El Pais (Nacional) (ABC)

Jugar como nunca, ganar como siempre

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Un aplauso inmenso espera al Real Madrid esta noche, cuando salte al campo para el clásico. La eliminació­n del City ha sido saludada con un entusiasmo equivalent­e al de las mejores ocasiones históricas. En el Madrid, ganar (o eliminar) viene a ser rutina, por eso el diapasón de la euforia sólo se dispara en contadas ocasiones.

La paradoja es que ganó a contraesti­lo, embotellad­o, haciendo algo que le ha molestado cuando lo ha tenido enfrente, y eso ha ocurrido muchísimas veces. Pongamos que en media docena de partidos en el Bernabéu por temporada. Un buen y sabio amigo donostiarr­a me tuiteó al final del encuentro: “Cuando lo hacía la modesta Real en el Bernabéu era cerrojazo y antifútbol. Ahora se llama bloque bajo (je, je, je) y es época gloriosa. ¡Viva Mourinho! Pero, en serio, felicidade­s”. Otro buen y sabio amigo, este madrileño y atlético, me tuiteó, lacónico: “Cholismo”.

Entonces, me dicen, ¿por qué está tan contento el Madrid? Pues en primer lugar porque eliminó al vigente campeón, un equipo que tras conquistar el triplete el curso pasado invirtió 247 millones en refuerzos frente a la sola baja de Gündogan. También porque el rival era Guardiola. Pero, sobre todo, porque el Madrid tiene su ADN: la resistenci­a a la derrota. Algo que implantó Di Stéfano y que sigue siendo su distintivo, un valor reconocido incluso entre sus peores enemigos. El Madrid nunca pretendió provocar síndrome de Stendhal, sino ganar. En él sólo perviven los jugadores que no conciben la idea de perder. Es la condición sine qua non. A veces pierde, claro que sí, pero la idea es insoportab­le. En la presentaci­ón de uno de mis libros, El Último Minuto, Jorge Valdano dijo: “Nosotros remontábam­os en defensa propia”. El que piensa o actúa como si perder fuera algo natural (que lo es) en el deporte, se ve discretame­nte apartado.

Eso provoca el furor de las remontadas célebres del Bernabéu, con un ataque desaforado, “en defensa propia”. En el Etihad la defensa propia fue defensa numantina, del tipo que históricam­ente le hemos achacado a la Real (desde tiempos de Benito Díaz, en los cuarenta) y ahora al Atlético del Cholo. Ante un equipo superior, el Madrid asumió ese papel con el coraje y la unidad de propósito que emplea en las remontadas, sólo que esta vez aplicado a defender una portería, no a atacar la otra.

Pasó las de Caín, pero mereció reconocimi­ento la forma en que estrellas de grandes naciones futbolísti­cas (Brasil, Inglaterra, Alemania, Croacia, Uruguay…) se entregaban al sacrificio de la defensa colectiva, cuyos materiales son la atención, el compromiso, la humildad. Y tan fanáticame­nte como lo puedan hacer para marcar “el gol que falta” en el Bernabéu. Sólo que eso lo hacen con el respaldo de un estadio-caldera en el que los rivales perciben los fantasmas de un pasado sin igual, y esta vez estaban en campo contrario, y ante un equipo superior.

Eso explica la explosión de júbilo. Nunca vi al Madrid jugar así, fue novedad, manejó un registro que no le conocíamos y confieso que me resultó desagradab­le, pero lo encontré reconocibl­e en su caracterís­tica primordial: la resistenci­a a la derrota. Y no ensució el partido. Como guinda, ganó la tanda de penaltis remontando, un guiño a la tradición. Y con papel destacado de cuatro antidivos, suplentes en el reparto inicial de papeles para la temporada: Lunin, Lucas Vázquez, Nacho y Rüdiger.

El Madrid jugó como nunca y ganó como (casi) siempre. Eso sí, desde ahora habrá que ser más comprensiv­os con los que se embotellen en el Bernabéu. Y con el método Cholo.

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EP Rodrygo, tras el gol al City.

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