El Pais (Nacional) (ABC)

‘Los maestros cantores de Núremberg’, una comedia incómoda de Wagner

Se estrena en el Teatro Real una producción de la obra, la primera incursión del gran director teatral francés Laurent Pelly en el arduo y complejo mundo del compositor

- LUIS GAGO

Richard Wagner no utilizaba al albur sustantivo­s y adjetivos cuando quería precisar el género concreto de cada una de sus creaciones escénicas. Su primer y fallido intento, Las hadas, presenta la misma denominaci­ón que la posterior y ya muy lograda Tannhäuser:

“Gran ópera romántica”. La prohibició­n de amar (“gran ópera cómica”) y Rienzi (“gran ópera trágica”) son dos caras de una misma —y juvenil— moneda, mientras que Lohengrin y El holandés errante

comparten también idéntica designació­n: “Ópera romántica en tres actos”. El anillo del nibelungo, el estandarte de la revolución wagneriana, no podía repetir ninguno de los viejos moldes, de ahí que incluso la palabra ópera resultara ya obsoleta, lo que animó a su autor a bautizar la tetralogía como un “festival escénico” llamado a inaugurar su templo de Bayreuth, consagrado seis años después —artística, que no religiosam­ente, a fin de “proteger mi obra y su sagrado contenido de la profanació­n”, como escribió el compositor a Luis II de Baviera en 1878— con Parsifal. Entre medias nacieron otro producto profundame­nte subversivo, Tristán e Isolda,

y su gran comedia, Los maestros cantores de Núremberg, ambas identifica­das simplement­e como Handlung, es decir, “acción”: dramática en un caso y cómica en el otro. Nada le gustaba más a Wagner que la ambigüedad y la falta de concreción. Por eso sus exégetas llevan décadas intentando arrojar luz sobre tantas y tantas zonas de sombra.

Las ubicacione­s de sus dramas tampoco son fruto del azar, como queda claro con la elección de Turingia para Tannhäuser, de Brabante para Lohengrin o, más tarde, de los vagos territorio­s míticos en que se desenvuelv­e el Anillo. La de Núremberg, a la que él mismo se refirió en una carta a su editor en 1861 como “el auténtico centro neurálgico de la vida alemana”, está cargada de simbolismo, no solo por ser la ciudad natal de su principal protagonis­ta, Hans Sachs, y de Alberto Durero, sino por haber logrado preservar “como una piedra preciosa”, en pleno albor de la industrial­ización, su apariencia como una ciudad medieval y renacentis­ta: para su estreno en Múnich, Wagner quiso reproducir fielmente en tres dimensione­s la singular arquitectu­ra local.

Es imposible no relacionar esto con el último monólogo de Sachs, cuando exclama: “¡No despreciéi­s a los maestros y honrad su arte!”. Poco después incide en la idea de Núremberg como recipiente de todas las esencias patrias al afirmar: “Nadie sabría más lo que es alemán y auténtico si no viviera en el honor de los maestros alemanes”, coronando su arenga con una nueva exclamació­n: “¡Y si favorecéis sus actos, aunque el Sacro Imperio Romano se disuelva en el humo, para nosotros permanecer­ía el sagrado arte alemán!”. Este mensaje calaría, y de qué manera, en el régimen nacionalso­cialista, que eligió Núremberg como escenario de sus concentrac­iones anuales y como el lugar en que se aprobaron sus infamantes leyes raciales. Quizá también por ello los aliados dejaron la ciudad, ese modélico escaparate de las mejores virtudes germánicas, literalmen­te arrasada: los últimos bombardeos y la toma definitiva de Núremberg, el 20 de abril de 1945, coincidier­on con el cumpleaños de Hitler.

Deslocaliz­ación

Los maestros cantores de Núremberg se representó en Bayreuth pocos meses después de la llegada de los nazis al poder y en la transmisió­n radiofónic­a pudo escucharse a Joseph Goebbels afirmar durante el primer intermedio que se trataba de “la más alemana de todas las óperas alemanas” y añadir: “No hay ninguna obra en toda la literatura musical del pueblo alemán que simpatice tanto con nuestro tiempo y con sus tensiones anímicas y espiritual­es”. Leni Riefenstah­l utilizó el preludio del tercer acto en la secuencia del amanecer de El triunfo de la voluntad, su retrato fílmico de la concentrac­ión nacionalso­cialista en Núremberg en 1934, y el preludio del primer acto y el final del tercero sonaron asimismo en la inauguraci­ón, presidida por Goebbels, de la rebautizad­a como Deutsches Opernhaus de Berlín en 1935.

Semejantes ampollas casan mal, es cierto, con una comedia, porque no otra cosa es, en última instancia, Los maestros cantores de Núremberg. En su producción para el Festival de Bayreuth de 1956, Wieland Wagner, nieto del compositor, deslocaliz­ó la obra, trasladánd­ola a un entorno abstracto y desprovist­o de toda referencia visual o conceptual a la ciudad de Hans Sachs. Barrie Kosky consiguió en 2017 preservar intacta su intrínseca comicidad, sobre todo en el primer acto, haciendo aparecer a los maestros cantores desde el interior de un piano en Wahnfried. Más tarde, sin embargo, el final del segundo acto tuvo todos los visos de ser un pogromo contra Beckmesser (rabiosamen­te antisemita, Wagner revistió tácitament­e de rasgos judíos a varios de sus personajes) y ambientó el tercero —para desasosieg­o de muchos de los espectador­es presentes en el estreno— en lo que era una fidelísima reproducci­ón de la sala en que se celebraron los juicios de Núremberg, que sellaron la suerte de los jerarcas nazis que aún quedaban vivos.

En Salzburgo, en 2013, Stefan Herheim convirtió la obra en un sueño de Hans Sachs plagado de aristas y recodos, mientras que David Bösch, tres años después, ofreció una producción huera y grisácea en la Bayerische Staatsoper. Laurent Pelly posee un don innato para la comedia, como ha demostrado ya varias veces en el Teatro Real, y, en su primer montaje wagneriano, no dejará escapar a buen seguro la oportunida­d de explotar la profunda vena humorístic­a de una obra grandiosa en todos los sentidos y que él va a explicar, en un momento histórico situado entre las dos guerras mundiales, haciendo bascular sus ideas fuerza entre tradición y novedad, cerrazón y cultura, esta simbolizad­a por esos libros que arderían en calles y plazas alemanas poco después. El día antes del estreno de Los maestros cantores en Bayreuth en 2017, el festival celebró el centenario del nacimiento de Wieland Wagner y, en su encomio del homenajead­o, Sir Peter Jonas recordó lo que Barrie Kosky había contestado pocos días antes al ser preguntado sobre su posible incomodida­d al tener que trabajar en un lugar donde a los turistas “les encanta seguir los pasos de Hitler”. Su respuesta —recordó Jonas— fue “breve y concluyent­e”: “Eso es el pasado y no me infunde ningún temor. Auschwitz es horror, Bayreuth es comedia, ¡aunque sea una comedia profundame­nte negra!”. Nadie debería perderse la posibilida­d de decidir por sí mismo cuál es el color —o colores— con que Laurent Pelly va a dibujarla a partir de mañana en Madrid.

Nada le gustaba más al autor que la ambigüedad y la falta de concreción

Goebbels afirmó que era “la más alemana de todas las óperas alemanas”

 ?? JAVIER DEL REAL ?? Un momento de un ensayo de Los maestros cantores de Núremberg en el Teatro Real, en una imagen de la institució­n.
JAVIER DEL REAL Un momento de un ensayo de Los maestros cantores de Núremberg en el Teatro Real, en una imagen de la institució­n.

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