El precio del oro que llega a los móviles
Reporteros represaliados, daño ambiental y mujeres violadas rodean la extracción de la materia prima en la mina North Mara, en Tanzania
Mujeres violadas por guardias de la mina, reporteros perseguidos y contaminación de arsénico en las tierras en las que pasta el ganado es la realidad de una mina de oro que abastece la tecnología desde Tanzania. Los reporteros que intentan investigar la violencia, el daño ambiental y otras irregularidades están atrapados entre el silencio de un gigante minero y las mentiras de un gobierno represivo. Al menos una docena de reporteros, locales y extranjeros, que escribieron sobre la mina han sido censurados o amenazados. Forbidden Stories, un consorcio internacional de 40 periodistas que publican en 30 medios de comunicación, ha investigado en la mina de oro de North Mara. Un oro que termina en los codiciados teléfonos inteligentes y computadoras de alta tecnología. Este artículo forma parte de la serie Green Blood, un proyecto que indaga las historias de periodistas que han sido amenazados, encarcelados o asesinados mientras investigaban temas ambientales.
Apple, Canon, Nokia y más de 500 empresas registradas en la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos compran su oro en la Refinería MMTC-PAMP, en India, teóricamente certificada como un proveedor idóneo. Esta, sin embargo, recibe el material de una mina de oro propiedad del gigante canadiense de la extracción de oro Barrick de Tanzania, con un historial documentado de abusos a los derechos humanos y daños ambientales. Canon y Nokia aseguran que la refinería india ha sido auditada previamente y que se determinó que era conforme. “Si se confirman las acusaciones, esta fundición tendrá bandera roja y pediremos a nuestra cadena de suministro que desvíe el negocio”, dijo un portavoz de Nokia. Apple compartió una declaración similar.
Sin embargo, en el otro extremo de la cadena, los reporteros locales y extranjeros que han tratado de cubrir lo que está sucediendo en el terreno se han enfrentado a la intimidación y a la censura del Estado. Un reportero tuvo que huir del país durante un par de años. “Han generado miedo”, dice Jabir Idrissa, un periodista de 55 años de Zanzíbar. Hace dos años trabajaba como editor de dos periódicos, el semanario de lengua suahilí MwanaHalisi y Mawio, reconocidos por sus reportajes de investigación. En junio de 2017, Mawio publicó un artículo que relacionaba a dos expresidentes con supuestas irregularidades en los acuerdos mineros firmados en la década de los noventa. “El trabajo del periodista es decir la verdad”, dice.
Pero esto es particularmente difícil en Tanzania, donde la libertad de prensa ha sido amenazada durante los últimos cinco años y, más concretamente, desde la elección de John Magufuli como presidente en 2015. Una reciente ley prevé más de tres años de prisión, multa o ambos por publicar a sabiendas información o datos “falsos, engañosos o inexactos”.
“Los periodistas son atacados sin razón”, según Ryan Powell, un especialista en desarrollo de medios que trabaja en África Oriental y Occidental. “La policía acosa a los periodistas y la gente no interfiere”. Tanzania ocupa ahora el puesto 118 entre los 179 países en el Índice de Libertad Mundial de Reporteros Sin Fronteras. Cayó 25 puestos en el último año. El día siguiente a la publicación de Mawio, el ministro de