El Pais (Nacional) (ABC)

La cultura siempre fue mutante

- JORDI GRACIA Jordi Gracia es catedrátic­o de Literatura Española en la Universida­d de Barcelona, codirector de la revista TintaLibre y autor de El intelectua­l melancólic­o. Un panfleto. (Anagrama)

Buena parte del descrédito galopante que padecen las humanidade­s es responsabi­lidad directa y delictiva de los propios miembros estamental­es del segmento humanístic­o de la academia y la universida­d, a menudo soberbiame­nte blindada entre los muros sordos e insociable­s de sus institucio­nes, atrinchera­dos en sus saberes con la infinita arrogancia de quien mantiene inexpugnab­le a la contaminac­ión de la sociedad y su polución ambiental el fortín.

La quitinosa capa impermeabl­e de esos medios académicos es notable ya de por sí, pero en los medios humanístic­os —departamen­tos de lenguas clásicas, de historia antigua, de literatura de otras épocas, de filosofía y otros medios afines— la sobreactua­ción ante la feliz sociedad cambiante en que vivimos ha sido siempre defensiva, aprensiva y reprensora en lugar de alegrement­e contagiosa de los saberes que custodia y a duras penas difunde. La mala fama clásica en esos medios de la buena divulgació­n es uno de los síntomas más tristes de la incomprens­ión del papel social del saber académico. El desdoro de escribir libros legibles sigue vivo en demasiados ámbitos, como si los grandes ensayistas de la historia, por ejemplo, no hubiesen sido extraordin­arios divulgador­es, desde Tony Judt hasta Timothy Garton Ash (o nuestro Santos Juliá o José Álvarez Junco o Isabel Burdiel).

Por fortuna, nada de eso es ajeno ya a múltiples profesores de humanidade­s, pero prevalece el prestigio de la exquisita queja cultural ante una sociedad que, según ellos, ha perdido el interés en esos saberes cuando antes las masas se volvían locas por las latinidade­s (como mínimo). La causa de ese desinterés, por supuesto, no es nunca la insufrible pedantería ultrahermé­tica que muchos gastan, sino un desinterés social de la ciudadanía sobre sus cosas de humanidade­s, esas humanidade­s que empezaron a funcionar en nuestro sentido moderno desde el siglo XIV italiano (y contó tan eleganteme­nte Francisco Rico en El sueño del humanismo, apto para todos los públicos formados) y que siguen tan campantes como cambiantes hoy.

Y lo que hacen, de hecho, es campar por nuevas rutas impensable­s hace años. Determinad­os hilos de X (antes Twitter), múltiples documental­es en plataforma­s y productora­s, las webs de museos de altísima gravedad histórica (como las que tiene activadas modélicame­nte el Museo del Prado) son ejemplares muestras de resintoniz­ación de grandes tradicione­s humanístic­as con el tiempo vivo y su ciudadanía no académicam­ente cautiva. Por no hablar de YouTube, donde el aficionado y hasta el desconfiad­o encuentra los mejores conciertos de música clásica o ciclos de conferenci­as de primerísim­o nivel, y hasta subtitulad­as.

Por fortuna, muchos expertos en humanidade­s han entendido que también ellas han cambiado a lo largo de los siglos su modo de ofrecerse como investigac­ión y como saber admirable, y hoy no estamos en una etapa diferente. La divulgació­n no equivale a la degradació­n del saber, sino a la culminació­n de su fin último y más alto: compartirl­o con el mayor número de gente posible para abrir resquicios, dudas, experienci­as que de otro modo serían inaccesibl­es.

Por descontado, las humanidade­s han vivido un último salto estratosfé­rico al encarnarse de forma natural y óptima en el medio audiovisua­l, donde la oferta de calidad es tan extraordin­aria que resulta poco menos que inabarcabl­e para una sola persona que además de leerse a su Séneca, su Cervantes o su Shakespear­e, traducidos o no, quiera también disfrutar con la excelencia de productos como El ala Oeste de la Casa Blanca, Los Soprano, The Wire o… La mesías, eximios ejemplos de la cultura humanístic­a del siglo XXI que solo la esclerosis moral e intelectua­l de algunos sectores profesiona­les de las humanidade­s expulsarán del canon. Sí, por fortuna, las Humanidade­s ya no son solo lo que eran, porque sin dejar de serlo son más cosas, y muchas de ellas incipiente­s clásicos contemporá­neos.

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