“Me sobrecoge verme como el padre de Asunta”
Tristán Ulloa —el actor que clava a Alfonso Basterra, padre y asesino, junto a su ex esposa Rosario Porto, de la niña Asunta en la serie El caso Asunta— llega a la cita y se pone a disposición correcto y cordial, pero midiendo cada palabra. Con el tiempo, va templándose y abriéndose, quizá más de lo que pensaba. Sin grabadora de por medio, la conversación podría durar todavía.
Si digo “Alfonso Basterra”, ¿qué le sugiere? Un enigma.
¿Y Rosario Porto? Me cuesta hacer esto, porque es simplificar demasiado. Me he propuesto no juzgarlos. Más allá de si son inocentes o culpables. ¿Siguió el caso? No. Tenía una idea muy vaga. En el rodaje, en Galicia, todo el mundo tenía una opinión. Tuvimos que separar el grano de la paja, abstraernos del ruido. Creo que nunca se sabrá qué pasó exactamente. Como sociedad no estuvimos a la altura. Puedes tener enfrente a un monstruo, pero no te puedes convertir tú en otro peor. ¿Cómo se aisló del ruido?
Bueno, soy actor. Se trataba de encarnar a un ser humano. Candela [Peña, la actriz que encarna a Rosario Porto, la madre de Asunta] y yo acordamos ir escena a escena. Ponemos preguntas sobre la mesa, pero no nos corresponde contestarlas. ¿Le sorprendió el resultado? Me sobrecoge verme como el padre de Asunta. Fue complicado. No quería hacer ese papel, meterme en ese abismo. Mira, esa palabra puede definir lo que me sugiere Rosario Porto. Un abismo profundísimo. Cuando vi el guion, unos mimbres potentes que podrían soportar ese peso, hablé con mi familia y nos fuimos a Galicia, juntos en esto. ¿Se ha sobrecogido otras veces? Tengo dos hijos, de 15 y 7 años. Todo me resuena. Llegaba a casa y desconectaba, pero a mi hija le llegaban cosas. Es una niña y me preguntaba cosas de otra niña. Fue impactante. ¿Se arrepiente de haber aceptado el papel? No, creo que he crecido algo como actor y, seguramente, como persona.
A los 53, ¿sigue creciendo?
Se sigue aprendiendo, pero ya le has dado la vuelta al jamón.
¿Y cómo sabe la segunda parte? Más sabrosa. Sigo teniendo miedos e inseguridades, que fue por lo que me metí en la
interpretación, pero tengo más conocimiento y experiencia, estoy más armado, lo disfruto más, no me tomo tan en serio. ¿Cómo es para usted la paternidad? Un examen diario. Los hijos te prueban, te cuestionan, y no siempre apruebas.
¿La familia es el cielo o el infierno? No elegimos dónde nacemos, y a veces uno tiene que llevarse bien con quien no ha elegido. El amor de los padres, mal ejercido, puede ser una losa. Y, entre las parejas, es muy difícil juzgar una relación ajena. Yo llevo muchos años con la mía, y no se trata de aguantar nada, sino de conocerse y llegar a acuerdos. Tiene que haber mucho más que amor en una relación para que se sostenga.
Profesionalmente, le va de miedo. Estoy contento. Pero hace nueve años pensé que iba a dejar esta profesión. No me llamaban, empecé a hacer cualquier cosa y empezó a no gustarme, perdí la ilusión, me sentía muerto como actor. Hasta que conocí a mi nueva representante, y dijo: “Voy a hacer que tengas ganas de volver a trabajar”.
¿Y lo logró? Confió en mí y me hizo empezar desde otro sitio, en inglés. Eso me supuso un aliciente para superar el abismo que sentía. Recuperé el pulso.
Nació en Francia, hijo de emigrante gallega, se crio en Madrid. ¿De dónde se siente?
Tengo que pensarlo. Pero me reconozco en la idiosincrasia gallega. A los gallegos se nos da bien la melancolía, la tormenta, la lluvia, la niebla, y el humor. Reírme de mí mismo me ha salvado de mí muchas veces.
Tiene a su madre en una residencia. ¿Cómo se vive en
medio del sándwich? No sé cómo lo haré como padre, con la rebanada de abajo. Pero con la de arriba tuve muy buenos cimientos. Mi madre sigue siendo mi confidente, aunque ya no me conteste. Me parecen terribles algunas situaciones en las residencias. No me entra en la cabeza que la gestión no sea pública.
¿Teme a la vejez? Mis miedos tienen que ver con cómo no descuidar a los míos, cómo aceptar que no puedo ser perfecto. El miedo es a cagarla. En la segunda parte del jamón intento quitarle grasa a la vida.