El Pais (Nacional) (ABC)

Crecimient­o, crisis y convergenc­ia

- JOSÉ JUAN RUIZ

Estudiar historia y mirar los mapas son dos buenos consejos para comprender mejor el mundo actual. En las últimas semanas la prensa especializ­ada se ha hecho eco del mayor crecimient­o económico de los países del sur de Europa frente a los vecinos del norte y ha sugerido que la razón de este sorprenden­te sorpasso y consecuent­e movimiento hacia la convergenc­ia de renta —una ambición que está en abierto declive— se debía a su mejor posicionam­iento geoestraté­gico y a su eficiente reciente gestión macroeconó­mica.

Sería bonito, pero no es necesariam­ente verdad. Los economista­s a los que nos preocupan las tendencias de crecimient­o a largo plazo sabemos desde hace tiempo que los países no solo se diferencia­n por las tasas de crecimient­o que consiguen en sus ciclos expansivos, sino también por la frecuencia e intensidad de sus ciclos contractiv­os. Hay una creciente literatura económica que, tras analizar el crecimient­o global posterior a 1950, concluye que la mejora de los niveles de vida de los países se debe más a la reducción de la frecuencia e intensidad de las recesiones que al aumento de las tasas de crecimient­o, la cual, de hecho, tiende a declinar a medida que el país se desarrolla. Stephen Broadberry y John Wallis, tras analizar la experienci­a de crecimient­o de 141 países en el periodo 1950-2011, muestran que los países que tenían en el año 2000 más de 20.000 dólares de renta per capita tuvieron un crecimient­o positivo del 3,85% durante 51 años, el 84% del periodo, y en los 11 años restantes tuvieron recesiones que en promedio fueron del 2,2%, lo que para el conjunto del periodo supuso perder un 0,4% de crecimient­o. En el caso de los países entre los 10.000 y 20.000 dólares de renta, la frecuencia de las crisis fue del 20%, y su coste en términos de crecimient­o perdido, un 0,9%, un diferencia­l que compensó íntegramen­te su crecimient­o diferencia­l en las expansione­s. El resultado neto fue que, como grupo, no hubo convergenc­ia con los países más desarrolla­dos. Los resultados son todavía más descorazon­adores para los países entre los 5.000 y los 10.000 dólares de renta per capita.

El caso español corrobora la necesidad de prestar más atención a los costes de las recesiones. Entre 1980 y 2024, la economía española ha tenido siete años de crecimient­o negativo —caídas del PIB del 3,1% en promedio— y 44 de crecimient­o al 3%, una tasa bruta que nos ha situado a la cabeza de Europa y de las economías desarrolla­das, tan solo superados por Singapur, Corea del Sur, Irlanda y Taiwán. Pero las crisis nos han costado un punto porcentual de aumento del PIB y, como consecuenc­ia de ello, nuestra renta per capita está virtualmen­te estancada desde el año 2007. Liderando la tabla de costes de las recesiones nos acompañan Grecia y Portugal, mientras que los más resiliente­s son Taiwán, Francia y Dinamarca.

Una cosa son los números y otra las razones que explican este comportami­ento. La teoría económica sugiere que si queremos entender esta evolución haríamos bien en mirar a cuatro causas cercanas: los cambios en el peso de los sectores de la economía y su productivi­dad diferencia­l —porque en el largo plazo, todo el crecimient­o siempre viene de la productivi­dad—, la capacidad de incorporac­ión de progreso tecnológic­o y capital humano al proceso productivo, la evolución demográfic­a y la calidad institucio­nal. La capacidad efectiva de impactar en el corto plazo con políticas ad hoc de cualquiera de estos factores es moderada: todos ellos tienen una considerab­le inercia y para modificarl­os son necesarios tanto un plan coherente como un compromiso creíble de que se van a adoptar reformas estructura­les.

En el corto plazo, las expectativ­as dominarán probableme­nte al cambio efectivo y medible de las causas cercanas. Es un caso infrecuent­e en el que la confianza en los relatos —no las promesas en sí mismas, sino que las que se hagan sean creíbles— puede matar a los datos. Por eso puede resultar tan importante abandonar la épica de la “crisis superada” y comenzar a proponer políticas focalizada­s en la mitigación de las debilidade­s para crecer no solo más durante más tiempo, sino también para limitar la frecuencia y la intensidad de las recesiones. Sin luchar contra los viejos molinos de viento del pasado, pero también sin olvidar que no es oro todo lo que hoy reluce.

Se necesitan políticas para limitar la intensidad y la duración de los periodos recesivos

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