Dos millones de personas protestan en Hong Kong para evitar la injerencia de Pekín
Todo Hong Kong estaba allí. Dos millones de personas, según los organizadores, que ante las gigantescas dimensiones de la marcha tardaron ayer nueve horas en dar esa cifra. La tercera manifestación en una semana contra el proyecto de ley de extradición
El recuento de la policía es mucho menor —338.000 personas—, pero admite que solo incluye el recorrido oficial, no a los centenares de miles de personas que marcharon por avenidas paralelas ante la falta material de espacio en la ruta indicada. Si Carrie Lam, la ministra jefa del Gobierno autónomo, pensó que desactivaría las protestas ciudadanas al anunciar el sábado la suspensión del proyecto de ley de extradición, la respuesta ciudadana le demostró ha sido la mayor de todas, y supone un desafío no solo al Gobierno autonómico, sino a la autoridad de Pekín. La marcha Fue la mayor contestación en la calle que ha visto China en 30 años, desde las protestas estudiantiles de Tiananmen. Participó el 28% de una población de siete millones.
que se había equivocado por completo. Pasada la medianoche, aún decenas de miles de personas se encontraban en la avenida frente al Parlamento autónomo, como hicieron decenas de miles de jóvenes el miércoles pasado para rodear la sede del Legislativo e impedir que se tramitase el denostado proyecto de ley, que por primera vez autorizaría la entrega de sospechosos a China. El uso de la fuerza policial, condenada por excesiva por el colegio de abogados
y organizaciones de derechos humanos, para disolver esas protestas había soliviantado aún más a unos ciudadanos ya indignados porque el Gobierno autónomo hiciera caso omiso de sus protestas.
“¡Carrie Lam, dimite! ¡Retirada del proyecto de ley!”, gritaban los participantes en la protesta, que se desarrolló de manera pacífica. En cabeza de la marcha, discapacitados en sillas de ruedas. Detrás de ellos, el resto de la arrolladora marea humana: niños, ancianos,
da miedo que, paso a paso, China nos vaya absorbiendo. Ya lo está haciendo con el proyecto de la Gran Bahía [un área de integración económica de las grandes ciudades del suroeste]. Y todos conocemos las regulaciones en China. Puede que llegue un día en que no podamos expresarnos como ahora, recibir información de todas partes y con varias versiones como ahora. Entendemos que somos parte de ese país, pero tenemos nuestro sistema propio”, asegura Gwen.
La banquera Annie, de 50 años, sí estuvo en la manifestación anterior, e insiste en que participará en todas las que se convoquen. “Los chicos que se manifestaron el miércoles hongkoneses, extranjeros, acomodados, familias enteras. Grupos que tocaban tambores. Jóvenes con la cara cubierta por máscaras. Adultos llevando globos negros. En algunos puntos, simplemente por la pura aglomeración, la marcha debía detenerse o avanzar centímetro a centímetro. De las bocas de metro seguía llegando gente para sumarse al largo, larguísimo dragón. Varias estaciones tuvieron que cerrarse debido a la saturación.
El negro era el color que vestían todos, el color elegido para simbolizar la ira ciudadana. También el dolor por la muerte de un joven activista fallecido la noche anterior tras colgar un cartel de protesta en lo alto de un edificio.
Muchos llevaban flores blancas —margaritas, rosas, lirios— para, al paso de la manifestación, depositar un homenaje simbólico en el lugar donde cayó el joven. Bobby, un adolescente de 16 años que participaba por primera vez en una manifestación, era uno de ellos. No asistió a la del domingo anterior. “Me di cuenta de que a este Gobierno no le preocupan sus ciudadanos, y que Carrie Lam no nos escucha. Pensé que tenía
pasado para parar la tramitación del proyecto de ley de extradición acabaron disueltos por la policía con gases lacrimógenos, porras y pelotas de goma. Algunos fueron detenidos o acabaron heridos. Es el momento de que nosotros hagamos algo para defender a esos chicos”, sostiene.
A pocos metros, Billy carga la batería de su móvil. Este estudiante filipino de 21 años lleva media vida en Hong Kong. “En la Universidad hay varios estudiantes de la China continental. No se mezclan con nosotros, por lo general. No quieren saber de política, dicen que tener las libertades de que disfrutamos aquí no es importante. No saben lo que se pierden”. que venir para que el Gobierno sepa cómo me siento”.
Como Bobby, muchos otros manifestantes expresaban su indignación contra la jefa del Gobierno autónomo, a la que acusan de intentar ganar tiempo al suspender la tramitación del proyecto de ley. “Si fuera sincera, lo retiraría completamente. Pero lo que quiere es que nos callemos la boca, nos volvamos a casa y entonces hacer lo que quiera. Pues se va a encontrar que ni nos callamos ni nos volvemos a casa”, aseguraba Annie, una banquera de 50 años que, armada con un paquete de folios, caligrafiaba mensajes de protesta para quien los quisiera lucir en la manifestación. “No hay líderes, cada uno contribuye con lo que se le ocurre a esta manifestación y yo pensé en hacer esto”, explica. Sus carteles reiteran los mensajes que los ciudadanos han repetido machaconamente los últimos días: “No nos disparéis”, “Amamos nuestra libertad”, “Carrie Lam, vete”, “No a la odiosa ley de extradición”.
La manifestación de hace una semana tenía una única exigencia, retirar el proyecto de ley. Muchos hongkoneses lo ven como un intento de integrar un poco más a Hong Kong en la órbita de la China continental y diluir el sistema de libertades que la antigua colonia británica tiene prometido hasta 2047. La de ayer tenía cinco: tirar a la papelera definitivamente la propuesta de ley; disculpas oficiales por la violencia policial; compromiso de no presentar cargos contra los manifestantes detenidos en las protestas estudiantiles del miércoles; dejar de describir esa concentración como “disturbios”. Y la dimisión de Lam.
Petición de disculpas
Seis horas después de que comenzara la manifestación, la jefa del Gobierno pedía disculpas en un comunicado. “La ministra jefa reconoce que deficiencias en el trabajo del Gobierno ha desatado controversias sustanciales y disputas en la sociedad, decepcionando y entristeciendo a mucha gente”, indicaba el documento distribuido por su oficina. Lam también se compromete a “aceptar sincera y humildemente todas las críticas, mejorar y servir al público”. Un paso muy poco habitual en la política de Hong Kong, o de la China continental.
Pero era demasiado poco y demasiado tarde para los manifestantes que seguían concentrados en torno al legislativo y las oficinas de la ministra jefe, en el centro de Hong Kong. Jimmy Sham, el presidente del Frente de Derechos Civiles y Humanos de Hong Kong —la agrupación convocante de la marcha de ayer— declaraba al periódico South China Morning Post que la declaración de Lam no responde a las exigencias de los ciudadanos: “Los hongkoneses no pedimos solo una disculpa, y ella no ha respondido a ninguna de nuestras cinco exigencias”.
A esas alturas, la cola de la manifestación aún estaba a mitad de camino. Algunos abucheaban a la policía en la comisaría central de Wanchai, de donde salieron muchos de los agentes que el miércoles cargaron contra los manifestantes, en unos enfrentamientos que dejaron al menos 81 heridos. “¡Disculpaos! ¡Disculpaos!”.