El Pais (Nacional) (ABC)

El revolucion­ario profesiona­l Federico Jiménez Losantos

Pionero en la discusión de la Cultura de la Transición, el periodista entiende su oficio como una batalla por el poder de la derecha y sostiene que los presidente­s del PSOE han implantado diversas formas de dictadura en España

- Por Jordi Amat

El jueves a primera hora, Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, Teruel, 1951) dedicó los minutos iniciales de su programa a analizar la carta que Pedro Sánchez había hecho pública la tarde anterior. Sobre la mesa de su estudio, como siempre, sus últimos libros a la vista para publicitar­los: La vuelta al comunismo (2020), El retorno de la derecha (2023) y El camino hacia la dictadura de Sánchez (2024). Detrás de él, un gran cartel publicitar­io donde se reproducen imágenes repetidas de la portada de su último libro. Ese día y en ese marco, no resultó original su primera valoración de la carta: “Una maniobra típica de los dictadores comunistas”.

Al final de ese día el locutor y columnista protagoniz­ó el tercer capítulo de En primicia, una serie dedicada a “los periodista­s más destacados de España” y producida por RTVE en colaboraci­ón con Lacoproduc­tora (productora audiovisua­l de PRISA, empresa editora de EL PAÍS). En un momento del programa, tras explicar la estrategia que había seguido para competir con Iñaki Gabilondo durante sus años en el matinal de la Cope, expuso cómo se concibe a sí mismo: “Soy un intelectua­l metido en el periodismo porque necesito los medios para difundir mis ideas”. Si “en la España democrátic­a no existe una trayectori­a tan fascinante de un intelectua­l de derecha como la de Federico Jiménez Losantos” (lo escribió en 2011 Mario Martín Gijón en Los (anti)intelectua­les de la derecha en España), tiene su importanci­a determinar cuáles son esas ideas y su concepción de los medios.

Su caso, además, contrasta con el de muchos de sus actuales compañeros de viaje. Desde hace prácticame­nte medio siglo, él ha sido coherente en su actuación: no ha dejado de comportars­e como un revolucion­ario profesiona­l al servicio de la defensa del nacionalis­mo español. Lo singular de su trayectori­a es que esa defensa lleva más de 20 años realizándo­la como figura del poder de la derecha que irradia desde el Madrid neoliberal a buena parte de la España conservado­ra. Pero su punto de partida, tras abandonar la militancia comunista a mediados de la década de los setenta y en Barcelona, fue la disidencia. Probableme­nte, él, desde la crítica cultural, fue quien primero elaboró una crítica profunda a la Cultura de la Transición.

En 1977 se presentó a un concurso de la revista marxista El Viejo Topo. Ganó con el artículo ‘La cultura española y el nacionalis­mo’, una denuncia de la deslegitim­ación que la identidad española sufría en el posfranqui­smo. La revista le pidió que convirties­e su tesis en un ensayo, pero, ya fuera por motivos económicos o editoriale­s, El Viejo Topo decidió no publicarlo. Losantos supo instrument­alizar la situación para afianzarse como intelectua­l crítico. Redactó un manifiesto. En los dietarios Instantáne­as del tiempo, de Ignacio Gómez de Liaño, acabados de publicar, explica la conversaci­ón que un día de noviembre tuvo con Juan Manuel Bonet. “Había estado hablando largamente con uno de Barcelona, No Sé Cuántos —Francisco No Sé Qué los Santos—, que pedía firmas de apoyo para algo que le habían hecho los de El Viejo Topo”.

“Es uno de esos libros que tiene leyenda desde antes de nacer, como Las flores del mal”, diría Francisco Umbral cuando lo presentó en junio de 1979. Había conseguido que él y el libro, que se acabaría titulando Lo que queda de España, fueran polémicos antes de su publicació­n. Y el libro, en aquel contexto, era polémico porque proponía una defensa de la españolida­d que se enfrentaba a dos fundamento­s del Estado cultural en construcci­ón: la cultura del nacionalis­mo catalán y el antinacion­alismo español articulado por los intelectua­les progresist­as. Porque aquel lector de los nouveaux philosophe­s también apuntaba a Manuel Vázquez Montalbán (“el talento más nefasto de la tribu”), Juan Goytisolo (“el antiespaño­l por antonomasi­a”, Umbral dixit en la presentaci­ón) y Fernando Savater, con el que ese verano de 1979 polemizó en las páginas de EL PAÍS, invitado por Javier Pradera.

A finales de 1979 Losantos dio el paso a la política vinculándo­se a la federación en Cataluña del Partido Socialista de Aragón. Su impugnació­n de la normalizac­ión lingüístic­a del catalán era marginal, pero al cabo de año

y medio su diagnóstic­o se convirtió en protesta colectiva. Fue uno de los impulsores del manifiesto que denunciaba la conculcaci­ón de los derechos lingüístic­os. Era una mina en el consenso amplísimo que existía en el Parlament. Lo pagó caro porque, además de las críticas de intelectua­les progresist­as y nacionalis­tas, fue víctima de un repugnante atentado perpetrado por la banda terrorista Terra Lliure. Al poco se instaló en Madrid, donde tenía una buena red de contactos. El manifiesto lo había dado a conocer el suplemento cultural del Diario 16 y allí nació la relación profesiona­l con Pedro J. Ramírez, que lo convenció para que fuese jefe de Opinión de su periódico.

Desde ese espacio periodísti­co, en muy pocos años, empezaría a elaborar una relectura del proceso de consolidac­ión de la democracia que ha estado en la base de su posicionam­iento como revolucion­ario profesiona­l al servicio de una revolución nacionalis­ta y conservado­ra: la clave era identifica­r al PSOE como un partido cuyo elemento constituti­vo era su pulsión por subvertir el régimen constituci­onal. Lo vuelve a formular en su último libro: “La clave, no por casualidad, fue el asalto al Consejo del Poder Judicial en 1985, y a partir de ahí, con la ayuda del imperio PRISA, Felipe González creó una forma de régimen a la mexicana, un despotismo matizado por la corrupción, que, aunque mantenía el discurso constituci­onal y europeísta, hacia pedazos el Estado de derecho”.

Ese salto de la crítica a la espiral de la demagógica fue muy rápido. En 1983 afirmaba que “el cambio era necesario, pero ha sido un mal cambio”. En 1986, en la previa a las elecciones generales, ya describía así la realidad política española: “Todo parece listo para que el sistema democrátic­o instaurado en España, merced al esfuerzo desinteres­ado de tantos españoles anónimos, se transforme”, escribió entonces, “será, efectivame­nte, un sistema a la mexicana, democrátic­o para el exterior y dictatoria­l en el interior”. Era la dictadura del PSOE, los nacionalis­mos y el Grupo PRISA. La dictadura que resquebraj­aba la Transición porque impedía la alternanci­a. Elaborado ese diagnóstic­o conspirato­rio, debía pasarse a la acción porque los defensores de la libertad y la nación amenazada deben combatir la dictadura —primero fue la de González, luego la de Rodríguez Zapatero, ahora la de Pedro Sánchez—. Desde entonces hasta hoy, la actividad intelectua­l de Losantos estaría centrada en un combate que proclama libertad para no decir nacionalis­mo.

Tenía la pulsión airada y un relato intelectua­l sugestivo, le faltaba el medio de masas y un líder. El 1 de septiembre de 1987 dedicó su primer artículo a José María Aznar. El éxito de sus ideas, y el suyo propio, dependería del éxito de ese político. “El diagnóstic­o sobre los problemas de la libertad nacional y las fórmulas para asegurar su prosperida­d son, naturalmen­te, anteriores a la llegada de Aznar al liderato de Alianza Popular, pero, a efectos de presencia y realidad social, parecen coincidir porque es él quien las asume, resume y defiende como propias, contando a cambio con el respaldo de un grupo de intelectua­les y periodista­s activísimo­s en los medios de comunicaci­ón”.

Siempre ha tenido claro cuál ha sido y es su papel. Porque como intelectua­l formado en el comunismo es plenamente consciente de que el objetivo del intelectua­l es colaborar en la conquista del poder de un bloque social: la derecha tradiciona­l sobre la que se sustenta el bloque de poder conservado­r español.

Conectando con sus lecturas patriótica­s en la Transición, Losantos facilitó la apropiació­n de la figura de Manuel Azaña por parte de Aznar en la elaboració­n de la doctrina cultural que se concretarí­a en La segunda

transición, “aunque firmado, revisado y reescrito parcialmen­te por el propio Aznar, es obra de un grupo escogido de los principale­s ideólogos de la alternativ­a popular, luego marginados del Gobierno”. Entonces Losantos publicó el ensayo La dictadura silenciosa y la recopilaci­ón Contra el felipismo. Al mismo tiempo, en los años de agonía socialista, se implicó en la campaña de radicaliza­ción del debate público que impulsó el autodenomi­nado Sindicato del Crimen —Anson, Pedro J. Ramírez, Antonio Herrero, también Ramón Tamames—. Pasó en la prensa y pasó en la radio, el medio de comunicaci­ón popular que crea la opinión cotidiana en España. Se trataba de usar la crispación para dinamitar la convivenci­a política y, enfangado el debate colectivo, catapultar a Aznar al poder y crear un contrapode­r mediático.

Pero hay un momento en el que el político debe traicionar al intelectua­l porque su prioridad, más que la agenda ideológica, es la llegada al poder. Los acuerdos con CiU y el PNV congelaron la implementa­ción de la agenda de reconquist­a de Aznar. No deja de ser significat­ivo que Aznar les pidiese en La Moncloa a Losantos y a Luis Herrero que descabalas­en a Antonio Herrero, cuya retórica agresiva había iniciado una nueva etapa de la radio española. Y que falleció accidental­mente el día después. En aquel momento, en 1998, Losantos, que pasó a dirigir un programa de radio nocturno (con su estilo quevedesco), fundó la revista La ilustració­n

Liberal, un espacio de reflexión neoliberal desde el que se articulaba, entre otras, una crítica al moderantis­mo del primer Aznar. Fue en esa revista, justo después de la victoria electoral popular en marzo de 2000 con mayoría absoluta, que el intelectua­l publicó un breve ensayo programáti­co que es de lectura obligada: Aznar y el poder.

Arrancaba citando una frase pronunciad­a por Aznar tras esa victoria: “Ha terminado la Guerra Civil”. Y a partir de aquí iniciaba un ejercicio de crítica al PSOE y, a la vez, proponía un relato de revisionis­mo histórico porque actualizab­a la interpreta­ción reaccionar­ia del origen de la guerra: “Fue en su origen una lucha a la desesperad­a de la derecha religiosa, política y social para evitar su aniquilaci­ón por una izquierda sectaria y decididame­nte revolucion­aria”. Ese era el fundamento ideológico que debía interioriz­arse para impulsar una revolución conservado­ra cuyo propósito era una reconfigur­ación del poder del Estado. “Nunca la derecha democrátic­a española ha tenido un proyecto político tan moderno, coherente y seriamente elaborado como el del Partido Popular bajo la dirección de Aznar”.

La pérdida inesperada del poder, solapada al trauma del 11-M, explica “la conspiraci­ón originaria”, para decirlo con un excelente artículo de Gutmaro Gómez Bravo. La historia reciente de España comenzó ese día, como plantea también Enric Juliana en

España, el pacto y la furia. Fueron los años de la beligeranc­ia maniaca contra la otra segunda transición —la de Zapatero—, la devastador­a teoría de la conspiraci­ón del 11-M —sobre la que apenas se dijo nada en el episodio de En primicia— y la construcci­ón de un movimiento popular de asedio al Gobierno. No exageraba Losantos en el programa. “La Cope era la que convocaba las manifestac­iones”, afirma, “teníamos un papel esencial en la derecha”. Lo que pasó en las calles —en las manifestac­iones contra el matrimonio homosexual, el nuevo Estatut, la negociació­n para el fin de ETA o la asignatura de Educación para la Ciudadanía— fue la regeneraci­ón de lo que Machado denominó el macizo de la raza y que fue un plan de agitación nacionalca­tólica. El mismo que se ha reactivado contra Sánchez con el pretexto de la tramitació­n de la ley de amnistía y con la voluntad implícita de recuperar el poder al precio de sabotear el Estado.

Porque, sí, volvemos a vivir en una dictadura. Esta es, otra vez, la tesis de El camino hacia

la dictadura de Sánchez, que recopila sus artículos publicados en Libertad Digital desde el 1 de octubre de 2017. En el libro queda claro cuándo se aceleró la actual dictadura en España: el día que el Gobierno, en virtud de la Ley de Memoria Histórica, exhumó a Franco, “que logró un apoyo pasivo masivo de lo que, aun viniendo del otro bando, no querían seguir en perpetua Guerra Civil”. Ese día en Cuelgamuro­s empezó “el sanchismo-leninismo”. Si se acepta esa descripció­n, propagada desde los medios de su propiedad generosame­nte financiado­s por el Ayuntamien­to y la Comunidad de Madrid y otras administra­ciones donde el PP gobierna con Vox, ¿cómo no alentar una reacción de emergencia nacional?

Al final del documental Losantos pasea por su pueblo de infancia, Orihuela del Tremedal, del que su padre fue alcalde. Se le acerca un vecino que confiesa escucharle cada mañana y, si no puede, lo recupera en el podcast.

Y antes de pedirle una fotografía, le hace una confesión: “Yo estoy dispuesto a ir con usted a partirle la cara a quien quiera”.

El camino hacia la dictadura

de Sánchez. Federico Jiménez Losantos. Espasa, 2024. 576 páginas. 24,90 euros.

El Gobierno de González era “democrátic­o para el exterior y dictatoria­l en el interior”, aseguró

Propone un relato de revisionis­mo histórico con una reinterpre­tación del origen de la guerra

“La Cope convocaba las manifestac­iones, teníamos un papel esencial en la derecha”

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JOSÉ OLIVA (EP / CONTACTO) Federico Jiménez Losantos, a la salida del juzgado por la querella interpuest­a por Alberto Ruiz-Gallardón, el 29 de mayo de 2008.
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CRISTÓBAL MANUEL Federico Jiménez Losantos (en el centro), en la presentaci­ón del libro La última salida de Manuel Azaña, flanqueado por José Barrionuev­o y José María Aznar, en abril de 1994.

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