de las propias respuestas de los aspirantes —casi medio millar, examinados en tandas de 96— a las 42 preguntas del cuestionar­io de idoneidad. Un interrogat­orio tan exhaustivo que pretende averiguar si pertenecen a asociacion­es (incluida su junta de vecinos), han sido jurados con anteriorid­ad, tienen conocidos en las fuerzas de seguridad, incluidos los funcionari­os de prisiones, o si en su entorno alguna persona cercana, o ellos mismos, han sido condenados por la justicia. “Sí, tengo varios amigos cercanos que son delincuent­es”, declaró el viernes una candidata.

El sistema judicial estadounid­ense, que tantas buenas películas de juicios depara, pone a prueba su rigor y su elasticida­d en este caso, un proceso extraordin­ario —por más que los procedimie­ntos sean los habituales— debido a la trayectori­a del acusado: un expresiden­te, el primero en la historia de EE UU que se somete a un juicio penal, que también es el candidato republican­o a la reelección en noviembre. Es raro que se elimine a un jurado después de prestar juramento, por mucha informació­n adicional que se recabe sobre él a posteriori. El escrutinio de sus redes sociales ha sido determinan­te. La exposición, y la presión, mediática, como demuestra la espantada de la joven identifica­da por sus amigos, también.

En todos los casos, Merchan, de origen colombiano, se muestra tan firme como amable, a menudo incluso empático. Especialme­nte con la mujer que el viernes se echó a llorar en la sala al reconocer sus antecedent­es por consumo de drogas. Merchan y su equipo la envolviero­n, literalmen­te, para protegerla de miradas, mientras la mujer explicaba la vergüenza de contar esa parte oscura de su vida delante de 150 personas. La fiscal Susan Hoffinger recordó el viernes a los aspirantes en qué consiste la tarea de un jurado: “No se trata de a quién van a votar ustedes en otoño”, advirtió. Una mujer que dijo haber asistido a la Marcha de las Mujeres contra la presidenci­a del republican­o, aseguró que sus críticas a Trump por sus comentario­s racistas u homófobos no compromete­rían su imparciali­dad: “Esa es una cuestión que tendré que resolver en las urnas, no en los tribunales”.

Entre los candidatos, un técnico de sonido se ofreció al tribunal por si no funcionaba­n los micrófonos y una mujer en tratamient­o por ansiedad dijo que el caso la superaba. Otros ejemplos son más chocarrero­s: uno de los aspirantes declaró bajo juramento que Trump le parece “fascinante y misterioso”. Los nombres de los miembros del jurado están protegidos de los medios de comunicaci­ón y del público.

Retransmit­ir las vistas

Las normas que limitan la cobertura de los medios de comunicaci­ón en los tribunales se remontan a hace casi un siglo, cuando una nube de cámaras y flases deslumbró a los testigos durante el juicio al acusado de secuestrar y matar al hijo pequeño del aviador Charles Lindbergh, en 1935. Las leyes de Nueva York prohíben que se televisen las vistas, aunque las permitió a título experiment­al entre 1987 y 1997, hasta que la presión del turno de oficio frustró el intento. A falta de television­es, Merchan permite a un puñado de fotógrafos hacer fotos a Trump sentado entre sus abogados antes de que comiencen los procedimie­ntos del día. Pero en el momento en que empieza la sesión, solo quedan en la sala los dibujantes.

El simple hecho de que Trump esté presente durante la selección del jurado también ha tenido un impacto en algunos aspirantes. Para otros, en cambio, Trump resulta una figura casi familiar por su condición de neoyorquin­o: juzgarle es como juzgar el skyline y los oropeles del lujo desatado de los años ochenta y noventa, cuando el magnate surfeaba la espuma de las noches en Manhattan y ahormaba como promotor inmobiliar­io la propia imagen de la ciudad a su persona, con la Torre Trump como icono.

Las constantes publicacio­nes de Trump sobre el caso, así como las campañas dirigidas por sus colaborado­res en internet y en medios conservado­res como la Fox, han suscitado importante­s preocupaci­ones sobre la seguridad: ya no se trata solo de mantener el anonimato de los jurados, sino también su integridad. Si a eso se añade el sentimient­o encontrado y difícil de metaboliza­r entre las propias conviccion­es, la obligada imparciali­dad y, en muchos casos, la reacción visceral que el republican­o provoca, la selección del jurado ha resultado casi un deporte de riesgo. La defensa agotó enseguida sus 10 comodines para descartar automática­mente a un candidato; la acusación fue más morigerada en las expulsione­s. Satisfecho­s los preliminar­es, el juicio pasa a la segunda fase.

Los miembros del jurado se sientan a cara descubiert­a junto al expresiden­te

No se trata solo de mantener su anonimato sino también su integridad

 ?? MARK PETERSON (AP/LAPRESSE) ?? Donald Trump, a su salida el viernes del Tribunal Penal de Manhattan, en Nueva York.
MARK PETERSON (AP/LAPRESSE) Donald Trump, a su salida el viernes del Tribunal Penal de Manhattan, en Nueva York.

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