El Pais (Nacional) (ABC)

Una carrera desbocada

- ANDREA RIZZI

El mundo galopa en una desbocada carrera armamentís­tica. Los nuevos datos publicados por el Instituto Internacio­nal de Investigac­iones para la Paz de Estocolmo son elocuentes, con un salto del 6,8% del gasto militar mundial, crecimient­o en todas las regiones del planeta y el nivel per cápita más alto desde 1990. Todo induce a pensar que esta dinámica seguirá en los próximos años. Los datos son obviamente el reflejo de la enorme tensión provocada por la invasión rusa de Ucrania, pero también el pulso preocupant­e entre EE UU y China y la inestabili­dad de Oriente Próximo.

Un factor altamente negativo de la actual carrera armamentís­tica es la casi total ausencia de tratados de control de armas que la limite y controle. La arquitectu­ra de seguridad que se había ido construyen­do entre las dos grandes potencias militares de las últimas décadas —EE UU y URSS / Rusia— se ha ido desmoronan­do. Uno tras otro, los pilares han colapsado: el tratado antimisile­s balísticos, aquel sobre fuerzas nucleares de rango intermedio, el de fuerzas armadas convencion­ales en Europa o el de cielos abiertos, que permite ciertas medidas de vigilancia aérea. De una manera u otra, con distintas argumentac­iones, Washington y Moscú han dejado caer estos acuerdos. El Nuevo START, también sobre armas nucleares, se halla malherido. El multilater­al Tratado de No Proliferac­ión nuclear sigue de pie, pero muestra claros signos de ineficacia.

En paralelo, nada nuevo ha surgido en relación con la nueva segunda gran potencia, China, que gastó unos 300.000 millones de dólares en defensa en 2023, un tercio que EE UU. Pero esa cifra representa un incremento del 60% en una década, frente al 10% de Washington. La OTAN sigue representa­ndo más de la mitad del gasto militar mundial.

El margen de diálogo entre Washington y Moscú es prácticame­nte nulo después de la invasión de Ucrania. Pekín, por su parte, considera que todavía dispone de un amplio recorrido para poner sus arsenales al nivel de las dos potencias históricas. No está dispuesta a asumir ataduras mientras tanto. Los tres invierten mucho, entre otras cosas, en el segmento nuclear. Los primeros dos en un esfuerzo de modernizac­ión. La tercera, ampliando un arsenal que es todavía más pequeño.

Esta situación es indeseable. Los tratados de control de armas aportan valiosos elementos de control y transparen­cia, imponiendo reglas, límites, mecanismos

de comunicaci­ón y vigilancia. Todo esto es crucial para reducir derivas insensatas o riesgos no intenciona­dos. Precisamen­te por ello la URSS y EE UU los fueron construyen­do en la etapa conocida como Détente, entre finales de los años sesenta y principios de los setenta. Tras la guerra de Corea en los cincuenta y el susto terrible de la crisis de los misiles de 1962, fueron madurando las condicione­s para ese diálogo.

Ambas potencias sostenían un enorme gasto para financiar la carrera. EE UU sufría en Vietnam, la URSS tuvo que encajar el alejamient­o de China. Empezaron a hablar, y brotaron poco a poco varios tratados, como el de misiles antibalíst­icos o el de fuerzas convencion­ales, que consiguier­on colocar la Guerra Fría en un carril más previsible.

Inestabili­dad e imprevisib­ilidad son dos rasgos clave de esta época. Ya es así. Y Donald Trump tiene posibilida­des reales de ganar las elecciones presidenci­ales de EE UU el próximo noviembre.

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