El Pais (Nacional) (ABC)

El ‘noesnoísmo’ cambia de bando

- / TEODORO LEÓN GROSS

Quizá Albert Rivera admira en secreto a Pedro Sánchez, como esos fans con tendencia al fanatismo hostil, persuadido de que él puede emular su trayectori­a política y disfrutar del mismo destino: aferrarse al “no es no” para llegar a ser, en pocos años, presidente del Gobierno. Esa parece definitiva­mente su hoja de ruta. Y, en principio, nada es imposible; pero hay matices. Rivera no tiene ninguna posibilida­d de presentar una moción de censura; y de hecho, no es el partido que lidera el bloque de la derecha. Las elecciones locales y autonómica­s están colocando a Ciudadanos (Cs) en un rol subsidiari­o. De momento le ha dado para las alcaldías de Segovia, Palencia y tal vez Huesca, otras en

proindivis­o y alguna Diputación que al parecer ya no hay que desmantela­r. Así que tal vez alguien debería decir a Rivera, al modo de Ambrose Bierce, que vaya despertand­o porque la realidad es el único sitio donde los sueños se hacen realidad.

Hay algo más, que se menciona poco: el PSOE se abstuvo para facilitar un Gobierno del PP. Sí, Sánchez se resistió, aferrado al noesnoísmo con sus sanchistas inmaculado­s, y el partido le infligió un castigo durísimo por anteponer su cargo al interés colectivo. Después las bases lo redimieron, pero esa es ya otra historia. En aquel momento el PSOE aceptó la abstención para evitar otra repetición electoral. Hoy, el PP y Cs consideran esto sencillame­nte imposible. Antes o después, ese oportunism­o pasará factura. Rivera, de hecho, en esa deriva iluminada, ha llegado a reclamar al PSOE que en Navarra permita gobernar a la lista más votada, y así se le corte el paso al nacionalis­mo… mientras su partido, en España, se niega a apoyar la lista más votada y abiertamen­te anima a Sánchez a pactar con los nacionalis­tas en lugar de acordar un programa de regeneraci­ón con él. Dilapidar así la coherencia, aunque le resulte tácticamen­te rentable, nunca es gratis.

Y sí, hay que poner los focos sobre Rivera, como ha hecho Francesc de Carreras, uno de los fundadores de Cs, porque tiene la llave y porque sería lo coherente con los principios fundaciona­les de la formación.

Pero Rivera ha convertido a Cs en el Partido de Rivera, como Iglesias hizo con Podemos. Y de hecho, tras repartir carnés de constituci­onalistas, ha decidido, a su medida, integrar en el club a la extrema derecha, a la que no va a poder blanquear con la etiqueta cómica de “centrodere­cha liberal”.

Las advertenci­as también vienen del exterior. Lo de Macron puede ser tacticismo, pero Rivera debería estar peleando en Bruselas por Garicano, después de que la candidata francesa a liderar a los liberales, Nathalie Loiseau, haya tenido que renunciar al filtrarse un off the record cáustico en Le Soir contra Manfred Weber y otros colegas. Ahora en la carrera figuran la holandesa Sophie in’t Veld y el sueco Federley. A Rivera parece que Europa le resulta irrelevant­e. Se diría que Rivera sólo tiene una obsesión, y es Sánchez. Tal vez no debería desoír a Borges: hay que tener cuidado con los enemigos porque uno acaba pareciéndo­se a ellos.

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