El Pais (Pais Vasco) (ABC)

“He tirado mi vida por una mentira”

Un hombre a quien se diagnostic­ó por error hace 15 años que era portador de VIH lamenta haberlo perdido todo

- CRISTINA HUETE, Pontevedra

“No sé cómo podré empezar de nuevo”. Daniel (nombre ficticio), recibió en 2015, en la prisión pontevedre­sa de A Lama, la noticia de su estupendo estado de salud. 15 años antes había sido diagnostic­ado, erróneamen­te, como portador del VIH y hepatitis b, enfermedad­es que asumió como reales y por las que fue repudiado por su familia, lo que le llevó a la delincuenc­ia y a la cárcel.

Tres años después, Daniel ha recibido en la misma prisión la noticia de que la justicia ha condenado al hospital Povisa de Vigo a indemnizar­lo con 60.000 euros (4.000 euros por año de diagnóstic­o erróneo). No le ha parece suficiente para tanto sufrimient­o. No podrá volver atrás. No podrá recuperar todo lo que ha perdido. “Le dio mucha tristeza que su madre hubiese fallecido sin saber que no estaba infectado”, aseguran fuentes de su entorno, que ahora transmiten su convencimi­ento de que, próximo a la cincuenten­a, no encontrará ya un empleo. “Hubiera tenido más hijos”.

Su viacrucis —y el de sus familiares— comenzó un día de 2000 cuando su hermano abrió la carta que llegó a la casa familiar con remite del hospital vigués después de que Daniel hubiese sido atendido por un corte en una pierna provocado por una caída accidental en la calle. Junto al diagnóstic­o de la herida figuraba otro como un mazazo: le atribuía infeccione­s por “VIH, VHB, VHC y ADVP”.

El hermano se lo comunicó a la mujer de Daniel y ésta se vino abajo. “Hubo una gran pérdida de confianza, porque ella sospechaba que si estaba infectado y no consumía, no le habría sido fiel”. El matrimonio, que tenía una hija de 10 años, se hizo añicos. Por si esto fuera poco, su mujer le prohibió todo contacto con la niña por temor al contagio y su madre “iba limpiando con lejía las partes de la casa por las que él pasaba”, aseguran las mismas fuentes. Él abandonó el empleo, recayó en las drogas y acabó cometiendo pequeños delitos que lo han llevado y traído de la cárcel.

Nadie lo tuvo fácil. Su hija padeció el escarnio de algunos compañeros de colegio: la insultaban. Solo la hermana, de apenas 20 años, se mantuvo a su lado todo este tiempo. Es prácticame­nte la única persona con la que cuenta para enderezar su vida. La de ambos, porque ella, “que lo admiraba”, ha pasado también su propio calvario.

Durante todos estos años de exclusión (ha perdido todo contacto con su hija y no conoce al nieto que ha tenido) y depresione­s que lo llevaron a intentar acabar tres veces con su vida, Daniel se mantuvo firme en la creencia de que era imposible que estuviese infectado. No obstante, cada vez que acudía por cualquier cuestión de salud al hospital Povisa, allí se mantenían como una daga sobre su cabeza la retahíla de las siglas que enumeraban su desgracia.

“Siempre se ha negado a asumir que era portador del VIH” explica su letrada, Noemí Martínez. Curiosamen­te, solo cuando en 2015 aceptó por fin que estaba infectado y que debía vivir con ello, fue cuando la vida dio otro quiebro: se constató que nunca lo había estado. Cuando asumió el diagnóstic­o y se dispuso a vivir con él, su abogada lo animó “para que pidiera las ayudas sociales que hay para estos casos”. En ese momento, la asistente social de la prisión ordenó hacer la analítica para confirmar las infeccione­s y el resultado no arrojó la mínima duda: no había rastro de ellas.

Su recuperaci­ón será lenta. “He tirado mi vida por una mentira”, ha comentado a su entorno asegurando que se ha sentido “un despojo” durante estos años de pérdidas vitales y de idas y venidas a la cárcel en donde ha visto morir a compañeros de las mismas infeccione­s que a él le habían diagnostic­ado y en donde llegaron a aplicarle el protocolo antisuicid­io en varias ocasiones. Saldrá en breve. Lo esperan dos hermanas para ayudarlo a reiniciar una nueva vida. Otra: la tercera.

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