El último héroe de la retirada
Hans Magnus Enzensberger acuñó en 1989 una de las más precisas definiciones del sujeto histórico providencial: el héroe de la retirada. El hundimiento de la URSS y su mundo le proporcionó material más que suficiente para elaborar aquella magnífica muestra de trabajo de intelectual capaz de acercarse a la realidad con ojos nuevos. Y, lo más difícil, encontrar cómo formularla con elegancia para un público inquieto pero falto de la perspectiva suficiente para definir lo que estaba sucediendo. De Jruschov a Gorbachov y Jaruzelski, no fueron los militares ni los grandes dirigentes los que permitieron desmantelar un sistema fallido y nefasto para sus poblaciones y el mundo en general. No por casualidad Adolfo Suárez figuró en la lista que el escritor alemán presentó en su brillante texto. Todos los héroes de la retirada citados fueron personajes grises, poco motivadores de movimientos de masas. Lo único que tenían garantizado era la ingratitud de los suyos una vez culminada su tarea. Eso sí, facilitaron con decisiones inciertas, expresadas en un lenguaje falto de épica, la transición a una situación nueva, no necesariamente esplendorosa, la del hombre nuevo que el régimen que desmantelaron había prometido en sus inicios. Apelando a lecciones del pasado, se acordó hasta de Federico el Grande, el emperador prusiano tan admirado por Napoleón, y del famoso teórico de la guerra Clausewitz, que trató de extraer lecciones de su indiscutible capacidad militar explicando con claridad la paradoja de que la operación más ardua del gran general no es lanzarse a la batalla, sino de ser capaz de retirarse cuando las cosas van mal, de replegarse para recomponer la capacidad de los suyos. Los personajes que Enzensberger hace desfilar no resultan en su propia descripción individuos con el brillo que la historia convencional o encargada desde arriba les concede, aquel con el que urdir la trama de la forma de narración más propia de las historias nacionales.
No es casual que la formulación de Enzensberger fuese usada poco después en España: dio título a un excelente trabajo colectivo sobre la disolución de ETA político-militar en 1982. Que algunos de los que estaban entonces en aquella senda no se atrevan todavía a verbalizar la brutalidad de un pasado por fortuna terminado, no obsta para reconocer la valentía moral de Mario Onaindia y los suyos de dejar las armas. El camino por ellos abierto permitió que otros se sumasen poco a poco a la senda de una dolorosa y deseable reconciliación.
Ocurre en ocasiones que los héroes de la retirada no son conscientes de su lugar en la historia o no pueden rectificar mientras los suyos esperan el último gran gesto. No es novedoso. Algunos personajes citados por el escritor alemán mantuvieron un hermético silencio mientras se aprestaban a imaginar de qué forma aquel muro debería ser demolido. Puede que tardasen tiempo en percibir la naturaleza de su error, que no encontrasen la caja de las herramientas hasta pasado un tiempo de meditación interior, forjada sobre los rescoldos del fracaso de la causa y de los errores cometidos.
Las elecciones catalanas perfilan en el horizonte la imagen de un futuro héroe de la retirada. Quien en un momento dado, quizás menos por obcecación que por el halago de los suyos, quien por una percepción limitada de las complejidades sociales tomó decisiones erróneas debe contemplar mirando el horizonte el destrozo de momentos pasados. Uno de aquellos destrozos sería más que suficiente para situar a cualquiera de nosotros en la posición de héroe de la retirada. Para muchos de los citados por Enzensberger en un contexto bien preciso, la necesidad de una retirada clausewitziana era aconsejable ante la falta de consenso sobre los caminos que sus sociedades deberían seguir. De no atreverse a armarse de valor moral para emprender una retirada para la que no fueron educados, la vergüenza caería sobre sus hombros.
El héroe de la retirada lo es por definición de un momento preciso antes de regresar, como todos, al gris de los días. El valor moral que lo define vale para ese momento; para el resto de nuestras vidas de poco puede servir. En un momento dado puede aspirar a levantar la moral de la tropa una vez esta se repone de aquellos esfuerzos que no condujeron a ningún lugar. Federico de Prusia no es el ejemplo que necesita hoy la sociedad catalana. Quizás el reencuentro de los que se encontraron a ambos lados de la divisoria de 2017 podría bastar. Quizás el reencuentro en la plaza pública exige más que el empecinamiento en sostener aquello que sabemos no conduce a parte alguna porque no apela a todos. No parece que este objetivo conciliador sea inalcanzable. Europa vuelve a experimentar los vientos huracanados a los que ha contribuido en el último cuarto de siglo. Algunos de los conflictos presentes son insoportables para la sensibilidad que se forjó entre tantas retiradas y muros derribados. También la supuesta imposibilidad de resolver ciertos problemas en el gallinero hispánico resulta irritante e incomprensible. Enzensberger retrató un momento preciso, el del fracaso y el mundo de la Guerra Fría, y propuso una admirable manera de verlo. Aquellos que tienen en su mano tomar nota pueden hacer mucho por ello. El héroe de la retirada debe dar ejemplo a los suyos. Los demás, los del granito de arena, estamos moralmente preparados para bajar a la plaza com si fos un dia de festa major.
El reencuentro en Cataluña reclama saber dar marcha atrás más que empecinarse en lo que no conduce a nada