Medio siglo temiendo a Carrie
La novela que puso al escritor Stephen King en el mapa hace 50 años, luego llevada al cine, mantiene su vigencia
Al principio no eran más que tres páginas. Tres páginas que el escritor Stephen King, por entonces un profesor de literatura del montón, había tirado a la papelera. La protagonista de aquellas tres páginas era una chica insulsa a la que las compañeras atormentaban en el instituto. Su madre estaba en exceso obsesionada con la religión, con la batalla entre el bien y el mal. Un mal que ella misma ejercía asfixiando a su propia hija.
“Parecía la típica cabeza de turco, el perpetuo blanco de las bromas, la chica capaz de tragarse las historias más inverosímiles, objeto de todas las malas jugadas. Y lo era”. Así la describe King en su primera aparición en las duchas del vestuario femenino de la Escuela Secundaria Ewen. Ella es Carrie White, la protagonista de la novela que acaba de cumplir 50 años y que, si resulta aún tan poderosamente indispensable, es porque cuando se publicó no existía nada igual.
No es solo que Carrie trate de una forma inmersiva, empática y en extremo real el acoso escolar, es que lo hace desde el no victimismo. Es decir, otorgando al damnificado aquello que todo el que ha sufrido alguna vez esa clase de tortura diaria e invisible, socialmente aceptada y perpetuada por la complicidad de un entorno tan culpable como el propio acosador, desearía haber tenido: poder. O, mejor dicho, la fuerza suficiente para devolver el golpe.
¿Y qué clase de fuerza podría tener alguien que está siendo acosado que no pasase por el enfrentamiento convencional, impensable en quien que ha perdido la autoestima hasta tal punto de que no se atreve a levantar la voz? Una fuerza mental. Que con el deseo de que algo acabe, de que el sufrimiento pare, se pueda provocar una especie de terremoto real, capaz de proteger del abuso, es casi un sueño hecho realidad.
King tenía 26 años cuando publicó la novela, y en Mientras escribo, esa suerte de memorias que son a la vez, y sobre todo, un manual de escritura, cuenta que la idea se le ocurrió mientras limpiaba el óxido de las duchas del vestuario de chicas del instituto de Brunswick, en el que su hermano Dave trabajaba los veranos como conserje. King no se había fijado hasta entonces en los contenedores de compresas y tampones que, por supuesto, no estaban en los vestuarios de chicos, y tampoco sabía que las duchas de las chicas tenían “cortinas de plástico rosa colgadas con anillas”. Quiso saber por qué, y Harry, el tipo con el que estaba limpiando el vestuario, le dijo que las chicas necesitaban más intimidad y le explicó que aquellas papeleras eran para “cuando tienen los días”.
Una idea se formó al instante en su cabeza. Y era una idea terrorífica. Una de aquellas papeleras estaba siendo descargada contra alguien que, en aquel momento, estaba en “uno de esos días”. ¿Qué había más terrorífico que ser atacada con tu propia intimidad? ¿Y si ella devolviera el golpe? ¿Pero cómo iba a hacerlo?
“Hacía unos años que había leído un artículo en Life donde se planteaba la hipótesis de que ciertos casos de poltergeist fueran fenómenos de telequinesia. Ciertas pruebas, sostenía el artículo, apuntaban a que la gente joven era más propensa a tener esa clase de poderes, sobre todo las niñas en el inicio de la adolescencia; cuando tienen la primera... ¡zas! Acaban de unirse dos ideas sin relación previa, la crueldad adolescente y la telequinesia, y consideré que podía ser la base para un buen cuento”, relata King que, sin embargo, se vio desde el principio desplazado por el personaje de Carrie White —”no llegó a caerme simpática”, escribió—, en parte porque la propia Carrie sabía que él no podría entenderla.
Fue Tabitha King, la mujer del escritor, la que rescató aquellas páginas de la papelera y le dijo que ella le echaría una mano en lo que significaba ser una mujer. Y ese, se diría, fue el ingrediente fundamental. Porque, desde la inocencia de aquel que no conoce, pero quiere conocer, se rompió no solo el tabú de la adolescencia femenina —y la crueldad de la misma— sino también el de la regla.
La sangre quedó asociada al poder de lo femenino desde entonces. Carrie revirtió también eso. La regla, esa relación periódica con la sangre, no era una debilidad, sino algo poderoso.
La novela se publicó en 1974 y tan solo dos años después Brian De Palma convirtió para siempre a la actriz Sissy Spacek en la reina de la adolescencia maldita en la ficción, también audiovisual. Desirée de Fez, autora del fundamental libro a medio camino entre las memorias, la crónica y el ensayo Reinas del grito (Blackie Books), y reconocida crítica de cine especialista en terror, considera que la “iconografía de la sangre asociada al poder de la mujer que rompe el sistema” es una constante en el cine desde el estreno del filme. “De hecho, las directoras de cine de terror, desde Issa López hasta Karyn Kusama están profundamente influidas por la estética de la película y por el personaje”, añade.
Kusama, responsable de una cinta tan icónica sobre la adolescencia maldita como Jennifer’s
Body (2009) confesaba hacía no demasiado “lo poderoso” de la película sin la que, evidentemente, el libro no habría tenido el impacto que tuvo y sigue teniendo, algo que admitió, en su momento, el mismo Stephen King.
“La última vez que la vi, en el momento en el que ella baja del escenario, cuando empieza la destrucción, grité ¡Sí! La historia es tremendamente catártica, en algún sentido mitológica. El comienzo, esa humillación terrible, el desconocimiento de su propio cuerpo en la protagonista es tremendamente cruel, y para mí tiene algo que ver con el alma podrida de Estados Unidos. Que todo el mundo esté con ella, que la acompañe durante esa venganza, que entienda la rabia ante la represión, me resulta terriblemente bello. Me dice que todos somos Carrie de alguna manera, o nos hemos sentido como ella”, relata la directora sobre el personaje, esa chica del montón que, escribió King, parecía “una rana entre cisnes” y que para siempre será la que pudo devolver el golpe, todos los golpes.
Al principio, el texto no tenía más que tres páginas que acabaron en la papelera
La sangre quedó asociada desde entonces al poder de lo femenino