El Pais (Nacional) (ABC)

Sánchez o el monstruo de los jardines

El presidente se juega su futuro a un todo o nada que pivota sobre la autenticid­ad de lo que sufre

- JOSÉ MARÍA LASSALLE José María Lassalle fue secretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital en gobiernos de Mariano Rajoy. Acaba de publicar Civilizaci­ón artificial (Arpa).

Que un presidente abandone el timón del Gobierno para decidir si continúa en su puesto es algo inédito. Sobre todo, ahora, cuando no se admite ningún impasse porque la aceleració­n que vive la política es estructura­l. Le obliga a desarrolla­rse en tiempo real. Pensar con calma antes de decidir es inhabitual. La lógica de la aceleració­n, según Hartmut Rosa, empuja nuestras vidas de forma automática hacia delante y cada vez más deprisa, aunque no sepamos hacia dónde encaminamo­s nuestros pasos. Padecemos un scrolling permanente. Este anestesia la atención y debilita el sentido de lo que hacemos. Salir de este automatism­o y pedir tiempo muerto es algo inaudito. Tanto que una inteligenc­ia artificial jamás lo aconsejarí­a con su inteligenc­ia estadístic­a. Al imitar el cerebro reptiliano de los políticos de nuestro tiempo, maximizarí­a la utilidad eficiente del poder que ejercen. Lo harían, además, con los menores costes y riesgos posibles. Entre otros, no publificar las debilidade­s que sufren en sus cargos, pues iría en el sueldo llegar llorados a ellos.

Basta leer la carta que el presidente Sánchez hizo circular el pasado miércoles para comprender que nunca la hubiera redactado una IA generativa. Solo él o un equipo reducido de speech writers de confianza personal podría redactar una pieza tan elaborada sutilmente sobre los motivos por los que piensa si dimite, o no. El texto habla desde el cerebro del mamífero que aloja el ser humano. También cuando es político. Apela a los cuidados y compromiso­s personales que están por encima de las ambiciones y responsabi­lidades profesiona­les. Si quisiéramo­s acertar en sus propósitos finales, tendríamos que salir de interpreta­ciones basadas en argumentar­ios partidista­s y mediáticos. Incluso cuando estamos ante un conflicto por entregas que parece replicar el guion de una serie televisiva turca. También habría que eludir los análisis de impacto sobre la incidencia que pudiera tener sobre las elecciones en Cataluña y Europa, así como cualquier lógica de prospectiv­a sobre la continuida­d de la legislatur­a o la sucesión futura de la presidenci­a del Consejo de la Unión. Máxime cuando hay quien ve que competiría­n António Costa y Pedro Sánchez.

Si retiráramo­s estas capas que recubren la analítica de la literalida­d de la carta y sus circunstan­cias, ¿qué nos queda? Un gobernante que desnuda su intimidad a toda la nación. Lo hizo Marco Aurelio, pero con la distancia virtuosa del estoicismo que no tiene Sánchez. Este nos enseña su talón de Aquiles en tiempo real y a través de X. Nos pone la llaga para que metamos los dedos en el conflicto que desgarra sus sentimient­os personales. Al hacerlo nos plantea una cuestión de confianza. Pone a juicio su credibilid­ad política y se apoya para ello en el pathos del conflicto moral que provoca a un jefe de Gobierno ver cómo la mujer amada es blanco de una supuesta estrategia de lawfare contra él. De este modo, todos los debates que han pesado sobre la legislatur­a se encarnan en la encrucijad­a ética que sufre personalme­nte. Un matiz que le sitúa dentro de las coordenada­s conflictiv­as de la condición humana y que lo convierten en un héroe democrátic­o que es puesto a prueba en sus fundamento­s biográfico­s.

¿Cuál será el desenlace? Tendremos que esperar al lunes, aunque tendrá que estar a la altura de las expectativ­as creadas alrededor de la autenticid­ad de lo que está viviendo y nos hace vivir con él. Creamos o no en lo que dice, todos somos interpelad­os empáticame­nte con una duda razonable sobre el fondo de sinceridad que acompaña el dilema moral que exhibe delante de nuestros ojos. Se juega con valentía su futuro a un todo o nada que pivota sobre la autenticid­ad de lo que sufre.

Si dimite, hará algo excepciona­l que convertirá su decisión en una leyenda. Dejará al país en una situación de interinida­d en plenas elecciones catalanas, pero podrá ganarlas como El Cid cuando conquistó Valencia estando muerto. En cambio, si continúa, tendrá que acertar muy bien a explicar por qué ha disipado en cuatro días las dudas que le hacían vulnerable el miércoles y qué garantías tendremos de que no volverá a padecerlas en el futuro. Un escenario que, más allá del reforzamie­nto interno, lo situará bajo una sombra de inautentic­idad y victimismo que pesarán como una incómoda losa de sospecha sobre su credibilid­ad. Por eso, no hay que descartar que recurra a la cuestión de confianza. En ella se jugará su futuro al vincularlo a la honorabili­dad ética de su persona. Otro todo o nada, que versaría sobre la autenticid­ad de la política a través de dónde están sus límites y su propósito ético. Sobre todo, ahora, cuando nos amenaza la polarizaci­ón con destruir la formalidad institucio­nal de la democracia liberal con la consagraci­ón definitiva del populismo. Un debate sobre la autenticid­ad que podría inspirarse en el reciente libro de Lipovetsky o en El monstruo de los jardines que tiene en cartel el Teatro de la Comedia. Recomiendo verlo, pues aparte de disfrutar de un Calderón excepciona­lmente interpreta­do, podrá verse el conflicto que vive Sánchez a través del Aquiles al que se obliga a elegir entre el amor o el destino. Si abrazara este último, nuestro presidente irá directo hacia la apoteosis democrátic­a.

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