Los hombres serpiente de Tanganika
Es increíble la de cosas apasionantes que hay en el mundo de las que no tenemos (yo al menos) ni idea. Hasta la semana pasada no sabía nada del reino secreto de los hombres serpiente o Wakaiolas de los wanyamwesi de Tanganika, ni de su rey, el gran Kalola. Ignoraba asimismo que un occidental, el naturalista estadounidense Fred Carnochan, no solo se había introducido en esa extraña comunidad sino que había llegado a alcanzar en los años treinta un rango notable en su seno. De esa historia real que parece de Rider Haggard lo he descubierto todo no sobre el terreno —el mundo ha cambiado mucho desde que existía Tanganika y no eras nadie sin salacot—, sino, como suele suceder, en un libro. Un libro notable y apasionante, L’empire des serpents, traducción francesa (Stock, 1946) del original The Empire of the Snakes (Stokes, 1935), que adquirí en los bouquinistes de París por cinco euros el miércoles.
Fue abrirlo, tras quitarle el plástico con manos temblorosas como se desnuda a una novia, y no poder parar de leer.
El neoyorquino Frederic Grosvenor Carnochan (1890-1952) arribó a Tanganika en 1926 con la expedición Smithsonian-Chrysler destinada a conseguir animales para el zoo de Washington. Tras fracasar en la empresa de atrapar serpientes (y mira que será por serpientes en África) oyó hablar de unos misteriosos nativos que eran los únicos que tenían el derecho tribal de capturarlas o matarlas. Efectivamente, los hombres serpiente. Eran capaces de manipular incluso las especies más letales sin miedo a sus mordeduras. Se hacían invulnerables, averiguó, gracias al dominio de pócimas y ungüentos que los inmunizaban hasta de la implacable víbora sopladora.
Lo que cuenta Carnochan, que logró introducirse en la sociedad secreta, es en buena parte un relato de iniciación, parecido al del ínclito Carlos Castaneda con el chamán yaqui don Juan y también, como este, una hermosa historia de amistad: la que desarrolla con el emperador o mutemi Kalola.
El naturalista devenido miembro de la sociedad secreta con el nombre de Ndilema, Joven Pitón, se despedirá de África y de su amigo Kalola en una escena inolvidable en la que al viejo rey de los hombres serpiente le saltan las lágrimas. “Supe más tarde de la muerte de Kalola”, escribe Carnochan. “La noticia me entristeció pero siento que su espíritu prosigue su camino”. Una historia muy hermosa. ¿Se puede pedir más por cinco euros?