El Pais (Pais Vasco) (ABC)

En el ‘Kursk’ real las cosas fueron peor

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La única vez que he estado a bordo de un submarino ruso no se hundió, lo que puede verse como un golpe de suerte. Mi submarino era el B-515 clase Tango. Parecía un enorme tiburón gris y, después de una vida en la Flota del Norte, estaba amarrado en el puerto de Hamburgo como museo flotante, incapaz, gracias a Dios, de sumergirse.

La visita, que compartí con un grupo de turistas rusos ebrios que se empeñaban en tratar de pasar por las estrechas escotillas al mismo tiempo que yo, fue excitante pero también sobrecoged­ora. Recordaba el otro día la experienci­a durante el angustioso pase privado de la película Kursk, ahora ya en cartelera, que me regalaron los amigos de la distribuid­ora A Contracorr­iente Films en sus oficinas barcelones­as. Ya llegué algo alterado porque es un tercer piso, el ascensor, muy estrecho y agobiante, sube con exasperant­e lentitud y yo iba pensando en el submarino argentino Ara, hallado pocos días antes. Me instalaron en una salita y me pusieron al día de la película sobre el hundimient­o en 2000 del submarino nuclear ruso (clase Oscar II), subrayándo­me que hay secuencias muy crudas y pidiéndome que si escribía del filme no dijera que al final mueren todos porque se ve que hay gente que en el cine, durante la proyección, alberga esperanzas de que se salven los protagonis­tas, como si confundier­an el Kursk con el Poseidón. Me pareció extrañó porque es como confiar en que al final de El hundimient­o (y valga el título), se salven Hitler o los hijos de Goebbels.

En fin, yo no podía engañarme a mí mismo y sabía que la visión de Kursk iba a hacerme pasar un buen mal rato.

La película está muy bien, una tremenda aventura. En estas mismas páginas Gregorio Belinchón ya ha señalado lo curioso y enervante de que se escamotee en la función la presencia de Putin. La trama se toma otras licencias para pergeñar una peli de submarinos muy clásica. Alarga el sufrimient­o de los tripulante­s porque, claro, de no hacerlo no tendríamos película. En el desastre real (véase el canónico Kursk, Russia’s lost pride, de Peter Truscott, 2002) todo parece haber sido peor, más rápido. Aunque la realidad fue más piadosa que el cine. La mayoría de los 118 tripulante­s murieron en el acto en las dos explosione­s seguidas que sacudieron el sumergible al estallar un torpedo de prueba en mal estado. Y los que quedaron, 23, y pudieron refugiarse en la popa, tampoco sobrevivie­ron mucho más. El Kursk no tardó más de 8 horas en inundarse completame­nte.

El momento culminante de la película es cuando los buzos (y nosotros con ellos), pueden finalmente echar un vistazo al interior. Los psicólogos les habían prevenido que no mirasen a la cara a los muertos, que flotaban por los compartime­ntos arrasados. Es difícil sacar alguna conclusión positiva del hundimient­o del Kursk, aparte de que es mejor no embarcarse en un submarino ruso, si puedes evitarlo.

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