El peligro de ser un ‘picasso’ en el yate de un millonario
La falta de conciencia amenaza el arte en manos de los más ricos
La escultura de cristal parecía sucia y la metieron en el lavaplatos. Al dueño del barco le había costado 90.000 euros y el lavado acabó con el brillo de la pieza. La pareja de la obra apareció una mañana astillada y la tripulación culpó a las gaviotas de picotear la superficie. En otro barco, trataron de arrancar el envoltorio que cubría una de las paredes: una instalación de Christo y Jeanne-Claude.
No son escenas sacadas de una película de Peter Sellers. De todas ellas ha sido testigo la historiadora británica Pandora Mather-Lees, quien cuenta las anécdotas sin precisar nombres. Trabaja para que el arte en poder de los multimillonarios no sufra. Desde que empezaron a construirse yates de más de 40 metros de eslora, los barcos son un segundo hogar para los más ricos, que colocan parte de sus colecciones en sus naves. Un club al que puede haberse sumado el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán (MBS), si se confirma que es el hombre que estaba tras la puja por el Salvator Mundi, un leonardo en entredicho que en 2017 fue vendido en una subasta en Nueva York por 450,3 millones de dólares (unos 382 millones de euros), convirtiéndose en la obra más cara de la historia. Un experto en arte reveló hace unos días que el cuadro cuelga en un salón del Serene, el yate de MBS.
Mather-Lees conoce los problemas de conservación del arte contemporáneo, en manos del 1% de la población, y no escatima en relatos insólitos, como el del corcho de champán reventando un picasso durante una fiesta. Inolvidable también la operación de rescate de un basquiat, sepultado por los copos de maíz que los hijos del dueño estamparon en el desayuno. Aquel cuadro les daba miedo. La tripulación empeoró la obra cuando la quiso limpiar.
“Tienen más espacio para albergar arte. La llegada de la nueva riqueza rusa ha hecho que a los propietarios les guste tener sus mejores piezas a bordo”, comenta la especialista. Por eso los interiores de las naves se diseñan cada vez con más lujo, más arte y más vanidad.
El primero en marcar tendencia y mandar a flotar las piezas más caras del mercado del arte fue el magnate ruso Roman Abramóvich. El interiorista Terence Disdale se encargó de decorar su Eclipse, entregado en 2010, un yate de 162 metros de eslora, 13.000 toneladas de peso y con un precio de 340 millones de euros. Disdale compró 35 obras de arte contemporáneo, entre ellas cuadros de Lucian Freud y Francis Bacon, esculturas de Simon Allen y pinturas abstractas de Trevor Bell, entre otras piezas, para ambientar el segundo yate de lujo más grande del mundo.
Mather-Less asegura haber visto naves con más de 800 piezas de arte, con un precio de mercado que doblaría el de la propia embarcación. “Hay superyates con mejores colecciones que algunos museos”, aseguró en unas conferencias organizadas por Superyacht Investor, una revista que informa sobre yates y el estilo de vida de sus dueños.
¿Y los seguros? Una de las principales aseguradoras de España —no quiere que se precise su nombre— apunta que, a pesar de que han hecho alguna excepción “para algún cliente muy VIP”, no aseguran nunca el contenido de yates, porque “es un riesgo adicional”. Junto a las condiciones ambientales (luz, temperatura, humedad, aire salino...) y la acción de los seres humanos, existe la amenaza de las sanciones a la exportación. Uno de los casos más sonados es el de Jaime Botín, acusado de ignorar las órdenes del Ministerio de Cultura y sacar Cabeza de mujer, de Picasso, de España sin permiso. El banquero irá a juicio por un delito de contrabando.
Mather-Lees educa a las tripulaciones en conservación de patrimonio, a 295 euros la jornada. Comenta que lo ideal es que tanto el dueño de la nave como la tripulación sean conscientes de que lo que decora sus barcos es algo más que decoración.