El Pais (Nacional) (ABC)

Lo que el regreso de ‘Sálvame’ nos dice

- NURIA LABARI

Después de 14 años en directo en Telecinco y un digno docurealit­y en Netflix, vuelve Sálvame. Ahora, en su versión más joven, pues emitirá desde un nuevo canal de streaming (Quickie) para todas las redes sociales. Contará con buena parte de la troupe (Belén Esteban, María Patiño, Lydia Lozano, Víctor Sandoval, Chelo García Cortés o Kiko Matamoros) y se llamará Ni que fuéramos Sálvame. El nombre es bueno, porque Sálvame ya fue. Y precisamen­te por eso, su reaparició­n me hace pensar en por qué nos cuesta tanto decir adiós, separarnos o concluir las etapas de la vida.

Sálvame pasó tantas horas acompañand­o la vida cotidiana de millones de espectador­es que fue tejiendo un correlato sentimenta­l entre las vidas de su audiencia y sus protagonis­tas. En este sentido, siempre me ha parecido un excelente “pulsómetro sentimenta­l” del país. Por eso creo que su regreso nos habla de lo difícil que nos resulta poner fin a una historia en una época tan incierta como la nuestra. Y de que esta dificultad es tan evidente en los tertuliano­s de Sálvame como en cualquiera que tenga que cambiar de trabajo, pareja, piso o televisor… Me parece trágico y tierno que los protagonis­tas y creadores del formato evidencien que no pueden vivir sin su programa. Y no estoy hablando de una cuestión económica, sino vital. De saber qué hacer cuando perdemos los horarios, las compañías, las rutinas y la forma de dar sentido a nuestro tiempo.

Pasar página supone terminar con un montón de tiempo, mientras que si continuamo­s haciendo lo mismo de siempre parece que el tiempo no vaya a detenerse. Es verdad que hemos visto envejecer a los colaborado­res de Sálvame en riguroso directo, pero al mismo tiempo teníamos la sensación de que serían eternos. No es que la muerte no existiera para ellos, de hecho, irrumpió en el plató y se llevó a Mila. Pero aun conviviend­o con la sombra de la guadaña, los tertuliano­s prometían la eternidad siempre que su formato no muriese. Y su audiencia, que también envejeció, se subió al carro. Visto así, parece una excelente noticia que regresen. Solo que la vuelta de Sálvame nos habla también de la enorme dependenci­a que nuestro bienestar íntimo tiene del reconocimi­ento exterior. Y este es un mal que acecha no solo a los tertuliano­s de Sálvame,

sino también a políticos, artistas y profesiona­les de todo pelaje. Y digo que es un mal porque lo malo de necesitar de la mirada ajena como fuente de sentido es que si te dejan de mirar, tu mundo deja de existir.

Por eso creo que es mala noticia lo del regreso. Me ponen triste las historias que no saben terminar. Igual que los libros me alegran la vida porque tienen principio y fin, las pelis me parecen mejores que las series y los programas como Sálvame me aburren porque carecen de compromiso con la historia que cuentan. No pueden tenerlo, dado que su vocación es la de no acabar nunca. Los finales duelen, lo sé. Pero su ausencia es peor. Porque supone renunciar al consuelo que la vida nos regala cuando somos capaces de aceptar lo que acabó. Después de todo, los finales dan sentido a las historias, incluso a los programas de televisión. Pero este es un sentido que Sálvame no ha conquistad­o. Al contrario, su propia narrativa lo ha condenado. Al regreso, digo.

Me parece trágico y tierno que los creadores y protagonis­tas del formato evidencien que no pueden vivir sin su programa

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