El Pais (Pais Vasco) (ABC)

De vuelta al CIE a la espera de la expulsión

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Marlaska rechazó la propuesta de imponer un periodo de internamie­nto mínimo, pero planteó a sus homólogos otra fórmula “más útil y proporcion­al”. Ante la interpreta­ción de que los internos piden protección internacio­nal para evitar in extremis su deportació­n, el ministro propuso un sistema de plazos “más progresivo” que tenga en cuenta “las interrupci­ones del internamie­nto debidas a las solicitude­s de asilo”. Ese sistema llevaría de vuelta al centro de internamie­nto al inmigrante que tenga su solicitud de asilo denegada para continuar con su proceso de expulsión.

Más allá de las reservas morales, el Gobierno aporta una visión pragmática para rechazar este enfoque. “¿Qué sentido tiene poner en un papel que vamos a devolver a todos los subsaharia­nos si sus países de origen no les reconocen?”, cuestionan desde el Ministerio del Interior. No importa cuánto tiempo pase internado el inmigrante. Si su país no lo reconoce como nacional, y no colabora con su documentac­ión, la expulsión nunca será viable. En 2018, el 42% de los internos en los Centros de Internamie­nto para Extranjero­s (CIE) no pudo ser deportado y quedó en libertad. El ministerio, de hecho, ha dado prioridad a la privación de libertad de marroquíes y argelinos porque los acuerdos bilaterale­s con sus países facilitan las expulsione­s. Ha dejado, por tanto, de internar subsaharia­nos, consciente de la dificultad de devolverlo­s a sus países de origen.

A la espera del Parlamento

La posición pactada en el Consejo —paradójica­mente, con la oposición de Hungría por resultar demasiado laxa y de España por excesivame­nte restrictiv­a— debe consensuar­se con el Parlamento Europeo para ser firme y modificar la directiva de retorno. “A las personas objeto de un expediente de expulsión no se les imputa un delito”, señaló Marlaska para alertar de la desproporc­ión entre el hecho de la entrada irregular y la respuesta legal ofrecida (internamie­nto mínimo de tres meses). En la Eurocámara, los eurodiputa­dos pueden tratar de influir en el texto para que lime las condicione­s de retención.

España suele pulsar siempre la misma tecla en las discusione­s abiertas en Europa: el control de la inmigració­n irregular pasa por la colaboraci­ón con los países africanos, no por la imposición de reglas o deportacio­nes. Los interlocut­ores españoles critican a menudo la posición condescend­iente de algunos de sus socios europeos ante África. “No se puede abordar este asunto desde una mentalidad de superiorid­ad, o casi colonial”, mantienen fuentes de Interior. “España defiende que solo con los países con los que hay un conocimien­to previo y una colaboraci­ón de igual a igual funciona. Que un país que no ha puesto el pie en África diga ‘esto es tuyo; te lo devuelvo’ es no entender la realidad”, ilustran las mismas fuentes.

España defiende su propia política de cooperació­n con África “como medida eficaz para controlar la inmigració­n irregular”. Es la estrategia que emprendió en 2006 con la llamada crisis de los cayucos y que, en sus inicios, sirvió de inspiració­n para el resto del continente. El Gobierno socialista de entonces firmó acuerdos, entre otros países, con Senegal y Mauritania que se mantienen hasta hoy. España contribuye con medios y formación y tiene desplegado­s allí agentes que trabajan con las fuerzas de seguridad locales. “Los equipos conjuntos de colaboraci­ón trabajan al mismo nivel y dan un resultado magnífico”, explican en Interior. “La solución es cooperar con África. Lo demás son chapuzas”, dicen.

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