El Pais (Nacional) (ABC)

Talleres donde dar forma a las joyas más personales

Cada vez surgen más negocios que ofrecen al cliente participar en el proceso de producción de las alhajas o dar una nueva vida a pendientes o anillos familiares

- IXONE ARANA

Sentadas en un sofá de un lujoso hotel madrileño, la gemóloga Sara Benavente, directora creativa de su empresa homónima de alta joyería, hace preguntas y su clienta las responde. “¿Qué te ha movido a querer estar hoy teniendo este encuentro conmigo?”. “Creo que necesito tener una joya a la que aferrarme o sentir cerca de mí cada día, para que me guíe o me dé fuerza en determinad­os momentos”. Se trata del primer paso del proceso de creación de las joyas autobiográ­ficas de Sara Benavente, con el que concibe desde cero, y junto a su cliente, piezas cargadas de simbolismo para que quien las lleve vea reflejada en ellas su identidad. De ahí que pregunte por estaciones, sabores, colores, aficiones... Luego las preguntas se ponen más profundas y deciden continuar a puerta cerrada para estar más cómodas. En un mes, más o menos, esa joya autobiográ­fica y única ya estará lista.

Esa es la palabra clave: única. El negocio de Sara Benavente consiste en crearlo todo a partir de la nada, empezando con esa entrevista inicial de la que parten los primeros bocetos, pasando por la selección minuciosa de las gemas, el diseño renderizad­o en 3D de la joya o el procedimie­nto de engaste de sus expertos artesanos, hasta llegar al momento de la entrega.

Un miércoles por la tarde, Benavente queda con otro de sus clientes, que está a punto de conocer el resultado de la joya que lleva perfeccion­ando durante dos años. Se trata de un colgante de turmalina paraíba rodeada de diamantes que va a regalar a su mujer por su 40º cumpleaños. La turmalina paraíba, cuyo azul verdoso recuerda a las cristalina­s aguas del Caribe, es una de las gemas más exclusivas que existen. Por eso han decidido quedar en un edificio con estrictas medidas de seguridad y el cliente prefiere callarse el precio final de la joya. Cuando por fin abre la caja, Gonzalo emite un suspiro. “Qué bonita ha quedado”, sentencia. “Qué alegría tan grande”, responde a su lado Benavente, que reconoce que le da pena desprender­se de la pieza. Repasan juntos los dos certificad­os que ella le entrega, uno sobre la piedra —con informació­n sobre los quilates, las medidas, el grado de color...— y otro sobre la pieza final, donde se define la calidad de cada detalle. “Todo esto hace la diferencia entre una pieza de joyería y una de alta joyería”, defiende la gemóloga.

La personaliz­ación de alhajas es una práctica a la que cada vez se animan más joyeros y demandan más clientes. Lo que buscan es producir y llevar algo exclusivo no por su precio, sino por su valor sentimenta­l. Otro ejemplo —y más asequible— es el de Celia Gayo. Todas las piezas que salen de Migayo, su pequeño taller subterráne­o cerca del parque del Retiro de Madrid, cuentan historias y están creadas a partir de una conversaci­ón. Una clienta ha llevado unos pendientes de oro blanco, rosa y amarillo de su abuela, ya fallecida. Quiere convertirl­os en un anillo que cuente la historia de su familia, y que pueda llevar consigo en todo momento. “Ella me los dio para que los usara, pero no eran mi estilo. Tampoco quería tenerlos guardados en un cajón”, explica a la joyera.

Celia, quien va esbozando sus propuestas en un cuaderno donlos de toma nota de todo, le sugiere la idea de separar los distintos oros de los pendientes y crear con ellos diferentes hilos que se van entretejie­ndo unos con otros, adornados con brillantit­os como símbolos de “esa cosa bonita que se genera cuando se unen”. “Puede ser bonito que el anillo te recuerde que si quieres que la familia esté unida hay que trabajarlo”, expone Gayo.

La joyera reconoce que estas charlas le gustan mucho porque clientes —en su inmensa mayoría clientas— vienen “con mucha cosa dentro”. “El año pasado vino una señora que hacía 11 años que se había divorciado y decidió en ese momento hacer algo con las alianzas. De repente necesitaba materializ­ar ese momento de cambio”, recuerda. Gayo fundió las alianzas y modeló un nuevo anillo para dar un significad­o distinto a ese recuerdo. “Este anillo habla de coger las riendas, de no negar el pasado ni arrepentir­se de él, de abrazar lo aprendido, agradecien­do la lección más importante: que ella sola puede y que no debe olvidar su brillo interior”, plantea sobre esta joya en su página web.

No siempre hace falta que el profesiona­l se cite con el cliente. Candela Blasco, fundadora de la marca valenciana Candela en rama, habitualme­nte entabla contacto online. “Partimos de que yo les paso un formulario con una serie de preguntas para conocer por qué han decidido hacer una joya a medida, para quién es esa pieza... Me hablan un poco de la persona y luego siempre les pido que me cuenten la historia que les conecta. Con ese primer brainstorm­ing les hago una o dos propuestas muy sencillas y ellos ya me van indicando hacia qué lado les gustaría ir. Creamos un diálogo entre los dos hasta dar con la pieza final”, cuenta por teléfono.

Anillos de leche materna

Cristina Pedroche tampoco se llegó a encontrar personalme­nte con Belén Mozas cuando le solicitó el anillo de leche materna del que tanto presume en sus redes sociales. “Es un solitario de oro blanco, con un corazón en el centro —que porta la leche materna de Pedroche— y dos diamantito­s a los lados”, especifica su creadora vía telefónica. Desde que la presentado­ra mencionó la marca de Mozas, Morir de amor jewels, en Instagram, donde acumula tres millones de seguidores, el boom de clientes “ha sido una locura”, según relata desde su casa-taller de Madrid. “Inauguramo­s la web un domingo y en una semana entraron casi 100 pedidos”.

Los anillos con leche materna, que cuestan desde 120 euros “hasta lo que te quieras gastar”, dependiend­o de su complejida­d, son, como ella misma anuncia en su web, “la joya de la corona”. Pero también elabora piezas con las cenizas de seres queridos o con pelo. “Todo es susceptibl­e de convertirs­e en joya”, confirma. Al final, como dice Mozas, son piezas que tienen valor más allá del económico. “Creo que para una madre para la que su lactancia ha sido muy importante da igual el valor económico. O si tu mejor amigo se va a casar y le puedes hacer una pieza para el ramo de novia con los recuerdos de sus abuelos, es que eso no tiene competenci­a”. Igual que pasa con las personas, en estos casos no hay dos joyas iguales.

Siempre les pido que me cuenten su historia. A partir de ahí, les hago propuestas”

Candela Blasco

Diseñadora de joyas y creadora de Candela en rama.

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INMA FLORES Sara Benavente muestra el resultado de una joya personaliz­ada a un cliente.
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JUAN BARBOSA Celia Gayo trabaja con un anillo en su taller.

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