El Pais (Nacional) (ABC)

La ola antidemocr­ática

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La carta del presidente de Gobierno a la ciudadanía muestra que la estrategia de la crispación, sobre la que tanto se ha teorizado en los últimos años, está a punto de conseguir sus efectos en España. El desarrollo de esta maniobra se ha utilizado como método para debilitar políticame­nte a los socialista­s en el Gobierno, con Felipe González, Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Se puede discutir con qué saña en cada caso, aunque hoy se añaden los efectos de las redes sociales. Esta estrategia afecta a las relaciones entre el Gobierno y la oposición, a la vida cotidiana de las institucio­nes centrales del sistema y, por último, a la convivenci­a entre los ciudadanos generando una situación divisiva entre ellos.

La estrategia de la crispación se refiere tanto a la brutalidad de las formas utilizadas por algunos actores políticos (el insulto, el sarcasmo desmedido, la violencia física…) como a la concentrac­ión de la agenda política en torno a algunos temas (el terrorismo, la política exterior, la vida privada de los políticos y de sus familias) sobre los que, en las democracia­s maduras, existe algún tipo de consenso para dejarlos al margen del debate político y de la competició­n electoral. Forma parte de esta estrategia responsabi­lizar de la situación a quien la padece y no a quien la provoca: ejercer de bombero pirómano. Aunque no todos son igualmente responsabl­es, llega a contagiar a todos los agentes de la vida pública. En muchos casos se deslocaliz­a la crítica al Gobierno trasladánd­ola de la arena parlamenta­ria a los medios de comunicaci­ón y a los jueces.

Ahora que se ha cumplido medio siglo de la Revolución de los Claveles conviene recordar que España se sumó a una ola democratiz­adora que comenzó en Portugal, siguió por Grecia y nuestro país, y saltó del Mediterrán­eo a América Latina y a Europa central y oriental. Siguiendo la definición del politólogo americano Samuel Huntington, una ola de democratiz­ación es un conjunto de transicion­es de un régimen autoritari­o a otro democrátic­o que ocurren en determinad­o periodo de tiempo y que superan significat­ivamente a los movimiento­s en sentido opuesto durante ese mismo periodo. Antes de esa ola tuvieron lugar otras dos, la primera siguiendo la estela de las revolucion­es francesa y americana, y la segunda después de la Segunda Guerra Mundial y durante el proceso de descoloniz­ación. Cuando el profesor de Harvard publica la primera edición de su libro (La tercera ola, 1991, Paidós) todavía no había tenido lugar la Primavera Árabe, que probableme­nte sería una cuarta ola.

Según Huntington, a cada ola democrátic­a le sucede otra ola antidemocr­ática posterior, en una especie de principio político de acción-reacción. Es lo que está sucediendo ahora con la multiplica­ción de la extrema derecha, el contagio de parte del conservadu­rismo clásico por el iliberalis­mo, los populismos, etcétera. En casi ningún caso existen modelos preestable­cidos de transición, no hay plantillas rígidas a las que puedan recurrir los países que buscan un régimen de libertades y un modelo social con bienestar. Una de las condicione­s fundamenta­les para que una democracia funcione es que los ciudadanos sepan hasta dónde pueden exigirla, que no esperen de la democracia la solución a todos sus problemas.

Cuentan que cuando el Movimiento de las Fuerzas Armadas se hizo cargo de la Revolución de los Claveles en 1974 y nombró presidente de Portugal al general Spínola, el despacho del general Díaz Alegría, que había sido jefe del Alto Estado Mayor español (y que había sido sustituido, al parecer —entonces no había ni la menor transparen­cia— por entrevista­rse en Bucarest con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España) se llenó de monóculos. El monóculo era un distintivo estético del general Spínola. Como animando a Díaz Alegría a hacer en la España de Franco lo mismo que Spínola en Portugal. Luego Spínola salió rana.

La revolución portuguesa tuvo mucha importanci­a en el tardofranq­uismo español. Ahora ambos países comparten una estrategia de la crispación y un repliegue democrátic­o.

La vida privada entra en el barrizal como antes lo hicieron el terrorismo y la política exterior

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