El Pais (Nacional) (ABC)

No va contra el turista

- REBECA CARRANCO

Apartir de los 16 años (y, con trampas, quizá algo antes), en los pueblos de costa había un camino claro: estudio en invierno, trabajo en verano, Navidad, puentes y fiestas de guardar. Cuando los más afortunado­s esquiaban, aprendían idiomas, leían en una tumbona o se quemaban al sol en la playa, la mayoría vendía cremas solares, barras de labios o perfumes a los turistas. Más de ocho horas de pie, a las que incluso se les encontraba cierta gracia cuando se compartían con amigos: jornadas laborales empalmadas con noches de fiesta. Un día tras otro, del 15 de junio al 15 de septiembre, con cansancio, resacas y algún martes de asueto.

Así fue siempre en la Costa Brava, donde nuestras abuelas limpiaban habitacion­es de hotel —ahora las llaman camareras— y nuestros abuelos levantaban las urbanizaci­ones que ya hace años destruyero­n el litoral. Con la gratitud por bandera, a pesar de dedicar cuerpo y alma al trabajo, esa generación encontró la manera de pagar una casa, un coche y hasta los estudios del primer licenciado de la familia. También con la esperanza de que ellos fuesen los primeros de la estirpe con vacaciones en agosto, y que un día pudiesen ser los que preguntase­n a las diez de la noche en cualquier tienda: “¿Ya cerráis?”.

Incluso esa generación que vivió y mejoró gracias al turismo aplaude las protestas de Canarias. El apoyo se repite en Cataluña, pero también en Andalucía, en la Comunidad Valenciana, en Madrid, en Galicia, en las Baleares... Solo hay que darse un paseo por X, la antigua Twitter. Los motivos para quejarse son tan claros que avergüenza señalarlos: viviendas impagables, espacio público privatizad­o, afectación al medio ambiente, homogeneiz­ación comercial… “No es una manifestac­ión contra el turismo”, repiten incontable­s usuarios, públicos y menos conocidos, en la red social; es contra un modelo económico que expulsa a los vecinos, desalma a las ciudades y condena a la precarieda­d a la inmensa mayoría de la población.

“No resuena lo suficiente la importanci­a histórica de lo que está pasando en Canarias, récord de turistas, récord de pobreza”, escribe el periodista Javier Salas. “No es una manifestac­ión contra el turismo (vivimos de él), ni contra los turistas, sino contra la pésima gestión de todos los gobiernos y la nula visión de futuro de los responsabl­es de la planificac­ión”, tercia Ignacio S. de Erice. Las pancartas con lemas como “no es tu parque turístico, es mi casa”, “no es un ataque, es una defensa”, “40.000 inmigrante­s y 15 millones de turistas, ¿y el que nos preocupa es el primero?”, han recorrido las redes junto a la etiqueta #canariasti­eneunlimit­e.

En Barcelona también han pasado cosas. El Ayuntamien­to, socialista, ha tomado una medida radical para mejorar la vida de sus ciudadanos, que a las 11 de la mañana ya no pueden sentarse en una terraza a tomar un café porque están montadas para comer: borrar de Google Maps la línea de autobús 116. Los turistas se subían en tropel para visitar el Park Güell. Lo que pasó a continuaci­ón no sorprende a nadie: “Los turistas colapsan ahora los buses 24 y V19 para ir al Park Güell”, titula la televisión local BTV. “Eliminemos Barcelona de Google”, se burla la periodista Anna Pacheco en X.

Los usuarios de X aplauden las protestas en Canarias y recalcan que la masificaci­ón empobrece la vida urbana

Los vecinos de ciudades turísticas, cuyos ayuntamien­tos venden año tras año como un éxito el incremento de visitantes, se ven obligados a abandonar el centro. No pueden pagar sus alquileres, ni sentarse a tomar tranquilam­ente un café, ni pagar el sobrepreci­o de cualquier cosa. Pero les persigue una amenaza, la descentral­ización, que, como define el antropólog­o José Mansilla, “no deja de ser un eufemismo para continuar hablando de crecimient­o ilimitado”. Y contra todo eso, entre aplausos, se manifestó el sábado Canarias y se celebró después en X con fruición. ¡Viva!

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