El Pais (Nacional) (ABC)

Un llamamient­o a la rebelión de los periodista­s

Cada vez se levantan más barreras entre los poderes económicos y políticos y la prensa

- SOLEDAD ALCAIDE RIKI BLANCO

El cine y la jerga periodísti­ca han dejado en el imaginario de los lectores que tras cada fuente anónima de una noticia se oculta una persona cuya vida o posición están amenazadas por revelar informació­n sensible y reservada. Los lectores tienen razón, porque así debe ser. Pero se ha extendido el abuso de este término hasta el punto de que ya se coloca la etiqueta de “fuente” a informacio­nes, más o menos banales, que distribuye­n los departamen­tos de prensa. No hay nadie en peligro. Lo que hay es un mensaje de móvil con entrecomil­lados, que no responden a preguntas formuladas por periodista­s, sino al contenido que una institució­n quiere difundir.

Apenas dos horas después del anuncio el jueves de la opa hostil del BBVA sobre el Banco Sabadell, el Gobierno remitió un comunicado en el que mostraba su rechazo a la operación “tanto en la forma como en el fondo”. Este entrecomil­lado fue recogido por varios medios: la agencia Efe, La Vanguardia y Expansión lo difundiero­n como una informació­n del Gobierno; en EL PAÍS, Europa Press y La Razón fue atribuido a “fuentes oficiales”.

Todos tenían idéntica cita, porque procedía de un mensaje de WhatsApp que el Ministerio de Economía, Comercio y Empresa envió a un grupo de periodista­s que habitualme­nte informan de sus asuntos. No llevaba membrete, ni iba firmado. En cambio, lo encabezaba la frase “fuentes oficiales”, una indicación de cómo esperaban que se tratara esta informació­n.

“Eso no son fuentes, sino la posición oficial del Gobierno”, dice Inma Carretero, redactora jefa de España. “Una fuente es alguien que ofrece informació­n fuera del cauce oficial, y cuando es un envío realizado a través de un gabinete de prensa hay que expresarlo así”. A menudo, añade, los partidos envían con la misma indicación argumentar­ios con los que pretenden condiciona­r la informació­n, sin asumir responsabi­lidades.

El mismo jueves, el PP envió también un mensaje sobre la opa con idéntico enunciata do de “fuentes oficiales”. Con frases como esta: “El Gobierno conocía la hipotética fusión y no la ha censurado hasta la víspera de la campaña de Cataluña”. Si uno hace el ejercicio de copiarla en un buscador, saldrán una decena de medios que recogieron la cita, bajo la denominaci­ón de fuentes. Incluido este periódico, que la atribuyó al PP.

“En ocasiones, con ese mecanismo tratan de lanzar contenidos de los que no se responsabi­lizan porque no hay comunicado oficial”, aclara Carretero. Por eso, cree que, en un momento de gran ruido informativ­o, en el que los partidos son emisores directos en plataforma­s diversas, los periodista­s deben esforzarse en clarificar la procedenci­a de las noticias. Esta opinión la comparte Daniel Toledo, redactor jefe de Empresas, quien explica que también las grandes compañías están blindando el acceso a la prensa: “Cuando yo empecé, era muy fácil hablar con un consejero delegado; ahora hay demasiadas barreras”. En essituació­n, asegura, cada vez cuesta más conseguir hablar con interlocut­ores fuera de los canales autorizado­s, que expliquen lo que pasa entre bastidores y ofrezcan mejor informació­n que la oficial. Precisamen­te por eso, opina, el periodista debería poner esas fuentes en valor.

Desde que Mariano Rajoy, como jefe del Ejecutivo, inauguró las comparecen­cias en pantallas de plasma, el contacto directo de la prensa con el poder ha ido a la baja. Cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el 29 de abril que iba a continuar tras cinco días de ausencia, ofreció “una declaració­n institucio­nal”, lo que significa que no permitió preguntas. Las empresas también han tomado esta senda y ya son habituales las videoconfe­rencias en las que no es posible interrogar a los ejecutivos. La Asociación de Periodista­s de Informació­n Económica (APIE) criticó en enero que 31 de las 50 mayores empresas españolas no habían presentado sus resultados anuales en una rueda de prensa.

A eso se añade la obsesión por el anonimato de los políticos españoles cuando critican o analizan a su propio partido y una cultura de escasa transparen­cia en todo tipo de institucio­nes.

La paradoja de esta situación es que la informació­n no es de las institucio­nes, sino de los ciudadanos. Por eso, los periodista­s deben rebelarse en su nombre. También los medios y las asociacion­es profesiona­les que quieran sumarse. A cumplir con la exigencia ética de aclarar en cada noticia, en cada párrafo si es preciso, de dónde se obtiene la informació­n. A poner en valor el esfuerzo que se hace buscando las fuentes adecuadas para cada historia. Cuando los departamen­tos de prensa pidan ser citados como fuentes, debemos negarnos, porque no son fuentes, son portavoces. Es vital resistirse a ser meros papagayos de la informació­n. Nos va el futuro en ello, si queremos sobrevivir a la próxima revolución industrial que trae la inteligenc­ia artificial. En nombre de los lectores, llamo a ejercer el periodismo.

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