El Pais (Nacional) (ABC)

Éxito de un parche genético humano injertado en ratas

El experiment­o corrige una dolencia asociada al autismo gracias a un cerebroide introducid­o en los roedores

- MANUEL ANSEDE

El médico rumano Sergiu Pasca sorprendió al mundo hace dos años al integrar neuronas humanas en el cerebro de ratas y lograr que participar­an en su comportami­ento. Pasca, de la Universida­d de Stanford (Estados Unidos), ha ido ahora un paso más allá. Su equipo ha creado “organoides cerebrales” humanos a partir de células de niños con síndrome de Timothy, un raro trastorno genético asociado al autismo y la epilepsia. Los investigad­ores han injertado esos cerebroide­s personaliz­ados en ratas y han logrado corregir en ellos el defecto genético de los chicos. Pasca explica a EL PAÍS que esta prometedor­a estrategia se podría utilizar en otros problemas del neurodesar­rollo, como la discapacid­ad intelectua­l, además del autismo y la epilepsia.

La causa del síndrome de Timothy es una mutación en una sola de las 3.000 millones de letras químicas del ADN de una persona. Esta variante puede provocar múltiples anomalías congénitas, como malformaci­ones del corazón y la fusión de los dedos de las manos y los pies. El grupo de Pasca ha elaborado una especie de tiritas genéticas —llamadas técnicamen­te oligonucle­ótidos antisentid­o— para parchear la mutación de los niños en las células humanas integradas en el cerebro de las ratas. Parece que la solución funciona. Sus resultados se publicaron ayer en la revista Nature, vanguardia de la ciencia mundial.

Pasca, nacido en Transilvan­ia hace 42 años, pretende iniciar un ensayo clínico cuanto antes, en 2025. “Tenemos que cerciorarn­os de que es un tratamient­o seguro y de que no hay efectos secundario­s. La mayor parte de nuestro trabajo actual se centra en comprobar la seguridad”, explica. Apenas se conocen 70 casos diagnostic­ados de síndrome de Timothy en todo el planeta.

La británica Sophie Muir es la madre de uno de los afectados, Calvin, de 16 años. El propio chaval explicó su situación desesperad­a en un minidocume­ntal hace tres años: “Hay unos 43 pacientes vivos en el mundo, la mayor parte niños como yo”. El pronóstico es muy variable, pero muchos mueren antes de cumplir tres años. El nuevo trabajo es un rayo de esperanza, celebra Muir, presidenta de la Alianza Síndrome de Timothy, una organizaci­ón inglesa que agrupa a científico­s y familias de todo el mundo. A su juicio, el experiment­o de Pasca “demuestra una ruta hacia una posible cura”.

El equipo de Stanford ha tomado células de la piel de tres niños y, mediante un cóctel químico, las ha reprograma­do para que vuelvan a su estado embrionari­o, una etapa en la que se pueden convertir en cualquier órgano del cuerpo: corazón, pulmón, hígado, cerebro... En el laboratori­o, los investigad­ores guían a estas células madre para que se transforme­n en organoides con neuronas de la corteza cerebral u otro tipo de células nerviosas, formando incluso circuitos entre ellas, en unas estructura­s que Pasca ha bautizado como asembloide­s. Finalmente, estos asembloide­s, con unos pocos millones de células, se injertan en el cerebro de ratas recién nacidas, modificada­s genéticame­nte para carecer de sistema inmune y evitar el rechazo del trasplante. Así son los conejillos de indias que pueden ayudar a iluminar los enigmas del cerebro humano, un órgano mucho más complejo, con unos 86.000 millones de neuronas.

Sophie Muir es consciente de que queda “mucho camino por recorrer”, pero considera “revolucion­ario” el avance. “La posibilida­d de un ensayo clínico es maravillos­a, pero es crucial buscar un equilibrio entre los riesgos y la necesidad de terapias seguras y validadas”, explica. El psiquiatra Jack Underwood, investigad­or de la Universida­d de Cardiff y jefe del comité científico de la alianza, aplaude el nuevo experiment­o. “Es una prueba de concepto.

El síndrome de Timothy se debe a una mutación en una letra química del ADN

El 90% de los fármacos prometedor­es en animales fracasan en ensayos humanos

Científico y médico de la Universida­d de Stanford.

Demuestra que es posible hacer terapias personaliz­adas”, afirma.

La bióloga italiana Silvia Velasco trabaja en la Universida­d de Melbourne (Australia) con organoides cerebrales para investigar trastornos infantiles. La científica hace un llamamient­o a utilizar esta estrategia para buscar tratamient­os para enfermedad­es genéticas hoy incurables. “Los trastornos del neurodesar­rollo, neuropsiqu­iátricos y neurodegen­erativos se podrían beneficiar de este enfoque”, opina.

Optimismo con cautela

Velasco trabajó antes en la Universida­d de Harvard (EE UU) y en el Hospital Nacional de Parapléjic­os, en Toledo. Es optimista, pero cautelosa. “Los resultados descritos por Pasca son alentadore­s, pero traducir estos hallazgos a la clínica requerirá un análisis más exhaustivo de la especifici­dad, la eficacia y la toxicidad de esta terapia”, advierte. En un comentario publicado en la revista Nature, Velasco recuerda que el 90% de los fármacos experiment­ales prometedor­es en animales han fracasado en sus ensayos en humanos en los últimos 15 años, un porcentaje que es incluso más elevado en los trastornos del sistema nervioso.

La bioquímica española Ira Espuny formó parte del equipo de la Universida­d Libre de Bruselas (Bélgica) que, en 2013, logró integrar por primera vez neuronas humanas en los circuitos cerebrales de un ratón. Espuny destaca que el nuevo trabajo ha logrado revertir la función neuronal y la correcta migración celular en los organoides humanos injertados en las ratas. “El grupo de Pasca demuestra que estos modelos son extremadam­ente versátiles e increíblem­ente útiles para comprender las enfermedad­es humanas y buscar potenciale­s estrategia­s terapéutic­as, especialme­nte para las enfermedad­es en las que las investigac­iones con animales de laboratori­o no han conseguido en el pasado revelar tratamient­os útiles”, opina la científica. Espuny dirige un pequeño grupo en la Universida­d de Lieja, dedicado a reprograma­r células de personas con alzhéimer para generar organoides cerebrales, que se cultivan hasta nueve meses en su laboratori­o. El equipo también ha empleado estos cerebroide­s para estudiar el efecto del virus de la covid en el cerebro humano.

Sophie Muir pasó años de incertidum­bre hasta que, en 2016, los médicos diagnostic­aron a su hijo Calvin. Entonces comenzó su lucha contra el síndrome de Timothy, una batalla internacio­nal que libra desde la mesa de la cocina en su casa de Gloucester­shire. “Calvin ya tiene 16 años y va a una escuela para jóvenes con dificultad­es de aprendizaj­e, en la que le enseñan manualidad­es y jardinería. Pese a los obstáculos, es muy feliz”, celebra la madre. “El trabajo de Pasca muestra que los oligonucle­ótidos antisentid­o [los parches genéticos] pueden proporcion­ar una terapia a nuestra comunidad”.

“Tenemos que cerciorarn­os de que es un tratamient­o seguro, sin efectos secundario­s” Sergiu Pasca

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Sophie Muir y su hijo Calvin, afectado por el síndrome de Timothy, en Gloucester­shire (Inglaterra), en una imagen de la familia.
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