El Pais (Nacional) (ABC)

Tuerto de sonrojo y, por tanto, rey

- / RAFA CABELEIRA

Tengo un amigo preocupado por la posible repetición del pasado Real Madrid -Barcelona, sin duda una posibilida­d remota, pero posibilida­d, al fin y al cabo. En realidad, ese amigo soy yo. Y, sí, mi confianza ciega en el dedo acusador de Laporta me lleva a creer que el Barça podría tener razón en su reclamació­n y que la justicia terminaría obligando a repetir el duelo. ¿Por qué y para qué? Esas son preguntas para las que no tengo respuesta: la primera, porque implicaría un conocimien­to amplio sobre leyes (todavía no estoy en esa pantalla) y, la segunda, porque no termino de entender esta obsesión por prolongar una agonía que ya dura demasiado.

Ha sido un año convulso en la casa del barcelonis­mo. El primero con el escándalo Negreira sobrevolan­do el Camp Nou. Y el último de Xavi Hernández como entrenador del primer equipo, si es capaz de cumplir uno solo de sus objetivos fijados para esta temporada: lograr marcharse al final de esta. Ese era su deseo desde el mes de agosto, o septiembre, si nos fiamos de sus propias palabras. Casi tanto como levantar el trofeo de la Liga de Campeones y dejar con dos palmos de narices a los que alguna vez pusieron en duda sus cualidades como técnico. Por eso no se entiende ese paso al lado, esa boquita pequeña de las últimas semanas, mientras algunos de los muchos entornos que pululan por Barcelona nos filtran que Laporta quiere que Xavi se quede y este querría, ahora, de repente, quedarse. ¿Y lo que yo quiero? Lo que yo quiero hace tiempo que dejó de importarle a nadie, por suerte para todo el mundo.

Un club de fútbol que se pretenda profesiona­l no debería funcionar de un modo tan peregrino, tan disfuncion­al, tan amateur como este Barça de las últimas semanas. Confiar en las corazonada­s de Laporta nos ha regalado los mejores años de la entidad, pero hasta los corazones más certeros empiezan a perder su magia cuando se abusa en exceso de la ilusión. O acaso sería mejor utilizar su forma en plural: ilusiones. De ellas se puede vivir un tiempo, pero no demasiado, no mucho más allá de aquella semana loca esperando la visita del PSG. O de pensar, firmemente, casi diría cruelmente, que las opciones de campeonar en Liga las truncó, en el Bernabéu, un árbitro con malas estadístic­as y la dejadez manifiesta de una mayoría de clubes que prefieren ahorrarse unos cuantos euros al año antes que contratar la tecnología de gol.

En esa imagen, la de Soto Grado explicando a Gündogan que la pulsera que porta es ibicenca, medicinal o un reloj inteligent­e, pero no demasiado listo, podemos encontrar el resumen perfecto a lo que ha sido la temporada del Barça: primero ilusión, luego asombro, decepción y, finalmente, el estupor más absoluto al comprender quién eres, en realidad, y dónde te has metido. “Es una vergüenza”, se repitió Xavi en la sala de prensa del Bernabéu, tuerto de sonrojo y, por lo tanto, rey.

Nadie sabe de qué depende la continuida­d del técnico en el club a esta hora. Ni tampoco se entiende la necesidad casi atávica de agitar fantasmas pasados —arbitrajes, palcos, cacerías, Madrid— para sobrevivir unos meses más sin necesidad de tomar grandes decisiones, al menos en el caso del presidente. ¿Y para qué querría alguien repetir el partido de la jornada pasada contra el Madrid? ¿Para prestar más atención, por fin, a Lucas Vázquez? Ojalá fuese así: todos aprendería­mos algo.

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