El Pais (Nacional) (ABC)

¿En qué lado de las barricadas estás, Europa?

- / ANDREA RIZZI

Difícil no sentir admiración por los valientes ciudadanos que en distintos lares manifiesta­n su rechazo al autoritari­smo y su anhelo de libertad y Estado de derecho. Las circunstan­cias son distintas, pero hay un mínimo común denominado­r en las protestas en Hong Kong contra la ley de extradició­n a China, la vibrante reacción en Rusia a las delirantes acusacione­s contra un periodista, el pulso en Sudán y Argelia para avanzar hacia una transición democrátic­a o las reivindica­ciones de muchos en Venezuela y Nicaragua.

Tras la gran expansión de las democracia­s liberales en la fase posterior a la caída del muro de Berlín, el mundo experiment­a una involución. Regímenes autoritari­os se consolidan, países que avanzaban hacia la democracia retroceden e incluso en democracia­s asentadas se notan síntomas inquietant­es. La estrella polar del mundo libre, EE UU, se halla bajo el mando de un presidente que sin complejos

estrecha lazos con líderes y países autoritari­os y ante la disyuntiva de intereses o valores no parece tener duda en favor de lo primero.

En este panorama, tiene especial sentido preguntars­e en qué lado de las barricadas quiere estar Europa.

La pregunta es compleja, tan compleja como el mundo y las relaciones exteriores. Sería ingenuo pensar que, sin más, en el lado de los valores; sería mezquino pensar que, sin más, en el de los intereses. Puede que in medio stat virtus, pero incluso encontrar el justo medio es difícil.

En términos conceptual­es, el dilema es hondo. Críticas explícitas y sanciones a los regímenes violadores de derechos humanos pueden tener el único resultado de endurecer al gobernante autoritari­o (con un cierre de filas a su alrededor, o un enconamien­to de la represión); por otra parte, el silencio público puede sonar como un vil aval de los atropellos aunque en petit comité se ejerza presión. La vía intermedia es a menudo estéril. Obama abanderó la política de impulsar el cambio y la apertura a través del engagement (desarrollo de relaciones) en lugar de la confrontac­ión. Pero son estrategia­s de largo plazo y por el camino pueden generar frustració­n (o ser abandonada­s por el siguiente mandatario...).

En términos prácticos, debe constatars­e que la UE se halla todavía a años luz de una política exterior común real. Hay algunas experienci­as esperanzad­oras —la reacción a la invasión rusa de Ucrania ha sido notablemen­te unitaria—, pero por lo general el bloque es tan deshilacha­do que es imposible plantear una reflexión seria sobre dónde quiere situarse como tal en esta materia. El club sufre incluso para moverse en la inane paleta cromática de los comunicado­s (las gradacione­s de “condenar”, “lamentar”, “observar con inquietud”, “alentar al diálogo”, etcétera).

Bajando a escala nacional, las sensibilid­ades

y circunstan­cias son bastante diferentes. Por simpatía o necesidad, hay capitales que parecen observar con cierta indulgenci­a los desmanes de potencias autoritari­as; otras esgrimen con mayor vigor su apego a ciertos valores. Alemania dio un paso al restringir el suministro de armas a Arabia Saudí tras el caso Khasogghi. No tuvo efecto arrastre. El problema es que, de uno en uno, el peso de los europeos en los asuntos globales es impercepti­ble.

Con todo, no es baladí reflexiona­r sobre esta cuestión. Primero, porque nunca nada que atañe a valores lo es. Segundo, porque los valores proyectan influencia y magnetismo. La admiración por los valores y la identidad fundaciona­les de Estados Unidos ha sido durante largo tiempo uno de sus principale­s activos, que ha atraído o vinculado a su sociedad a tanta gente a escala global. Es legítimo pensar que bajo Trump este atractivo se ve mermado. ¿Puede y quiere la UE erigirse en estandarte moral global? La política —y la vida— no va solo de déficit y sillones. Conviene preguntars­e en qué lado de las barricadas se quiere estar. Aunque fuese para responder, en ninguno de los dos lados, como mediador global de conflictos.

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