Nuestros ayeres
Las cualidades que sustentan la narrativa de Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961), y que señalé al ocuparme de Los montes antiguos (2021), vuelven en su nueva obra, Las señoritas, en apariencia diferente de la anterior, pero fruto de la misma poética. Seguimos en Soria, si bien el espacio ya no es el rural —que aflora solo esporádicamente—, sino la ciudad de provincia, y ahora el relato va prendido a la trayectoria de tres hermanas —especialmente la de Dedi—, a partir de las cuales se despliega un retablo intrahistórico que testimonia la vida en la España de las primeras décadas de la posguerra y siguientes, aunque los últimos tramos —del desarrollismo al cambio de siglo— se recorren mediante rápidos resúmenes.
Tras el fallecimiento del padre y de la muerte del hermano Salvador, en la casa predomina “un orden hecho costumbre”, con la asunción de roles pautados. Mercedes, la mayor, encarna la autoridad y es la guardiana; de mentalidad conservadora, ha renunciado a tener una vida propia para ocuparse de sus hermanas: Emi, que con el pretexto de las compras y los recados aprovecha para salir y comadrear, y Dedi, la que rompe, marchando a estudiar en Madrid, y ensanchando así los límites que amarran la vida, porque, como dice un personaje, “allí se es lo que se es. Nada cambia”.
Gran parte de Las señoritas documenta la vida en ese tiempo y lugar, con claro predominio de los interiores ahumados —que incluyen las conciencias—, a los que se suma un amplio abanico de estampas y escenas que no solo describen y pintan sino que también, y a diferencia de las pinturas de Xisco, son historias que leer, relatos que se integran en una narración coral, que transcurre a ritmo lento y que sigue un calculado diseño, pues esas representaciones se suceden espaciadamente y además aparecen como recortadas, alternando con el relato de hechos que a menudo se someten a las elipsis, creándose así ciertos vacíos en el transcurso cronológico. No es casual. Responde a un postulado que se formula en la propia novela: “Lo más importante de las imágenes, como de las palabras, [es] el vacío entre ellas. (…) El vacío es el espacio necesario a la creación. ¿Qué ha sido de los días en blanco de la vida, los días sin historia, sin rastro, la argamasa entre la que se fraguan las fechas, los hechos con su resplandor?”.
Al leer Las señoritas, es inevitable recordar las sendas trazadas por la novela y el cine realista de los cincuenta, si bien Andrés Ruiz logra traer a primer plano algunos tipos genuinos, y no solo los más representativos, de aquella parte de nuestra historia. Como contrapunto, tenemos a Dedi, cuya juventud transcurre en Madrid, prendida al mundo de su amiga Charo: hija de vencedores, rompedora e intrépida, “contra ella conspiraba una realidad traidora, llena de mediocridades y miserias vulgares”. Las vidas de ambas seguirán cauces muy distintos, y en ese contraste encontramos una muestra de la condición y los modelos de mujer, de la lucha que algunas tuvieron que librar.
Ya al final de la novela, cuando Dedi asume que no se cumplieron ninguna de sus ilusiones, piensa, con melancolía, que en algún día de su juventud sus hijos se verán a sí mismos como personajes triunfantes, aunque su viaje, al igual que lo fue el de ella, será de ida y vuelta, pues “la vida es esa experiencia del deseo, justamente, y de su inútil frustración”.
Las señoritas
Enrique Andrés Ruiz Periférica, 2024
344 páginas. 21,90 euros