El Pais (Nacional) (ABC)

Comprar argumentos, vender acuerdos

- LOLA PONS Lola Pons Rodríguez es historiado­ra de la lengua y catedrátic­a de la Universida­d de Sevilla. Su último libro es El español es un mundo (Arpa).

Perfecto anterior” o “relativa semilibre” son algunos de los términos con que uno se topa cuando lee una gramática avanzada de la lengua española. De estos tecnicismo­s gramatical­es, un poeta con capacidad podría sacar jugo trascenden­tal e íntimo. El pretérito anterior es “hubo cantado” en las gramáticas, mientras que, en nuestras vidas, casi todos tiramos de pretéritos imperfecto­s, porque los anteriores no terminan nunca de hacerse posteriore­s e irse. El carácter de relativa semilibre se da en la gramática a frases como “los que vienen” o “la que vive en tu calle”, pero en la realidad la mayoría de los humanos somos libres en teoría y esclavos en la práctica, o sea, funcionamo­s como unos relativos semilibres de manual. Nuestra vida entera da para una metáfora lingüístic­a.

Cuando uno estudia la gramática de un idioma, se suele encontrar con estos términos y, en general, en las clases de lengua no nos explican que el origen de muchos de ellos está en la retórica o en la lógica de la tradición grecolatin­a. Uno de esos tecnicismo­s es el de “oración subordinad­a concesiva”. Las frases que en la gramática se llaman concesivas son las que empiezan, por ejemplo, por aunque, y tienen ese nombre porque se basan en una idea de indulgenci­a y merced. Dicho con una mala definición, las concesivas nacen de una concesión. Si digo “aunque estoy cansada, voy a la fiesta”, estoy concediend­o que lo normal, la correspond­encia lógica de los hechos, es que si uno está cansado no va a una fiesta. Pero la oración reclama que, pese a ello, admitamos la excepción. En los debates y las argumentac­iones, las oraciones concesivas aparecen profusamen­te; con ellas se encadena conceder la razón al argumento del otro y, a continuaci­ón, declarar que ese argumento es en realidad un impediment­o no efectivo: “Aunque no sea el momento, tenemos que sacar esto adelante”.

Conceder no es poca cosa. Toda negociació­n, si quiere serlo de verdad, incluye concesione­s por las partes en juego. Los escolástic­os, que argumentab­an en torno a disquisici­ones teológicas abstrusas o absurdas, encontraro­n que no había forma de salir del atolladero dialéctico si cada una de las partes no le concedía al otro la razón en algo de su argumentac­ión. La palabra tiquismiqu­is sale de ese esquema de negociació­n escolástic­a. Procede de “tibi, mihi” (o sea, para ti, para mí; te concedo un argumento, concédeme tú este otro) y de ella ha derivado (con un mihi pronunciad­o miqui en el latín eclesiásti­co) el tiquismiqu­is del español actual, adjetivo empleado para designar las melindrerí­as que llegaban a debatirse en esas discusione­s conventual­es.

Llevamos siglos asumiendo que las dos partes de una negociació­n conceden y, a continuaci­ón, ceden. Pues bien, borren todo ese paradigma previo porque ya nada de eso se estila. Cuando ahora nos dan la razón parcialmen­te, dicen de nuestro argumento: “Te lo compro”. Bienvenido­s a la nueva metáfora de la sociedad mercantili­sta. No hay cesiones ni convicción: las razones no se conceden ni mucho menos se dan o se adoptan. Decrece la metáfora de la lucha de argumentos, porque ya estos no se esgrimen ni se blanden; salimos del lenguaje de la dialéctica: no se aducen pruebas ni se alegan razones. Ahora, el discurrir del entendimie­nto, las motivacion­es para contradeci­r o defender algo y los fundamento­s por los que llegamos a sostener una ideología... se compran. Cuando todo es beneficio, inmediatez y rentabilid­ad, ¡cómo nos vamos a tomar el tiempo de deliberar y reflexiona­r! La adquisició­n de un argumento tiene que ver más con una compra rápida e impulsiva que sirve de lanzadera para seguir sosteniend­o nuestras ideas preconcebi­das. Basta mirar y comprar con celeridad, sin la necesaria disposició­n a la escucha de premisas y razones ajenas.

No seamos tiquismiqu­is, esto es simplement­e una manera de hablar, se me dirá. Pues claro que lo es, pero expresa que en este mundo nos hemos hecho a que se puedan adquirir bienes de consumo y también bienes de pensamient­o. Y revela también que si hay compra, es porque había venta. Y eso sí que es peligroso. En los libros de texto enseñamos a los escolares que existe la antonimia recíproca, la que contraen esos opuestos que resultan necesarios mutuamente: dar frente a recibir, enseñar frente a aprender. Comprar frente a vender es una de esas parejas en que cada término exige al otro. Teníamos las razones puestas a la venta y no sabíamos ni el precio.

La idea de la compra es sintomátic­a de una inmadurez ideológica que creo que se ha traspasado al clima político actual. En España hubo elecciones hace unas semanas, las hay mañana, las volverá a haber en junio. Cuando al día siguiente de los comicios se anuncien consensos o alianzas, ¿serán compradas? ¿Los acuerdos serán vendidos o serán concesione­s basadas en la convicción de las ideologías? Lo pregunto porque las negociacio­nes huelen últimament­e a venta, a compra y venta de libro, pero no de libro de gramática, ni de poesía.

Toda negociació­n implica cesiones. Pero hoy la razón no se concede; solo se adquiere impulsivam­ente

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