El mar de Aldeburgh se llena de música y poesía
El festival británico profundiza en su última edición en los ciclos de canciones de Benjamin Britten
“Uno de mis principales objetivos es intentar devolver al tratamiento musical de la lengua inglesa una brillantez, una libertad y una vitalidad que han sido extrañamente infrecuentes desde los tiempos de Purcell”. Esta frase de Benjamin Britten, que forma parte de un texto más amplio sobre su ópera Peter Grimes, podría haber servido casi de lema de esta 72ª edición del Festival de Aldeburgh, que sigue manteniendo inalteradas las principales coordenadas que se trazó al nacer en 1948: una apuesta firme por la creatividad, por la interrelación de las diversas artes y una vocación de servicio a los habitantes de una zona rural muy alejada de los grandes centros culturales.
La larga convivencia y la ininterrumpida colaboración profesional con Peter Pears, la irresistible atracción por las posibilidades expresivas de la voz humana y una curiosidad literaria que jamás declinó convergieron para hacer de Britten uno de los compositores en cuyo catálogo poesía y música conviven de la manera más fructífera y diversa. Sin vocación de exhaustividad, el festival ha programado varios de sus ciclos de canciones y estos días ha sido especialmente grata la presencia de dos triste y frecuentemente preteridos: Our Hunting Fathers (1936) y Who Are These Children? (1969), que combina poemas y acertijos en escocés y poemas hondos y desolados en inglés de William Soutar, entre ellos el que da título al ciclo, inspirado por una fotografía de 1941 en la que los integrantes de una partida de caza atraviesan a caballo impertérritos, y pulcramente ataviados, un pueblo arrasado por las bombas alemanas en la Segunda Guerra Mundial ante la mirada atónita de unos niños. Otro se titula simplemente The Children, escrito en 1937 por un Soutar conmocionado por las víctimas civiles provocadas por el bombardeo de Gernika y la última canción, The auld aik, que utiliza la caída de un roble bicentenario como símbolo de fin y aniquilación, es un perfecto ejemplo de esas músicas de Britten que, de puro sencillas, resultan aún más lacerantes.
Our Hunting Fathers, protagonizada por animales y textos originales o seleccionados por Wystan Hugh Auden, no es tampoco ajena a la denuncia política: en Rats Away!, una plaga de ratas representa inequívocamente la irrupción de los fascismos que empezaban a campar a sus anchas por Europa. En Dance of Death, dos de los sabuesos de una partida de caza se llaman, premonitoriamente, Jew (Judío) y German (Alemán), dos nombres que aparecían ya en el poema original de Thomas Ravenscroft, del siglo XVII, pero que en el contexto de 1936 se revestían de siniestras resonancias. Así supo percibirlo Auden, una influencia decisiva en el joven Britten, como ser humano y como músico. Ambos compartían, además de muchas otras cosas, unos firmes ideales izquierdistas y un desprecio profundo por la secular
Ha apostado de modo firme por la creatividad desde su creación en 1948
El concierto ‘The Sea, the Sea’ fue el epítome de los valores de la cita
These Children?