El Barça en la búsqueda de Gasoles y Navarros
El club ha cambiado el modelo formativo de la cantera al huir de los equipos tradicionales para priorizar grupos y jugadores
Es una tarde cualquiera en la ciudad deportiva del Barcelona y por el pabellón aparecen un buen ramillete de niños, la mayoría talludos, alguno con prisas, pero todos la mar de educados porque al entrar por las instalaciones se acercan a los trabajadores para estrecharles la mano, un saludo antes de pasar por el vestuario y el parquet, antes de jugar al baloncesto con su equipo. Bueno, más que su equipo, su grupo. Porque desde la dirección de la cantera azulgrana, dirigida por Álex Terés y Alfons Alzamora, secretario técnico y coordinador del baloncesto formativo azulgrana, se decidió cambiar el modelo hace dos años en la incansable búsqueda de Gasoles y Navarros.
Giro metodológico. Dada la capacidad de seducción para contar con los mejores de la región y más allá, hasta hace dos años los canteranos se ponían la camiseta, se entrenaban con su equipo y ganaban con facilidad a casi cualquier rival. “Esto pervertía uno de los valores del deporte; se ganaba sin dar el máximo esfuerzo”, resuelve Terés. Y se decidió cambiar el modelo con la idea de inscribir a los chicos en categorías superiores.
Un niño no pertenece a un equipo o categoría sino que está en uno de los tres grupos: Barça Atlètic, Cadete o desde Infantil hasta Mini. Todos ellos cuentan con sus entrenadores y coordinadores, supervisados por Terés y Alzamora. “Se particulariza el método. Mezclamos jugadores y huimos del concepto tradicional de equipo porque así los chicos se entrenan con otros de mucha calidad, lo que ayuda a su desarrollo porque hace que el esfuerzo sea un hábito; y compiten en categorías superiores, una resistencia que estimula”, dice Terés. Josep Cubells, responsable del área y vicepresidente del Barça, añade:
“Así se incrementa la competitividad. Los más pequeños siempre tienen compañeros más grandes y mejores”.
Priorizar al jugador. No jugar como equipo tiene una repercusión negativa. “Claro que perdemos algo al no usar el formato tradicional”, acepta Terés; “pero asumimos las consecuencias, como no tener tantos mecanismos automáticos, lo que nos haría jugar mejor o quizá ganar más. Pero es que eso no es lo importante porque queremos formar jugadores y no equipos”. Son chicos que casi cada fin de semana doblan partido, pues un infantil A, por ejemplo, puede participar en su categoría o en las dos de cadetes. “Avisamos a las familias con dos semanas de antelación porque es un puzle complicado”, constata Terés. “Con este formato, puedes dar roles preponderantes según con quién compitan y jueguen, y así ves cómo responden y nadie se puede esconder”, suma Cubells.
Entrenar juntos por grupos, por otro lado, sí ayuda a definir un estilo. “Se entrena igual, bajo una misma filosofía, para buscar una manera de jugar en la que vayan apareciendo progresivamente elementos tácticos ofensivos, defensivos y de transiciones con una diversidad rica que permita el aprendizaje. Potenciar los básicos”, señala Terés; “pero no todos los equipos juegan igual porque cada uno se debe adaptar a las
características de sus jugadores y no al revés porque buscamos mejorar al jugador y no al equipo”. Un sudoku que también afecta a los entrenadores, que también rotan de categoría o jugadores en los partidos. “Los técnicos deben saber que esto es diferente a lo demás; aquí hay chavales con mucho talento o que han dejado su familia por el baloncesto, y esto es distinto a tratar con chicos de un equipo de barrio”, resuelve Terés.
Amplio radar. Antes de cada temporada, Terés y Alzamora se reúnen con cada niño y marcan los objetivos. “Pero es imposible saber dónde llegarán con antelación, pues algunos maduran y otro no…”, explica Terés. Por eso se hacen reuniones trimestrales para ver su desarrollo, además de planificar entrenamientos personificados. “No hay límite geográfico por parte del club”, añade. Ahora en La Masia hay 18 chicos con varias nacionalidades, “uno de Sudán del sur, un español, tres de Mali, uno de Burkina Faso, uno de Senegal, uno de suiza, uno de Italia, uno de Turquía, dos lituanos, uno serbio…”, enumera Terés.
Educación. Educación. Todos los chicos de La Masia van al colegio León XIII. “Las notas es una de mis obsesiones”, desliza Terés. “Los chicos no son todavía jugadores de baloncesto y estamos muy encima de sus estudios, mantenemos reuniones con los tutores y me sé las calificaciones de cada uno”. Y los que no se esfuerzan fuera de la pista como en ella, son castigados sin poder jugar durante algún tiempo. “Su formación de verdad es en las aulas, y esto del baloncesto es una incertidumbre aunque seas dios con 13 años. Por eso se les castiga”, recalca Terés; “pero no por suspender o aprobar, sino por la actitud, el esfuerzo…”. También se les puede sancionar por la impuntualidad.
Dar el salto. “Nuestro trabajo es formar a los chicos desde abajo y que cuando Roger [Grimau] mire abajo no vea un precipicio”, aclara Terés, orgulloso porque el júnior se ha clasificado dos años seguidos para la Final Four de la Next-Gen, donde destacan jugadores como Dame Sarr y Kasparas Jakucionis, que ya han tenido algún minuto en el primer equipo. Cubells toma la palabra: “Queremos que salgan Navarros y Gasoles…, el camino es que los jugadores de la base no solo sean anecdóticos sino refuerzos. Esa es la aspiración con el cambio y soy muy partidario de que no esperemos mucho a ver si son válidos”. Aunque Terés apostilla: “Saltar con 18 años a la Euroliga es muy difícil, pero es posible. Nos sentimos súper exigidos y retados para lograrlo”.