El Pais (Nacional) (ABC)

Mano a mano entre dos escritores que viven más en la literatura que en la vida

Una conversaci­ón entre Luis Mateo Díez, que el martes recibe el Premio Cervantes, y su amigo José María Merino, con el que comparte la pasión por contar historias

- MANUEL MORALES

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 82 años) y José María Merino (A Coruña, 83 años) son escritores, los dos tienen raíces leonesas, ambos son miembros de la Real Academia Española (RAE), en sus libros se entreveran la realidad y la ficción y hasta coinciden en un físico quijotesco, de barba blanca en rostro afilado. Además, son muy amigos, han compartido veraneos con sus familias y junto con el novelista Juan Pedro Aparicio narran, en sesiones con público, breves historias, leyendas, en ocasiones vinculadas a los relatos que escucharon de niños al calor de la lumbre en las largas noches de los inviernos rurales, una tradición oral que en la tierra leonesa se llama filandón.

Estos dos homo narrans, contadores de historias natos, también coinciden en que han publicado la mayoría de sus libros con la editorial Alfaguara y han sido ganadores de numerosos premios, pero Díez ascenderá al olimpo de los escritores en español el martes, cuando reciba en Alcalá de Henares (Madrid) el Premio Cervantes de 2023 por su “prosa singular, que sorprende por sus continuos y nuevos desafíos”, como subrayó el jurado cuando se anunció el galardón. Un reconocimi­ento que lleva a Merino, cuando comienza la conversaci­ón, en el salón de Directores de la RAE, en marzo, a rendir pleitesía al galardonad­o: “Habla, que el príncipe eres tú”. “No, no, Merino, esto es un mano a mano y los dos somos muy dicharache­ros”, le responde Díez.

Pregunta. Me imagino que está en capilla, a días del Cervantes. ¿Sobre qué versará su discurso de aceptación?

Luis Mateo Díez. Lo tengo orientado porque vi un camino propicio: voy a hacer una evolución de dónde vengo como escritor, dónde estoy, qué hace un autor tan prolífico y cómo ve lo que le queda, que no va a ser demasiado [sonríe]. También, contaré la idea primigenia que tengo de Don Quijote, que en mi caso es la de un niño que conoce a un héroe, por lo que le cuentan los maestros, y eso marca una identidad de lo que vino después... pero Merino es muy cervantist­a.

José María Merino. ¡Hombre! Me llama la atención que vayas a tratar eso en tu discurso. Me gusta.

P. Con esta distinción, ¿se va a sentir más escrutado en lo que publique desde ahora?

L. M. D. Ya es mucho el camino recorrido por la edad y la obra. Ha sido un camino literario con mucha mirada hacia dónde iba. El Premio Cervantes supone que lo que venga ya tiene un sub

suelo muy fuerte... Yo es que he escrito muchas novelas.

P. Sí, sale casi a una por año.

L. M. D. Pero lo poco o lo mucho no es la medida de lo bueno. Ha sido la convicción literaria de cómo la vida está atada a lo imaginario. He vivido más en lo imaginario que en lo real. Y así me ha ido…

P. Bueno, le ha ido bien.

L. M. D. No, no, no, ha habido muchos extravíos, aunque luego está el enriquecim­iento que da el compromiso con la ficción.

P. ¿Por qué decidieron ser escritores?

J. M. M. A mí me gustaba mucho leer desde joven y tuve la suerte de que mi padre pensaba que la mayor riqueza de una familia son sus libros. Teníamos una estupenda biblioteca. Eso hizo, además, que fuese un buen redactor. Lo mismo le pasaba a Mateo… Al sistema educativo de entonces no le gustaba que leyésemos, como decían,

“novelas, no verlas”, y aconsejaba­n lecturas absurdas. Una vez nos llevaron en el colegio a visitar una fábrica para hacer luego una redacción, pero unos cuantos nos largamos porque hacía un día estupendo. Cuando el cura dijo mi nombre en clase para que leyera mi redacción, pensé: “Este se ha dado cuenta de que no estuve allí”. Yo les había preguntado a algunos compañeros lo que habían visto y así escribí sobre ello. Leí mi redacción y el cura dijo: “Para que vean ustedes lo que es la capacidad de observació­n”. Entonces me dije, esto va a ser que tengo algo de escritor. Así empecé a publicar poesía, una poesía que tenía algo de cuento, y luego cuentos y novelas.

L. M. D. Yo también era un niño escritor, pero más por una necesidad que me hacía digerir alguna obsesión y entender que la vida importante está en lo imaginario. Fui un lector desordenad­o, un escuchador de historias y además tenía curiosidad por inventarla­s, algo que he mantenido. Malísimo estudiante, pero con cierta capacidad oral. Un niño de posguerra interesado por salir de la inmediatez de cosas no muy gratas. Cuando empecé a escribir de verdad, tuve conciencia de que necesitaba un aprendizaj­e que me llevaba a soslayar cualquier inmediatez por publicar. El compromiso con unos amigos era ser inéditos [ríe], pero a la mínima nos salimos de eso y comencé a publicar en la revista

Claraboya.

P. ¿Cómo les ha influido esa infancia de relatos orales?

L. M. D. Era una fascinació­n, una costumbre de la montaña que daba valor a las palabras. Mi padre era muy palabrero y, como Merino, hemos sido unos niños de posguerra privilegia­dos. Yo crecí en un pueblo en el que estaba la huella de la Institució­n Libre de Enseñanza.

J. M. M. Mi padre, abogado, ejercía en León. Mi abuelo reunía los sábados a la familia para contar cuentos o lo que pasaba con los huidos en la guerra, cualquier cosa… Se mezclaba la ficción popular con las noticias contadas oralmente. Hace poco estuve en un instituto de Valladolid y ahora las familias se reúnen para ver la televisión, o cada uno está con su móvil.

L. M. D. Era una labor de entretenim­iento que se supeditaba a la palabra, ahora es todo más tecnológic­o. A veces, exagerando, digo que viví una infancia más cercana a la de un niño de la Edad Media que a la de los de la edad tecnológic­a. Los inviernos eran muy largos y aburridos y la palabra era necesaria para pasar al rato.

P. ¿Cómo surgen sus libros?

J. M. M. La primera novela que escribí, Novela de Andrés

Choz [1976] es sobre alguien que quiere escribir una novela. Siempre me ha perseguido ese juego de dobles. Quería decir que coincido con Luis Mateo en lo que ha dicho de empezar a publicar.

Al principio no pensaba en eso. Ahora, muchas veces, los jóvenes escriben pensando en publicar, y en lo que hay que pensar es en escribir, y luego se verá.

L. M. D. En mi caso, siempre parto de una idea poética que todavía no tiene encarnadur­a narrativa y luego voy anotando cosas en mi cuaderno. Con el tiempo tuve la necesidad de crearme un territorio personal, Celama, una provincia del noroeste con delimitaci­ones simbólicas. Veía un mundo del que era propietari­o y ya todo lo que escribo está ahí, los personajes peculiares, una condición humana de extravíos. Me ha dado una terrible fertilidad. Ya no respiro literariam­ente fuera de ahí.

P. ¿Tienen claro desde un principio cómo va a ser la novela?

J. M. M. Luis Mateo, recuerdo que tú siempre hacías una sinopsis de lo que ibas a desarrolla­r y lo cumplías. Yo lo hice una vez y en un momento dado un personaje se fue por otro lado. Parece absurdo lo que digo, pero pasó. Y ya no he podido hacerlo más. Lo que sí he mantenido es el juego metalitera­rio. Normalment­e, en mi novela hay otra novela o dos historias que se confrontan. Luego me ha gustado también la relación con ciertas mujeres del Siglo de Oro, como Lucrecia de León o Sofonisba Anguissola, y no sabes muy bien por qué.

L. M. D. Para mí, escribir es descubrir. Un elemento crucial es el título. Si no tengo el título, no sé por donde voy. Mis títulos expresan esa idea poética del chispazo originario de lo que voy a narrar [Las estaciones provincial­es, La Fuente de la edad, El espíritu del páramo...]. Mi camino es a través de un cuaderno de bitácora donde apunto cosas y luego la novela se abre. Lo extraño es que hay un momento en que no sé cómo voy a acabar la novela, pero sí sé la frase con la que termina. Y luego me interesa más la indagación de los personajes que la trama tan corriente en la literatura comercial de los vericuetos. Como decía Irene Némirovsky, “toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocid­a”. Yo me dedico a conocer gente y no a los gozos estéticos, que son cosas de medio pelo.

P. ¿Por qué han desarrolla­do una literatura en la que la realidad y la fantasía se entrecruza­n?

J. M. M. A veces tenemos la idea de que la ficción son invencione­s, y no. Hace miles de años se inventaron ficciones para descubrir la realidad. Antes de la filosofía y de la ciencia estaba la ficción y gracias al cuento entendíamo­s lo que sucedía. La ficción no es que sea mentira, es otro mundo. Como la perdamos y lo llevemos todo a simplifica­r las tramas, no sé adónde podemos ir.

L. M. D. Desde temprano me di cuenta de la precarieda­d que es vivir, dicho así poniéndono­s un poco súbitos. Esa precarieda­d me daba una imagen pobre de la opción estética del realismo, de contar la vida, y me dio para pensar que en la literatura se podía acceder

a otras vidas. Me gustaba más la novela que la vida, y eso es un lío padre. Como en lo moral me gustaba más pecar, que suponía romper la realidad religiosa, y eso me perturbaba. Me decía: “Esto de pecar es lo mejor del mundo”.

P. ¿Qué supone el humor en sus libros?

L. M. D. La mirada irónica, esperpénti­ca, pertenece a la sensibilid­ad que uno tiene. Yo supe lo que era un estilo literario leyendo a Valle-Inclán. Me interesó desde el principio mucho más la mezcla, lo tragicómic­o. Más el expresioni­smo que el surrealism­o. Además, está el humor como elemento de lucidez, para rebajar egolatrías y dar la medida de lo que estás viviendo.

J. M. M. Y luego está la mirada cervantina, que es difícil porque es piadosa, no destructiv­a.

P. Volviendo a la realidad y a su tierra leonesa, hace 25 años firmaron una tribuna en este periódico en la que defendían que León, entiendo que junto con Zamora y Salamanca, fueran una comunidad autónoma, ¿lo mantienen?

L. M. D. Era el momento y era una autonomía solo para León…

J. M. M. No, no, Luis Mateo, eso no lo teníamos claro. Era la región leonesa. León está hoy en una situación mala. Iba a ser el nudo de comunicaci­ón del noroeste y no lo ha sido. No creo que haya sido un acierto la comunidad autónoma de Castilla y León.

L. M. D. La España autonómica estaba bien, soy de la Constituci­ón del 78, no miro más para atrás, eh, pero ya había una España provincial consolidad­a. Nuestra comunidad ha funcionado bien, por ejemplo, en la conservaci­ón del patrimonio histórico-artístico, que estaba echado a perder en el franquismo. Sin embargo, da la impresión de que a León no le ha ido muy bien. ¿Pero quién ha gobernado en España la mayoría de estos años? Ahora se habla mucho de identidade­s, esa cosa tan terrible, tan vil, cuando lo que somos es españoles. Todos los ríos van a un mar que es España y si estás en contra de eso es tu problema.

P. ¿Qué ha sido la literatura para ustedes?

L. M. D. Dispara, Merino. J. M. M. Algo fundamenta­l. He conocido personajes maravillos­os, he aprendido lo que es la vida en la literatura. Es el gran mundo de la sabiduría, de lo que somos y por qué estamos aquí.

L. M. D. Suscribo lo que dice Merino, acentuando la idea de que en el contraste entre lo que vivo y lo que invento he vendido mi alma al diablo y estoy más incardinad­o en lo que invento.

J. M. M. Tú es que vives en Celama, Luisito.

L. M. D. Con 82 años soy un refugiado en el patrimonio de lo imaginario. La vida me interesa menos, ya la tengo vivida. La experienci­a de la imaginació­n es la fuente de lo que me queda por vivir, sin duda.

En mi discurso del Premio Cervantes contaré la idea que tengo de Don Quijote”

“Un elemento crucial cuando empiezo un libro es el título. Si no, no sé por dónde voy”

Luis Mateo Díez

En mis novelas suele haber normalment­e dos historias que se confrontan”

“Yo no creo que haya sido un acierto la comunidad autónoma de Castilla y León”

José María Merino

 ?? SAMUEL SÁNCHEZ ?? Los escritores José María Merino (izquierda) y Luis Mateo Díez, en el salón de Directores de la Real Academia Española (Madrid), el 21 de marzo.
SAMUEL SÁNCHEZ Los escritores José María Merino (izquierda) y Luis Mateo Díez, en el salón de Directores de la Real Academia Española (Madrid), el 21 de marzo.
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