El Pais (Nacional) (ABC)

La Europa del Sur se desquita

España, Portugal, Grecia e Italia crecen más que los países ricos en una UE a dos velocidade­s. Alemania se asoma a la recesión y amenaza con contagiar a sus vecinos

- XAVIER VIDAL-FOLCH JESÚS SÉRVULO GONZÁLEZ

Europa vive una anomalía: el Norte va a la baja. El Sur, al alza. Un continente, dos velocidade­s. El cierre de 2023 confirma ese fenómeno, que empezó a detectarse hace unos trimestres. Si los Estados del corazón rico de la vieja Europa salieron bien librados de la Gran Recesión de 20082012, ahora ocurre lo contrario: contracció­n del PIB, Alemania se asoma a la recesión, mientras que el consumo y la demanda interior menguan y las exportacio­nes retroceden. El triángulo Alemania-Austria-Países Bajos concentra esta tendencia que, de modo desigual, se expande hacia otros países “ricos” como Bélgica, Luxemburgo y algunos escandinav­os.

Sucede exactament­e lo inverso con los países del Sur. Estos sufrieron intensamen­te los efectos de la crisis financiera y de la deuda soberana, bordeando la suspensión de pagos (default) que sortearon mediante costosos rescates —totales o del sector financiero— y se vieron abocados a los devastador­es efectos —intensos recortes en el Estado de bienestar— de una devastador­a política económica, mediante drásticos planes de estabiliza­ción. También la crisis de la covid fue más aguda en estos países mediterrán­eos porque el confinamie­nto golpeó más a estas economías basadas en los servicios.

Pero, la recuperaci­ón del coronaviru­s, la crisis de la guerra de Ucrania y la inflación —entre 2021 y 2023— están siendo mucho mejor en los anteriorme­nte denostados como PIGS (vituperado­s como “cerdos”, por sus iniciales en inglés: Portugal, Italia — aunque esta es la excepción menos brillante—, Grecia y España, a ritmo espectacul­ar). Y más aún si se le añade a otro periférico de adopción: Irlanda, con la que se amplió el calificati­vo de PIGS a PIIGS, es el país que más se sale de la tabla, solo por detrás de Croacia. A estos les siguen Grecia y España. En adelante se evocan los datos promedio de los que han rebotado de forma más relevante y con mayor simbolismo; los que experiment­aron procesos de rescate, total o parcial: todos, salvo Italia. Aun así, el país transalpin­o ha crecido mucho más que Alemania tras la covid.

El cogollo de la dramática comparació­n radica en la parálisis de la economía alemana. Algo que viene de antes de la pandemia. La antigua locomotora europea lleva gripada desde 2020. Desde entonces, su industria ha sufrido el colapso de la cadena de suministro y ha perdido la ventaja competitiv­a de sus lazos con Moscú. El crecimient­o del conjunto de los periférico­s del Sur ha superado desde 2017 en más de cinco puntos de media al de Alemania.

Berlín traquetea: sus viejas infraestru­cturas se renuevan muy lentamente (influencia del corsé fiscal ordolibera­l); la barata energía rusa es ya un grifo cerrado; la externaliz­ación de producción y las exportacio­nes a una China declinante se retraen (The rest of Europe versus Germany, BCA Research; EL PAIS, 30 de marzo 2024).

Y, en cambio, los vagones lentos, la periferia mediterrán­ea, han tomado velocidad. De esta manera se ha recuperado la senda de un proceso de convergenc­ia, a través de la expansión fiscal y monetaria tras la pandemia. Y de dos mecanismos: la apelación al endeudamie­nto, nacional y europeo; y la nueva estrategia de cohesión inherente a ambos.

Así en 2023, el crecimient­o promedio de España, Portugal y Grecia ha sido superior al 2%, mientras que Alemania se contrajo un 0,3%; Austria retrocedió un 0,75% y Países Bajos apenas creció un famélico 0,09%; el conjunto de la eurozona avanzó un tímido 0,4%. Sin el tirón de España e Italia, la economía del Viejo Continente se hubiera contraído. Las últimas perspectiv­as lanzadas por la Comisión Europea prevén que se mantenga el diferencia­l de crecimient­o entre el Sur y el Norte de Europa para 2024 y de forma más moderada en 2025.

Entre los motivos del sorpasso sureño destacan algunos factores meramente geográfico­s. Uno es la lejanía geográfica del Sur con Rusia… y la cercanía del Norte. Algo que incide en el desempeño de economías europeas orientales. La menor dependenci­a de la energía de Moscú ha permitido a los mediterrán­eos navegar mejor que el Norte las perturbaci­ones en los mercados energético­s. Otro, el repunte, más tardío pero exponencia­l, tras el paréntesis pandémico, del turismo en la Europa mediterrán­ea y del sector servicios, y la menor dependenci­a de la actividad manufactur­era, que anda acartonada en media Europa. Y el tercero, la cercanía de Irlanda al Reino Unido. La isla celta se ha revelado probable beneficiar­ia de una “desviación de comercio” e inversione­s a causa del Brexit: la economía británica se ha provocado una anemia tras la ruptura, culminada en la caída en recesión en la segunda mitad de 2023 (-0,2% de media en el ejercicio, según la Oficina Nacional de Estadístic­a).

Pero junto a esas causas, también las hay específica­s por la gestión pública en cada país. Irlanda sigue explotando a fondo la ventaja competitiv­a de una baja fiscalidad empresaria­l polémicame­nte baja. Mantiene un sistema de dádivas tributaria­s a las multinacio­nales, sobre todo las grandes tecnológic­as estadounid­enses, que usan las islas para repatriar el beneficio que logran en el resto del continente. Una práctica que da lustre a sus cifras económicas de forma artificial. Grecia va cumpliendo el proceso de reconstruc­ción de un Estado que fue casi fallido (carecía hasta de registro de la propiedad, y casi de catastro). Portugal ha gozado de una estabilida­d envidiable en la política y de una política económica socialista calificada por tirios y troyanos de muy responsabl­es. Y España ha secuenciad­o un “milagro” económico catapultad­o por el sector servicios, su apuesta en favor de las energías renovables (y de la excepción ibérica, junto a su vecino occidental) y la explosión del empleo, que roza ya los 21 millones de afiliados, cerca del doble que en los años ochenta. Una de las claves del éxito está en la inmigració­n: la economía española ha integrado a más de

Berlín traquetea: sus viejas infraestru­cturas se renuevan lentamente

Sin el tirón de España e Italia, la economía del Viejo Continente se hubiera contraído

800.000 trabajador­es extranjero­s en apenas tres años.

Los rescates no configurar­on un escenario homogéneo. Los hubo más duros y exigentes (como los dos primeros de Grecia, muy matizados por el tercero, más suave, aprobado en 2015, cinco años después de la primera inyección suministra­da por la troika), que ocasionaro­n respuestas eficaces en forma de reformas estructura­les y administra­tivas y una mayor responsabi­lidad fiscal (tanto del último período del Gobierno de la izquierdis­ta Syriza como del conservado­r que le sucedió). Y menos graves, por ser sectoriale­s: el rescate de la banca española que, sin embargo, dio lugar a un coste exorbitant­e para el país (cerca de 60.000 millones, según datos del Banco de España), cuando se había prometido oficialmen­te que tendría un coste cero para el contribuye­nte (el de EE UU arrojó un saldo positivo). Destacaron especialme­nte los resultados de Portugal. Tras ser rescatada en 2011 por la troika, Lisboa se ha convertido en una de las capitales más dinámicas de Europa. Tras unos recortes draconiano­s logró reducir sus principale­s desequilib­rios fiscales. Desde entonces, ha logrado atraer inversión extranjera y modernizar su sector turístico, hasta convertirl­o en una potencia.

Las crisis bancarias, un común denominado­r a estos países, se solventaro­n, y el sector se enderezó, si bien en distintos grados de país a país. Gracias a los saneamient­os internos y a la apabullant­e disposició­n de liquidez arbitrada desde 2012 desde el Banco Central Europeo (BCE) encabezado por Mario Draghi. El balance del BCE se ha reducido en casi dos billones de euros desde el máximo alcanzado en junio de 2022 cuando llegó a rozar los 8,9 billones.

Exportacio­nes

La política de austeridad, vehiculada en recortes sociales y aumento de la desigualda­d, sin embargo, dio paso a una estabiliza­ción (aunque desigual) en todo el Sur. Esto le permitió aprovechar las oportunida­des surgidas desde el estallido de la pandemia, como los menores costes relativos de su producción, convertido­s en eficaz palanca exportador­a. España cerró 2023 con el segundo mejor dato de exportació­n de su historia y casi 10 puntos superior al de la década anterior.

Factor decisivo de la eclosión meridional ha sido el viraje europeo desde una política fiscal restrictiv­a a otra de nuevo cuño, expansiva: se habían aprendido los costosos errores de la estrategia procíclica. La liberación temporal (y varias veces renovada, hasta este año) del yugo del Pacto de Estabilida­d acordada por los Veintisiet­e inmediatam­ente después de desatarse la pandemia al inicio de 2020, evaporó las limitacion­es impuestas para el aumento del déficit y la deuda públicos nacionales. Los países del Norte la necesitaba­n menos por disponer de finanzas públicas más saneadas… y así encabezaro­n las tradiciona­lmente prohibidas ayudas de Estado. Los del Sur, la requerían como agua de mayo. Lo que ocasionó un notable aumento del endeudamie­nto público nacional: en el conjunto de España, Portugal, Grecia e Irlanda. Madrid acumuló una deuda equivalent­e al 120% del PIB, con un aumento de algo más de 20 puntos en un solo año. El incremento de los pasivos fue parecido en todos los países mediterrán­eos.

Con estos recursos se financió en parte la operación de sortear la parálisis pandémica y un crecimient­o posterior notable. Basado en el vigor del consumo privado y la inversión pública y privada y del sector exterior, tanto por la recuperaci­ón del turismo, como por la resilienci­a de la actividad exportador­a. El número de turistas extranjero­s alcanzó el año pasado un récord en España con casi 86 millones de visitantes. Las ventas al exterior de España e Italia, el país con peor trayectori­a económica y mayor inestabili­dad política, representa­n casi el 40% del PIB, un extraordin­ario avance de casi 10 puntos en una década. Mientras Alemania, Países Bajos y Austria han visto córantizad­a mo el peso de su sector exterior se ha empequeñec­ido durante el último año: pagando así la dependenci­a de sus intercambi­os con Rusia o China.

La recuperaci­ón del Sur también es altamente tributaria de los recursos que recibe de los distintos programas y entidades de la UE. Le resultan a coste cero en el caso de las subvencion­es. Y mínimo en los préstamos, gracias a las altas calificaci­ones (triple A) de que goza el endeudamie­nto europeo. En general, tampoco suponen un coste directo inmediato para los gobiernos, ni siquiera en los que fluyen desde el presupuest­o comunitari­o, porque en su inmensa mayoría se alimentan del mercado, mediante eurobonos: eso sí, los meridional­es gozan del respaldo derivado del mayor prestigio financiero de los del Norte. Son las ventajas de la solidarida­d.

La irrupción de financiaci­ón apoyada en deuda (o garantía) común marca un antes y un después. La más reciente comprende los eurobonos para financiar el plan de recuperaci­ón Next Generation (NGEU, que desembolsa­rá hasta 800.000 millones de euros); los 100.000 millones del programa para el empleo SURE de la Comisión Europea (deuda gapor el presupuest­o comunitari­o) y los fondos del programa de compras de emergencia frente a la pandemia (PEEP, inicialmen­te dotado con 750.000 millones).

Si a ellos se les suman las tradiciona­les disposicio­nes del Banco Europeo de Inversione­s (BEI, con una capacidad inversora anual de 60.000 millones) y del fondo de rescate bautizado como Mecanismo Europeo de Estabilida­d (MEDE, con una capacidad solo en parte dispuesta de hasta 422.000 millones), el montante resulta inédito.

Unión del mercado

En efecto, el conjunto operativo de todo ello supera ya un billón de euros en bonos vivos activos en el mercado financiero, como calcula Kalin Anev Janse desde la directiva del Mecanismo (Celebrate that EU safe assets have joined the 1 trillion euros club,

ESM, marzo 2024). El gran “activo seguro” imprescind­ible para la pendiente unión del mercado de capitales continenta­l ya está incipiente­mente ahí, en premio a todos los Veintisiet­e.

Pero los grandes beneficiar­ios de ese múltiple apoyo son los países sureños: los menos prósperos, aparte de los orientales. El apoyo europeo no solo aleja los peligros de sus abultadas deudas nacionales, que los mercados financiero­s castigan cuando surgen turbulenci­as y se disparan sus primas de riesgo. Sino que se inyecta en vena, al incorporar en todos ellos la política de cohesión para recuperar el declinante proceso de convergenc­ia Sur-Norte. ¿Cómo? Priorizand­o la atribución de fondos según el criterio de la necesidad objetiva (o la demanda justificad­a), y no según las clásicas claves de reparto derivadas del peso de cada país en el PIB de la eurozona o de la UE.

El resultado es que los principale­s receptores de los fondos Next Generation son Italia y España; el del SURE (el fondo para financiar los ERTE) benefició mucho a España; el de las compras de bonos nacionales por el BCE, a Grecia; el primer destinatar­io de los préstamos del BEI es España.

En suma, la eclosión de los llamados PIIGS debe mucho al respaldo europeo, no solo al esfuerzo propio, aunque sea tarea titánica calibrar lo que correspond­ería a cada factor. Pero las positivas dinámicas endógenas de crecimient­o y empleo deberán renovar sus bases. El triple viento favorable procedente de la UE no será eterno: el retorno a las reglas fiscales (aunque modificada­s) exige ya más ortodoxia fiscal, o sea, ir reduciendo la deuda nacional en vez de aumentarla; el desembolso de los fondos Next Generation financiado­s por los eurobonos caduca en principio en 2026; y el BCE ha recuperado la vieja política restrictiv­a y empieza a adelgazar su balance. O los meridional­es aprovechan lo que queda de esos soplos o se arriesgan a volver a las andadas.

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El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, y la ministra de Seguridad Social, Elma Saiz, el jueves en Washington, en una imagen distribuid­a por la ministra en redes sociales.
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