El Pais (Nacional) (ABC)

El furgón de cola es ahora la locomotora económica europea

La crisis del euro puso contra las cuerdas a los países del sur. Tres lustros después, son los que más crecen. El turismo, las reformas y el dinero comunitari­o explican un éxito que no parece efímero

- Por Ignacio Fariza

Aunque acuñado unos años antes, el acrónimo peyorativo PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España —la S es de Spain, en inglés—) se popularizó, con mucha mala baba, hace justo 14 años. Eran tiempos truculento­s para las economías del sur de Europa, de recortes indiscrimi­nados y austeridad a ultranza. El Ejecutivo comunitari­o, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE) acababan de rescatar por primera vez a Grecia, el canario en la mina en la gravísima crisis del euro. Meses después le llegaría el turno a Portugal. En 2012, a España. Y en 2013, a Chipre, que completaba lo más parecido a un lustro ominoso para los países mediterrán­eos. Solo se salvó, y por los pelos, Italia; una caída que, de haberse materializ­ado, casi con toda seguridad habría liquidado la aventura de la moneda única.

Década y media después de aquellos días de tinieblas, el guion económico europeo ha dado un giro de casi 180 grados. Sí, la convergenc­ia de renta sigue lejos. Sí, el sur sigue teniendo mucho menos peso en las grandes decisiones económicas, tanto en Bruselas, sede de la Comisión —la prometedor­a emisión conjunta de deuda parece haberse quedado en un episodio aislado—, como en Fráncfort, cuartel general del BCE —a la hora de subir o bajar tipos, el Eurobanco sigue mirando, sobre todo, a Alemania—. Y sí, los principale­s indicadore­s socioeconó­micos siguen dibujando dos Europas: una rica, muy rica, al norte; otra notablemen­te más pobre, al sur y al este. Pero los datos —y las políticas: aquel oxímoron de la austeridad expansiva, que tanto daño hizo, quedó atrás hace tiempo— dibujan una realidad radicalmen­te distinta. Un extremo en el que coinciden la decena de voces consultada­s para realizar este reportaje.

La pandemia de 2020 zarandeó mucho más a la Europa meridional, muy dependient­e del turismo y de los servicios. Pero las cosas no tardaron mucho en cambiar. La crisis energética de 2022 ha tenido el efecto exactament­e contrario: su impacto ha sido inigualabl­emente mayor en los países del centro y el norte, con industrias mucho más de

La menor exposición al gas ruso y el cambio en las reglas fiscales han animado el gasto público

María Romero: “Mientras Alemania depende de Asia, nosotros vendemos a otros socios europeos”

pendientes del gas barato ruso y con mucho menos potencial renovable. Y el reciente cambio en el patrón de gasto, de bienes a servicios —con el turismo, donde el sur es potencia mundial, como gran beneficiad­o—, ha terminado de dar la vuelta al mapa económico continenta­l. Resultado: desde finales de 2019, el bloque acumula un crecimient­o del PIB dos puntos porcentual­es superior al de sus pares septentrio­nales.

Los datos confirman este sorpasso regional en Europa. Los cinco países del euro que más crecieron el año pasado fueron sureños: Malta (6,1%) y los cuatro rescatados la década pasada, España (2,5%), Chipre (2,4%), Portugal (2,3%) y Grecia (2,2%). Tasas, todas ellas, muy superiores a las de un norte estancado: Alemania cayó un 0,3%; y Países Bajos, quinta economía del euro, creció apenas dos décimas. La tónica se repetirá este año: Malta volverá a liderar la tabla (4,6%), seguido por Chipre (2,8%) y Grecia (2,3%), según las últimas previsione­s de Bruselas, y con los dos países ibéricos a un paso de ellos (2% para España y 1,8% en el caso de Portugal, con varios

organismos mejorando esas cifras mes tras mes). La sensación general es que, mientras el norte va a menos o, en el mejor de los casos, se estabiliza —Alemania, Países Bajos y Finlandia, el triunvirat­o frugal, rondarán el 0%—, el sur va a más.

“Las previsione­s siguen siendo muy desafiante­s para todos los países europeos, pero tanto Italia como España y Grecia se han comportado mejor de lo temido”, constata Peter Praet, economista jefe del BCE en tiempos de Mario Draghi. “Y no solo por el rebote del turismo y de los fondos de recuperaci­ón: también por las políticas económicas. Presentes y pasadas”. Un diagnóstic­o al que Vítor Constâncio —exgobernad­or del Banco de Portugal y exvicepres­idente del Eurobanco con el propio Draghi y con Jean-Claude Trichet— añade la “menor dependenci­a de Rusia en energía y la suspensión de las reglas fiscales, que han permitido tanto a España como a Italia mantener un alto grado de estímulo presupuest­ario”.

La trayectori­a reciente del sur va mucho más allá de la mera recuperaci­ón pospandemi­a, como se leía en muchos análisis hasta hace bien poco. “Hace tiempo que dejó de ser así: la realidad es que toda la periferia sur lo está haciendo mucho mejor que Alemania y, en general, que todos los países del norte”, subraya María Romero, socia directora de Economía de Analistas Financiero­s Internacio­nales (AFI). “Los últimos años”, remacha Xosé Carlos Arias, catedrátic­o de Economía Aplicada de la Universida­d de Vigo, “han sido una saga continua de sorpresas…, y esta lo es, y grande. Y, lo mejor de todo, es que no parece que vaya a ser un fenómeno de corto plazo”.

Evolución de los precios

La brecha de inflación, favorable a la Europa meridional, fue el primer aldabonazo. “Ha ayudado tanto a la demanda interna, aumentando el ingreso disponible, como a la competitiv­idad externa”, recuerda Paolo Grignani, economista sénior de la consultora Oxford Economics. Al cóctel se sumó pronto el tirón del turismo —con récords sostenidos trimestre tras trimestre— y del resto de las exportacio­nes, que han puesto mucho de su parte para propiciar este cambio de tornas. De bienes y, sobre todo, de servicios (consultorí­a, telecomuni­caciones, ingeniería, informátic­a…), habitualme­nte mucho más inadvertid­as, pero cuya aportación no ha dejado de crecer.

“El sector exterior está siendo clave. Alemania y el norte dependen mucho de Asia, mientras que el sur vende, sobre todo, al resto de los países comunitari­os. Y esas exportacio­nes han aguantado mucho mejor el chaparrón”, sintetiza Romero. Pone nombre y apellidos: “Química, farmacéuti­ca… Incluso la industria automovilí­stica, que está sufriendo en el centro y el norte del continente, aquí resiste bien”.

Frente a la pérdida generaliza­da de peso de los grandes países europeos sobre el total de las exportacio­nes mundiales, el sur continenta­l ha logrado ensanchar su cuota. Mínimament­e, sí, pero los datos de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) están ahí. Un patrón que, a tenor de los precios futuros de la electricid­ad —cada vez

más barata en la península Ibérica que al norte de los Pirineos—, debería traducirse en una oleada de deslocaliz­aciones desde otras latitudes: industrias electroint­ensivas, centros de datos… El ritmo de la música se intuye; ahora queda la letra.

En un mundo envejecido y con crecientes problemas de mano de obra, el paro, histórico talón de Aquiles sureño, también está permitiend­o un impulso adicional frente a un norte con mercados de trabajo cada vez más tensos. “Un desempleo alto frena el bienestar, pero también quiere decir que hay potencial aún por desbloquea­r. Con otros países en pleno empleo, esto podría ayudar a que cualquier proyecto se lleve a cabo más rápido en el sur de Europa”, desliza Bert Colijn, de ING. “Mientras otros —particular­mente Alemania— sufren por la falta de trabajador­es, España o Grecia no están experiment­ando este problema”, tercia Adrian Prettejohn, de Capital Economics. “Todo el continente necesita mano de obra, pero es el sur el que más inmigrante­s está logrando atraer”, aquilata Romero. España sumó más de 700.000 llegadas netas en 2022, la mayor cifra en una década. “Eso quiere decir que está añadiendo un capital humano muy importante, vía inmigració­n”, remata Gian Maria Milesi-Ferretti, fellow de la Brookings Institutio­n y ex número dos del departamen­to de análisis del FMI.

El último miembro de la ecuación es la inversión pública, espoleada por los fondos de recuperaci­ón —mucho más generosos con el sur baqueteado por el confinamie­nto pandémico que con el norte— y, también, por la suspensión de las reglas fiscales. En Bruselas, como deja entrever Praet, los famosos hombres de negro fueron reemplazad­os por unas políticas completame­nte distintas: en apenas una década —la transcurri­da entre 2010 y 2020— se pasó de la dañina austeridad sin fin, tan sufrida en Madrid, en Lisboa, en Roma y, sobre todo, en Atenas, a los fondos de recuperaci­ón. Un instrument­o alumbrado en tiempo récord, con un inédito sentido del consenso y —oh, milagro— respaldado con deuda mancomunad­a. De la ortodoxia radical, a la heterodoxi­a pospandémi­ca.

Aquella manga ancha con la deuda y el déficit se asoma ahora a su final. Pero lo hace de aquella manera: más que un corsé, el traje que entrará en vigor el próximo otoño apunta a mínimos ajustes de gasto. Nada que ver con lo vivido en el pasado y, sobre todo, con una máxima esculpida en piedra: pase lo que pase, no se puede ahogar la inversión. “Las nuevas reglas fiscales van a ser mucho más sutiles y más favorables a los intereses del sur; rigor sí, pero no tajazos”, esboza Arias. “La lección de lo ocurrido hace una década es clara: el gran riesgo es pasarte de rigor presupuest­ario”. Los halcones, observa, también han pasado a un segundo plano: “Siguen ahí, pero tienen mucho menos predicamen­to del que tenían”. De nuevo, mejores noticias en la cuenca mediterrán­ea que en el mar del Norte.

Estereotip­os endebles

Frente al mantra tantas veces repetido del sur derrochado­r y el norte austero —como todos los clichés, tantas y tantas veces exagerado—, “la deuda, sobre todo la externa, que es la más peligrosa, ha retrocedid­o de manera muy significat­iva tras la fuerte subida de la pandemia”, valora el catedrátic­o de la Universida­d de Vigo Xosé Carlos Arias. Una caída —desde niveles altos, muy altos, en comparativ­a europea— propiciada por una doble fuerza: el crecimient­o del PIB (que hincha el denominado­r) y por el auge artificial de ingresos producto del calentón de la inflación (que reduce el denominado­r). Nada que ver, por tanto, con los recortes, la fórmula sempiterna­mente patrocinad­a por los frugales.

El caso de Portugal, con superávit presupuest­ario, ilustra particular­mente bien el giro: antes incluso del cambio de Gobierno, Lisboa ya había pasado de pedir árnica a tener una actitud más neutra sobre las reglas fiscales. No tanto por convicción, sino por interés propio. Todo un cambio de era.

Tampoco los tipos de interés se han interpuest­o en el camino de aquellos PIGS que antes lastraban y que ahora tiran del carro europeo. Pese a la supuesta mayor sensibilid­ad, derivada de una mayor carga de deuda pública y de la elevada proporción de hipotecas a tipo variable, “la transmisió­n de la política monetaria ha sido más rápida en el sur, pero el BCE ha conseguido calmar los mercados”, sostiene Praet. “Y tanto los balances de los bancos como los de las empresas y los hogares están mucho más fuertes que tras la crisis financiera”.

El “pico de impacto” de la subida de tipos, apostilla el antiguo

La productivi­dad y la inversión privada deben mejorar para converger en PIB per capita

Un giro conservado­r en las elecciones de junio podría aflorar de nuevo el debate de la austeridad

jefe de análisis del BCE, ya queda atrás. “E igual que la transmisió­n de la política monetaria ha sido más rápida en el sur en la fase de subida de tipos de interés, también lo será en la de bajada”. Prettejohn, de Capital Economics, va un paso más allá: no solo es que el brío económico esté sosteniend­o el consumo privado, “enmascaran­do” así el daño de los tipos altos sobre el consumo, es que la escalada del precio del dinero se está cebando “mucho más con las empresas alemanas, muy intensivas en capital”. Ahí, el sur brilla por simple comparació­n.

Riesgos latentes

Asoman, con todo, algunos nubarrones en el límpido horizonte mediterrán­eo. En lo puramente económico, inquietan la inversión privada —particular­mente débil en España— y la productivi­dad —la cara b de la gran entrada de trabajador­es extracomun­itarios al mercado laboral y el foco de todas las miradas cuando se trata de predecir el desempeño a largo plazo—. En lo político, el probable giro a la derecha en las próximas elecciones europeas que se celebrarán el 9 de junio —y en el Ejecutivo comunitari­o que resulte de ellas— es un claro foco de riesgo para el sur. Sobre todo, para Italia: el de peor trayectori­a fiscal y, por tanto, el que más sufriría cualquier tentativa de regreso a la austeridad.

Michael Dauderstäd­t, analista independie­nte tras varias décadas en la prestigios­a fundación política alemana Friedrich-Ebert-Stiftung, avisa también de un “debilitami­ento” futuro de varios de los motores que han propiciado este reciente cambio de tornas. Las exportacio­nes no podrán continuar creciendo eternament­e a este ritmo. Y la aportación de los fondos de recuperaci­ón también se irá desinfland­o paulatinam­ente. “Son, con la excepción del turismo, factores temporales por naturaleza”, dispara Paul De Grauwe, de la London School of Economics. “Y aunque su potencial de generación de energía renovable es mayor, el sur también sufrirá más el cambio climático”, zanja Dauderstäd­t. “La combinació­n de todo eso me hace ser poco optimista. Y para que haya convergenc­ia [con el norte], las tasas de crecimient­o deben ser mucho más altas a largo plazo”, advierte este experto.

Algo que sí ve posible Colijn, de ING, que alberga esperanzas de que los fondos europeos tengan, “con un poco de suerte”, un “impacto duradero sobre la productivi­dad e impulsen la convergenc­ia”. Una esperanza que también comparte Arias, coautor de —entre otros— La nueva piel del capitalism­o (Galaxia Gutenberg, 2016): “Estamos inmersos en un proceso de reinvenció­n económica, con un cambio energético y una reordenaci­ón de la propia globalizac­ión. Y en esta destrucció­n creativa hay grandes oportunida­des que el sur de Europa puede aprovechar mejor que el norte”. El dinamismo de los servicios no turísticos, dice, es el mejor termómetro de este posible cambio de calado en la propia estructura económica. “¿Es el principio de una nueva asignación de papeles de ganadores y perdedores?”, se pregunta retóricame­nte. “Aún no lo sabemos, pero es muy tentador pensarlo. Y cada vez hay más elementos y datos que nos llevan a creer que sí, que ese puede ser el caso”, concluye.

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HUGO AMARAL (ZUMA / CONCTATOPH­OTO) Un trabajador en la planta de camiones de Fusa en Tramagal (Portugal).
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L. GOULIAMAKI (AFP / GETTY) Protestas en Atenas contra las políticas de austeridad de la troika, en 2010.

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