Trump vuelve al ruedo aferrado a la lealtad de sus bases
El presidente lanza la campaña por la reelección confiado en que condados clave como Luzerne (Pensilvania) volverán a apoyarle por haber mantenido sus promesas
Una economía en ciclo expansivo y la rebaja de impuestos juegan a su favor
Su índice de apoyo está en un 40%, pero supera el 80% entre los republicanos
A cuatro horas en coche desde Washington y dos desde Nueva York se encuentra uno de esos condados donde Hillary Clinton se dio el morrazo político de su vida. Luzerne no elegía a un presidente republicano desde 1988; el condado había votado y vuelto a votar a Barack Obama, pero en las elecciones presidenciales de 2016, los vecinos de este pedazo del cinturón industrial americano optaron por Donald Trump. Joe Padavan, el presidente regional del sindicato de trabajadores del acero, no daba crédito en los meses previos: “Había de todo, tipos que votaron a Trump, tipos que querían a Bernie Sanders y luego no quisieron votar a Clinton… Hay que ver esta vez, si se presenta Joe Biden. Es de aquí al lado, de Scranton, puede ganar”, opinaba el pasado sábado.
El presidente lanza formalmente hoy en Orlando su campaña para la reelección a la presidencia, si bien, en puridad, Estados Unidos no parece haber salido nunca de ella. Una economía en el ciclo expansivo más largo de su historia, la mayor rebaja de impuestos desde la era Reagan y la simple y llana fidelidad de partido, mayor entre los republicanos que entre los demócratas, juegan su favor. La mayor movilización de estos últimos, como se demostró en su victoria en las elecciones legislativas de noviembre pasado, puede dar la vuelta a la situación. La única certidumbre para 2020: la polarización.
“Yo no veo su base erosionada en este condado, la diferencia esta vez van a ser los demócratas de este condado, no los que votaron a Trump, los que se quedaron en casa. Si los demócratas logran un candidato que los movilice y los lleve a las urnas, tienen una oportunidad”, opina Bill O’Boyle, un veterano reportero y columnista del diario local Times Leader. “Los demócratas tienen que ver por qué un tipo vulgar y ególatra se convirtió en portavoz de la América trabajadora, él les habló de cosas que les importan, como recuperar empleos que se fueron del país y proteger las fronteras”.
Es sábado a las 10 de la mañana en la plaza de Wilkes-Barre, la principal ciudad del condado. Dos docenas de personas se reúnen para oír hablar de sanidad al congresista del distrito, el demócrata Matt Cartwright, decidido, dice, a dar la batalla de una sanidad accesible para todos. “Uno no debe tener que elegir entre pagar sus medicinas o pagar su hipoteca”, clama. Marlee Stefanelli, de 41 años, madre de un niño de siete años con diabetes tipo 1, dice literalmente que la reforma sanitaria de Obama, uno de los asuntos más contestados por los republicanos, le cambió la vida. “Ahora pagamos un seguro mensual de 1.000 dólares [891 euros] para los cuatro miembros de familia que somos, pero sin el Obamacare sencillamente no tendríamos ningún seguro, no nos aceptarían”, afirma.
La sanidad es uno de los elementos que agitaron a los votantes demócratas en noviembre y Dwayne Heisler, jefe territorial del caucus progresista, cree que lo mismo ocurrirá ahora. “Lo de 2018 fue muy alentador, yo no veo mucho cambio entre los votantes de Trump pero sí que los demócratas se han movilizado mucho más, la comunidad latina especialmente se ha incorporado al caucus, van a muchos actos…”.
El pueblo tiene algo de postal de suburbio estadounidense en su época dorada. Rodeado de montañas, las casas bajas con porche y bandera de barras y estrellas dominan el paisaje, aunque las naves cerradas y lo desvencijado de muchas viviendas recuerdan que este trozo de América lo ha pasado mal en las últimas décadas. The forgotten (Los olvidados), un libro escrito por Ben Bradlee Junior después de las presidenciales, relata una tormenta perfecta: las minas de carbón empezaron a cerrar y las factorías en las que muchos hijos de aquellos mineros encontraron trabajo, también. La gran fábrica de lápices Eberhard Faber se fue a México a mediados de los años ochenta y hoy ya no queda ni el solar. Los empleados de mono azul se sustituyeron por trabajadores de servicios, peor pagados. Y mientras, la población hispana del condado se multiplicó por 10 con el tirón, sobre todo en Hazleton, que ha vivido una revolución demográfica en el lapso de solo 15 años: en 2000, el 95% de sus habitantes eran blancos; en 2016, eran el 44% y los hispanos, mayoría, el 55%.
El congresista republicano Lou Barletta se erigió en azote de la inmigración irregular en el año 2006, como alcalde de Hazleton, aprobando unas ordenanzas —suspendidas en los tribunales— según las cuales cualquier empresario que, con conocimiento de causa, diese empleo a un irregular, perdería la licencia de su negocio, igual que un casero si alquilaba una vivienda a un extranjero indocumentado. “La inmigración sigue siendo un asunto muy importante para la gente de este condado. La lucha contra la ilegalidad no es antinmigrante, y la prueba es que la población hispana no dejó de crecer mientras yo fui alcalde”, afirma por teléfono.
Barletta se presentó al Senado en las últimas elecciones legislativas pero perdió el escaño frente al demócrata Bob Casey. Annie Méndez, de 48 años, reivindica parte del crédito de ese resultado. “Hicimos mucha campaña contra él, la comunidad la