El Pais (Nacional) (ABC)

Kant entre dos frentes

- WOLFRAM EILENBERGE­R Wolfram Eilenberge­r es filósofo, autor de Tiempo de magos (Taurus). Traducción de News Clips.

Dos circunstan­cias llenan el ánimo de temor creciente cuanto más persistent­emente se ocupa de ellas la reflexión: la amenaza militar de las dictaduras del Este y el tribalismo político identitari­o en nuestras propias filas. Hoy, ambas ponen en riesgo la pervivenci­a de las democracia­s liberales. Por ello, una vez más debemos tener el valor de pensar y actuar por nosotros mismos. Pero, sobre todo, este coraje no debe entenderse solo en el sentido de reforzar la autonomía militar y económica, como si las guerras más cruentas se libraran principalm­ente por los recursos materiales, y no por ideales e identidade­s; como si las debilidade­s críticas se manifestar­an en primer lugar en el producto nacional bruto y la reducción del presupuest­o de defensa, y no en el ámbito de las conviccion­es compartida­s.

Un primer paso para aclarar la posición de uno consistirí­a en reconocer que estas circunstan­cias presentes —el nacionalis­mo dictatoria­l regresivo al estilo de Putin y la política de identidad supuestame­nte progresist­a de los ambientes académicos de izquierdas— comparten la misma imagen del enemigo: los ideales morales y jurídicos de la Ilustració­n europea, particular­mente en forma de compromiso incondicio­nal con la universali­dad de la dignidad humana, la autodeterm­inación en la acción y el derecho al desarrollo individual, entendido también en sentido económico.

No ha existido mente que haya formulado la validez de estos ideales con mayor lucidez que Immanuel Kant. Hoy se celebra con gran pompa el tricentena­rio del nacimiento del más grande de los pensadores de la Ilustració­n. Una de las ironías de esta época de ensimismam­iento filosófico consiste en que los enemigos declarados de los modos de vida liberales reconocen el valor fundamenta­l del pensamient­o de Kant con más claridad que sus defensores. Justo en la primavera del jubileo, Antón Alijánov, gobernador del enclave ruso de Kaliningra­do (antes Königsberg), acusaba al hijo celebérrim­o de la ciudad de ser el “creador intelectua­l del Occidente moderno”, para precisar acto seguido que sus obras Crítica de la razón pura y Fundamenta­ción de la metafísica de las costumbres “sentaron las bases éticas y de valores del conflicto actual”. El loro de Putin estaba pensando en la guerra defensiva de Ucrania.

Aunque el veredicto de Alijánov no estaba cargado con un conocimien­to profundo de los textos, en este caso la boca del idiota dijo la verdad. En efecto, la Ilustració­n de Kant es lo opuesto a los nefastos regímenes violentos como el de Putin, que utilizan una confusa mezcla de racismo, fantasías de pureza étnica y doctrinas ortodoxas para forjar armas de guerra incondicio­nal contra otros demonizado­s, en este caso, “Occidente”.

El hecho de que para el bando de la política de identidad que se tiene a sí mismo por progresist­a Kant también represente la imagen del verdadero enemigo de su propio activismo no es una casualidad. En nombre del anticoloni­alismo, el antieuroce­ntrismo, el antifaloce­ntrismo y, por supuesto, el anticapita­lismo, la existencia y la obra del viejo hombre blanco de Königsberg se consideran símbolo de todo lo que hay que superar y hacer caer del pedestal. En nombre de la actual política de identidad, donde antes había universali­smo y liberalism­o kantianos, en adelante deben reinar la relativida­d de los valores y el colectivis­mo; donde el hombre, como ser autodeterm­inado, debía buscar el camino hacia su propia voz y su felicidad, a partir de ahora la víctima marginada será la destinatar­ia principal de la evolución del grupo.

Sin embargo, la alianza solo en apariencia contradict­oria entre los mencionado­s enemigos de la Ilustració­n difícilmen­te podría haber cobrado tanta fuerza en la última década si el bando liberal no hubiera abandonado también el universali­smo radical de Kant, y con ello el fundamento de una actitud liberal coherente. A raíz del colapso de 1989 llegó a creerse en Occidente que era posible renunciar a cualquier forma de reflexión más profunda sobre sí. ¿Acaso la llamada realidad no hablaba por sí misma? ¿No había demostrado el modelo occidental de democracia­s liberales su superiorid­ad funcional, tanto en lo que al entorno vital como a la economía, la cultura, y hasta la ecología se refería? En esta línea, “la humanidad” llegó a reducirse a una categoría puramente biológica, en vez de entenderla, como hiciera Kant, como un ideal de desarrollo cultural aún por realizar.

¿Hay alguien que hoy siga creyendo que puede maniobrar entre los estrechos existencia­les de las constelaci­ones actuales con la sola ayuda de un pragmatism­o benévolo y, a ser posible, subvencion­ado, ya sea en el Donbás, en el mar de China, en las playas de Gaza o en el golfo de Adén? Todas ellas son zonas de máximo riesgo de violencia y revancha, en las que solo el compromiso incondicio­nal, es decir, kantiano, con el valor de cada vida humana, y una defensa sólida del derecho internacio­nal humanitari­o pueden servir de brújula liberal.

Kant también nos ilustró sobre cómo cada uno de nosotros puede descubrir y activar esta brújula, especialme­nte en la más profunda oscuridad. Y no es sino mediante el ejercicio de calma en las horas de miedo al acecho y pérdida de sí que sigue adornando la lápida del pensador en Königsberg: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto crecientes a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

Honrar el legado del filósofo en su tricentena­rio ayuda a iluminar los valores de la modernidad, hoy en peligro

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