La promesa de que esta vez voten las bases
A pesar de que la competición entre los candidatos a liderar el Partido Conservador pueda acelerarse en los próximos días, a partir de renuncias de los contendientes, no sucederá como con Theresa May en 2016. Entonces se quedó sola y fue elegida por descarte. En esta ocasión, los rivales se han comprometido, pasada ya la segunda ronda, a no abandonar y a que los 160.000 afiliados del partido puedan tener la última palabra en estas primarias. El nuevo primer ministro se anunciará oficialmente en la semana que comienza el 22 de julio, según el calendario acordado. públicamente su apoyo al candidato Johnson.
La segunda ronda exigía un respaldo mínimo de 33 votos para no quedar eliminado. El exministro para el Brexit, Dominic Raab, solo logró 30. El cachorro neoliberal y thatcheriano al que cortejaron durante un tiempo las filas euroescépticas se ha ido desinflando con rapidez, por una mezcla de ambición poco disimulada, torpeza en sus declaraciones y una exhibición de testosterona de la que no hizo gala en el breve periodo en que fue responsable de las negociaciones con Bruselas.
Hoy, tercera ronda
En la competición, que celebra hoy su tercera ronda, quedan Johnson y otros cuatro. Entre ellos, el ministro de Exteriores, Jeremy Hunt —que obtuvo ayer 46 votos— sigue siendo el que ofrece una mayor imagen de experiencia y seriedad, pero adolece de magnetismo y no termina de ganar nuevos adeptos. El ministro para el Medio Ambiente, Michael Gove, sobrevive a su confesión de los flirteos juveniles con la cocaína y mantiene su base. Ayer le apoyaron 41 diputados. Hasta ahora, fiel a su propia leyenda, ha demostrado ser el más “zorro” de los contendientes, al piropear a rivales, sembrar dudas sobre otros y criticar abiertamente la personalidad de Johnson.
Sajid Javid, el ministro del Interior, ha sido la segunda sorpresa del combate (33 votos). Musulmán, de origen humilde, financiero de éxito que dio el salto a la política, su historia personal y su mensaje inclusivo recaba apoyos entre aquellos conservadores que piensan que su partido, además de un nuevo líder, necesita un renovado cambio de imagen.
Porque la primera sorpresa, como reflejan los medios británicos, es Rory Stewart, con 37 sufragios. Este político con pinta de despistado, de orígenes y educación aristócratas, tutor de los príncipes Enrique y Guillermo, diplomático y aventurero, se ha convertido, con un discurso sensato y honesto, en la esperanza de muchos.
sus años como espía al servicio del MI6. No es una acusación nueva ni está claro que resulte eficaz en su propósito descalificador. En primer lugar, porque Stewart tiene la ventaja de que todo el mundo entiende algo obvio: la primera obligación de un espía es negar que lo sea. Pero, sobre todo, porque puestos a comparar pecados la opinión pública está dispuesta a aceptar más la pasada vida secreta de Stewart que los tiempos de Johnson como periodista marrullero.
En el primer debate entre los candidatos, el espía que surgió de la nada encandiló a la audiencia al denunciar la batalla de gallos protagonizada por sus rivales, todos ellos dispuestos a imponer el Brexit a pesar de Bruselas. Stewart se limitó a recordarles que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Y les aconsejó que, como él mismo asegura haber hecho, se lean las más de 500 páginas del Acuerdo de Retirada que Theresa May negoció con la UE y del que todos reniegan ahora.