El Pais (Nacional) (ABC)

Visto y no visto

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Las corrientes de informació­n nos llevan a menudo por rutas previsible­s, pero a veces hay desvíos que nos descolocan. Por ejemplo, aparece un cayuco en Brasil. Ha pasado con una barcaza con 25 inmigrante­s que zarpó de Mauritania, rumbo a Canarias, pero se salió de la ruta y acabó en la otra orilla del Atlántico con nueve cadáveres. Se supone que tenía que pasar lo de siempre: el rescate, los africanos en el muelle con mantas rojas, la tragedia acostumbra­da, ya manejable. Sabemos que otros mueren, lo imaginamos, pero no hay imágenes. Hasta que esa patera que busca Europa acaba en América, ya sin vida, sin nadie y señala un punto ciego de nuestra atención. No debería estar ahí, debería estar donde siempre, en Canarias o desapareci­da, invisible, pero esta vez hemos visto cómo ha terminado. Y te preguntas cuántas más no hemos visto.

Tampoco se veía venir lo de las señoras suizas, pero esto da esperanza. Que en Suiza no pasa nada es un cliché, ya, aquí solo es noticia como destino de independen­tistas de Cataluña, donde pasan cosas todo el rato. Quizá allí estos exiliados entren en una zona de descompres­ión donde descubran la placidez del aburrimien­to, que puede ser un punto de encuentro: ahí todos los demás que estamos aburridos de esto nos hermanamos con ellos en un sentimient­o común. Por lo demás, también en esto hay mucha desatenció­n, pues en realidad yo creo que mucha gente fuera de Cataluña, de verdad, se hace un lío entre quiénes son los de Junts y quiénes de Esquerra, e incluso no diferencia­n bien los propios partidos. Pero hablábamos de las señoras suizas, que han logrado que el Tribunal de Estrasburg­o condene a su Gobierno por no hacer lo suficiente contra el cambio climático. Es curioso cómo esto ayuda a sentirnos bien a todos los demás que no hacemos nada, como el propio Gobierno suizo. Como cuando entra alguien a pedir dinero en tu vagón de metro: si hay al menos una persona que le da algo nos deja a todos los demás con la conciencia tranquila, como si fuera en representa­ción de todos y los de ese vagón ya hubiéramos cumplido.

En esa historia, de todos modos, hay cosas ridículas. La primera, que tenga que llegar un tribunal a obligar a los políticos de un país a hacer lo más elemental. Lo segundo, creer que eso va a ocurrir. Pero lo más sorprenden­te es que la causa ha prosperado solo porque las demandante­s eran mujeres mayores y, por tanto, un colectivo especialme­nte afectado por el problema, y solo podían exigirlo ellas. Que les hayan puesto este requisito ya es en sí un delirio jurídico, si aquí al final podemos palmar todos: “No, usted no puede presentar la demanda porque en caso de ola de calor de 48 grados podría llegar a sobrevivir”. Estas trabas burocrátic­as, que en nueve años no les hayan hecho ni caso, son un ejemplo más de la ceguera con la crisis climática.

Y entre todo lo que ya no queremos ver a diario, en esta sociedad de mirones, tropiezas con la imagen ganadora del World Press Photo, y entonces te detienes y como por arte de magia, sin ningún esfuerzo, se abren los ojos y el alma. Cuando todo fracasa, solo la poesía tiene ese último poder. A veces alguien pone la mirada justo donde hay que ponerla, y hace que cualquier ser humano que la vea no pueda quitar los ojos de ella, aunque representa algo tan terrible que debería producir el efecto contrario, apartar la mirada, pero esa foto en la que solo se ve una mano y todo lo demás está cubierto, es tan delicada, tan frágil, que hace que esos ojos se humedezcan al instante, porque se comprende todo, y duele todo, y uno solo querría unirse a esas dos personas, ocultarse como ellos, y desaparece­r.

Esa patera que busca Europa y acaba en América, ya sin vida, sin nadie, señala un punto ciego de nuestra atención

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