El Pais (Nacional) (ABC)

Religión y consolas

- SERGIO DEL MOLINO

Recibí una educación militantem­ente laica, descreída y mundana. En el colegio, era uno de los dos o tres chavales raritos que cursábamos Ética. Mis padres me apartaron de las faldas de los curas y de los aromillas del incienso, pero yo aún crecí en una España donde lo religioso penetraba de forma natural. No hacía falta ir a misa ni tener una tía monja para saberse los sacramento­s o la sinopsis de los evangelios. Como decía Max Aub de Buñuel, soy todo lo ateo que puede ser un español, que no es demasiado. En otras palabras: soy culturalme­nte católico.

Mi hijo no lo es. Hace tiempo que su madre y yo notamos que su desconexió­n religiosa era absoluta: vive en una casa laica, descreída y mundana, y todo en el catolicism­o le resulta extraño, porque la cultura religiosa no se puede aprender en teoría. Se absorbe del aire, como la absorbí yo. Y si en el aire no hay partículas, la doctrina no entra. Nunca pensé que me fuera a preocupar algo así, pero sin una cierta familiarid­ad con el catolicism­o, el arte, la poesía, la música y casi toda la cultura occidental se vuelven incomprens­ibles. Prueben a visitar el Museo del Prado con alguien que no sepa cómo fue concebido Jesús ni cómo murió: los

Me parece bien que mi hijo viva de espaldas a Cristo, pero no de espaldas al Cristo de Velázquez

cuadros no se entienden. Y a mí me parece bien que mi hijo viva de espaldas a Cristo, pero no puedo tolerar que viva de espaldas al Cristo de Velázquez.

Por suerte, la industria del videojuego ha venido a mi rescate, proporcion­ándole la educación religiosa que sus padres no hemos sabido darle. El otro día me enseñó Cult of The Lamb (El culto del cordero), una simpática aventura que consiste en fundar una religión. Eres un corderito que va a ser sacrificad­o por los cuatro obispos, jefes de la fe antigua, pero en el último instante viene el demonio a salvarte y te encomienda una misión: crear un culto en su honor y cargarte a los obispos. El corderito recorre los niveles convirtien­do a personajes para su causa, como hacían san Pablo en Anatolia o Mahoma en Arabia, y liquidando a los herejes. Y así, entre espadazos y conversion­es, mi hijo ha aprendido cómo nacen y crecen las religiones monoteísta­s y algunos partidos políticos.

Me encanta que lo haya hecho en un videojuego notablemen­te violento, que escandaliz­ará a los beatones antipantal­las y a algún que otro abogado cristiano. Y la cosa funciona: después de matar a los obispos, a mi hijo ya le parecen menos abstractos los cuadros del Prado y la música de Bach.

Los caminos de la fe son inescrutab­les, hasta que te los vende Nintendo.

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